Y se subió al coche de un portazo. No le iba a arruinar el viaje. Ya de por sí estaba tensa, nerviosa porque su don apareciese de una vez y preocupada de que su falta de entrenamiento repercutiera en todos.
El resto tardó un poco en subir. La primera fue Ana, que la miró, esperando que se sintiera mejor; pocas chicas plantaban cara a Derek. En el medio se sentó Luis porque, a pesar de ser excesivamente alto, de ancho ocupaba mucho menos que Carlos. Emma se percató, por primera vez ,de lo azules que tenía los ojos y lo rubio que era; tenía mucho atractivo, a pesar de que ella no podía apreciarlo. Por alguna razón, cuando Derek se puso al volante y vislumbró sus angulosas y perfectas facciones, cualquier otro tipo de belleza le pareció insuficiente. Quizá el demonio lo creó, pensó ella, y lo dotó de esa belleza para castigar a los mortales.
Un chirrido rompió el silencio y a través del cristal, vio una puerta abrirse.La noche se tragó el coche y emprendieron el camino. Quizá no volvieran con vida, o quizá lo hicieran y no los aceptaran de nuevo, pero Emma cerró momentáneamente los ojos e intentó pensar en su hermana:
«Voy a volver y voy a sacarte esa cosa de ahí. Te quiero».
* * *
Llevaban de viaje dos horas más o menos. Al principio habían intentado hablar de cualquier cosa; Emma tenía la sensación de que no querían dormir, como si eso los dejara totalmente expuestos o no la vieran capaz de hacer bien la única cosa que le habían mandado: mantener despierto a Derek.
El primero en dormirse fue Carlos; fue muy de repente: estaba comentando que quería aprender a conducir y al segundo siguiente estaba dormido. Luis estuvo a punto de despertarlo solo para fastidiarle, pero Derek le dijo que si lo hacía, le tiraría del coche; y lo dijo totalmente en serio.
Ahora, sobre el hombro de Luis, descansaba la cabeza de Ana. Emma, a través de la ventanilla, había visto cómo la chica fue poco a poco acercándose a él, y el chico se dejó hacer con una sonrisilla asomando entre sus labios. Ambos seguían dormidos y no parecía que fuesen a despertar si no era estrictamente necesario.
—¿Quieres hablar?
Derek estuvo a punto de mirarla, pero tenía el coche en marcha y estaba conduciendo casi a ciegas, por lo que se contuvo.
—¿Perdona?
—Que si quieres que te dé conversación para que no te entre el sueño.
—A lo mejor tu conversación me da más sueño aún.
Cretino era un rato, aparte de borde y cruel. Emma no comprendía por qué la había puesto a ella delante si, de todas formas, no quería hablar con ella.
—La pequeña Emi se ha enfadado.
—No, simplemente no entiendo por qué me has puesto delante si no te caigo bien. Podría estar ahí detrás durmiendo.
—¿En los brazos de Carlos? No, gracias.
A Emma le sorprendió el tono, casi parecía enfadado. «¿En los brazos de Carlos?». ¿Qué clase de tontería era aquella?
—Sé dormir en un coche sin acabar en los brazos de alguien.
—Claro, igual que Ana. ¿De verdad crees que Ana está así accidentalmente?
Ambos compartieron una mirada cómplice. Los ojos de Derek relucían en la oscuridad de la noche. Y, de repente, ¡PUM!:
—¿Qué ha sido eso? —Emma miró a través de la ventana. ¿Tan pronto les iban a atacar?
—Un pinchazo.
Derek miró hacia atrás. ¿Cómo era posible que no se hubiesen despertado? Fue a despertar a Carlos, pero notó una mano en el hombro.
—No le despiertes, yo te ayudo.
—Pequeña Emi...
—Ni pequeña Emi ni nada. Soy más pequeña, no más inútil.
Y como ya veía venir el comentario sarcástico de Derek, salió del coche dejándolo con la palabra en la boca. Directamente, se encaminó al maletero y cogió la rueda que colgaba de la puerta. Pesaba bastante, así que no le quedó más remedio que dejarla caer al suelo y llevarla rodando.
—Es la rueda izquierda de la parte de atrás.
Mientras Derek quitaba la rueda pinchada, Emma miró a su alrededor. Quería ver qué les había podido hacer pinchar, pero estaba tan oscuro que temió que si se alejaba de los faros del coche, no podría volver.
—Pasa la rueda nueva.
La empujó ligeramente y rodó hasta posarse junto a él. Derek la empezó a insertar, pero Emma notó que no le vendría mal un poco de ayuda, así que se arrodilló y, sin hacer caso a la mirada que el chico le echó, empujó; a la tercera vez, lo consiguieron.
—Podría haberlo hecho solo.
—Lo que tú digas.
Un crujido, y Derek ya tenía el cuchillo fuera y estaba en posición de ataque. Emma, que no había tenido tiempo de procesar el sonido tan rápido, se limitó a quedarse quieta, intentando adivinar de dónde había podido provenir:
—Entra en el coche y avisa al resto.
Pero no hizo falta nada de eso. La puerta del coche se abrió, dándoles un gran susto, y salieron los tres.
—¿Por qué hemos...?
Carlos calló al ver la cara de advertencia de Derek. Los tres hicieron lo mismo, desenvainar los cuchillos (en el caso de Ana, la pistola). Tanto Luis como Carlos pronunciaron una palabra en un idioma desconocido, latín habría dicho Emma, y la hoja de sus cuchillos se tornó de fuego. Nadie pareció sorprenderse, pero ella no podía apartar la vista de ellos. Una palabra era todo lo que necesitaban y conseguían fuego.
—Emma, métete en el coche.
Ella, en vez de escuchar a Derek, sacó la pistola. Quizá el cuchillo era más mortal, pero no quería acercarse a lo que fuese que estaba ahí fuera más de lo necesario.
—Emma, lo digo en serio, entra ya.
—Escucