La reina se detuvo ante una mesa y una de las sirvientas le acercó a la mano un vaso de agua que entregó mientras lo sostenía con un paño de encaje blanco, bebió un sorbo, mojándose los labios solamente, y se lo volvió a dar a la sirvienta con naturalidad. Continuó andando y se detuvo en el centro de la tienda, mirando a su esposo a la vez que nos daba la espalda, puedo asegurar que el momento me producía más miedo que la misma batalla, las piernas me temblaban y era incapaz de controlar la ansiedad que del pecho parecía iba a estallar. Supuse que los demás estarían igual, aunque puede que don Gonzalo no tanto, era amigo personal de la reina y debía conocer esas formas.
—Solo necesito la explicación de uno de vosotros, los demás podéis iros.
No fue la frase, ni siquiera el tono firme y de mandato en que la pronunció, fue su mirada al volverse, fulgurante y llena de poder, atravesando con sus ojos cualquier cosa que se interpusiese ante ella. No nos miró a ninguno en particular y sí a todos en general, sentí un escalofrío repentino recorriendo cada cuarta de mi espalda. Don Gonzalo palmeó al marqués en el hombro y ambos se dirigieron tras una breve reverencia hasta la puerta de salida, yo me encontraba petrificado, y para más sufrimiento, el marqués me miró torciendo el gesto, indicándome con esa mueca que no las tenía todas conmigo, luego esbozó media sonrisa de pícaro que me desconcertó, no quise saber nada e intenté mover un pie para salir de allí pero el cardenal se adelantó dando dos pasos, ofreciendo una ligera inclinación de cabeza a la reina que apartó la mirada. La soledad del momento me secó la garganta, convirtiendo en arena cada tragada de saliva, comencé a sudar más por temor que por nerviosismo, o tal vez por ambas cosas.
—Le han dejado al frente de las disquisiciones, atienda con premura la exigencia de una explicación y procure no dar rodeos, es consciente sobre lo que quiero saber y no me interesan las excusas.
La reina me habló mirándome y esperando respuesta, nada le interesaba más que conocer la verdad, no quise hacerla esperar y dando ese paso al frente que antes me negó mi cuerpo, comencé a relatar sobre lo que para mí era la verdad de lo sucedido.
—Mi nombre es Pedro Ramallo, enviado por su majestad para ofrecer la rendición al sitio antes que llegar a un enfrentamiento.
—Poco consiguió.
—Cierto. Decirle, mi señora, que sus propósitos quedaron relegados ante la presión que ejerció el cadí de la villa sobre los demás señores. El alcaide, Hamete El Cordi, estaba por acometer una rendición sin sangre y llevar a sus gentes hasta un lugar seguro como le propusimos. —Miré a la reina a los ojos y continué con mi exposición sobre la negociación— Aceptó lo propuesto, no así el cadí, quien provocó a todos contra Castilla. Les expliqué que la situación en el asedio iba a ser muy dura, a todo ello solo recibí quejas, insultos y un mar de lamentaciones por ser Castilla cristiana. Ellos esperaban una ayuda por parte de los abencerrajes, que en Ronda tienen fuerte arraigo, pero nunca llegó, les confirmé que se encontraba sitiada, como bien sabían, alegaron que en la sierra tienen soldados en número importante. Hasta el último día lo intenté, pasaban las semanas y era imposible concretar una reunión, no creían nada de lo que les contaba, fue al final cuando me hicieron prisionero por orden del cadí de la villa. Fueron varios los avisos y advertencias que les hice llegar a uno y otro, que estuviesen preparados para sufrir la mayor acometida que jamás vieran sus ojos, no me creían.
—¿Tres meses y no tuvo tiempo? —La reina hablaba con calma, intentando entender ese tiempo perdido.
—Es difícil de explicar, cada uno de los responsables me negaba audiencia, una vez les llegaron noticias de lo próximo del ejército, entonces sí, entonces comenzaron a precipitarse las reuniones.
—¿Qué ocurrió cuando supieron de nuestro sitio a Ronda?
—Buscaron ayuda en Granada, en la sierra, enviaron mensajes pero ninguno obtuvo respuesta, entonces el cadí tomó el mando tras huir El-Cordi. Ordenó mi detención y encierro sin poder abandonar la villa. Pasé tres días en una cuadra junto a la mezquita, comenzó el bombardeo y la suerte quiso que pudiera escapar y ayudar con lo planeado a las tropas de su majestad. No pude hacer más, fui apresado de manera innoble, vejado hasta la situación más límite que pueda imaginarse, lo intenté todo para que abandonaran la plaza a modo de rendición, pero era realmente imposible. —Descansé un instante y continué relatando—. Un comienzo de guerra que no he podido ver hasta lograr salir de mi encierro, he oído los gritos y visto el miedo y el daño recibido por la población. Doy gracias al destino por seguir vivo y haber podido ayudar, dentro de las limitaciones relatadas, con el plan que fuimos ideando desde el interior y el exterior de la fortaleza.
Doña Isabel mantenía los ojos abiertos, incrédula ante mis palabras, escuchaba atenta todo lo que yo contaba y eso calmaba mi alterado estado, pedí permiso para beber y don Fernando me acercó un vaso de agua, luego palmeó mi espalda y se situó junto a mí, frente a la reina que en su sillón permanecía mientras intentaba unir cabos para no sentir la culpabilidad del Reino.
—¿Qué pasó con don Gonzalo? Él está acostumbrado a estas lides, ¿era necesario todo lo ocurrido con la población? —volvió a preguntar buscando respuestas, queriendo asegurar su conciencia de alguna manera.
—Debo decir en defensa de don Gonzalo y sus hombres que la batalla surgió tal cual, la situación se tornó difícil de controlar, teníamos estudiadas sus murallas y sabíamos el punto exacto de mayor debilidad, atacó y fueron repelidos por un enemigo feroz que vendió cara su derrota, sin embargo, puedo aseverar que nunca se intentó afrentar la palabra de su señora.
—Pero os encontrabais prisionero, ¿cómo podéis saber eso?
La reina llevaba razón, yo no podía saberlo, lo intuí conociendo al Gran Capitán.
—Razón lleváis, majestad, pero formé parte de todo lo planeado de un modo u otro, Setenil se defendió con uñas y dientes desde la primera mañana del día en que comenzó el asedio, don Gonzalo ideó, junto al marqués de Cádiz, que se sometiera la villa a un cierre total de abastecimientos. Luego fueron llevadas a vigilancia todas las torres de defensa, sabedores éramos de los cambios de guardia y de las horas de más tranquilidad en las murallas, controlábamos el devenir diario desde posiciones repartidas en distintos puntos estratégicos. Setenil se encuentra en altura pero igualmente en un hueco, desde el arrabal que lo rodea hasta la parte inferior junto al río, el lugar estaba controlado, lo sé porque yo vigilaba desde dentro de la villa y pasaba contados informes a través de los camuflados vendedores del mercado. Era de los pocos que podía salir y entrar, aproveché esta situación al principio para llevar mensajes a amigos y familiares de los vecinos de la villa que, por las circunstancias del bloqueo, quedaron expuestos a una vida alejada, escondidos en el monte o en las cuevas cercanas, luego agradecieron estar lejos esos días de negra penuria.
—¿Con qué fin avisaba a las gentes de no acudir a la villa?
—Con la finalidad de ayudar a familias que se vieron sin otra razón de vida que la de refugiarse tras las murallas. Son personas nobles, buenas familias que nada tienen que ver con esta lucha, desconocen el sentido de todo lo que ocurre. He convivido con ellos tres meses, he hecho amigos y he creído conveniente avisarlos de no venir a la villa y quedarse en sus campos o en las cuevas del contorno que conocen bien. Les dije que cuidaran de los suyos y se alejaran de los caminos.
—¿Y qué pasó? ¿Por qué volvieron o no se fueron?
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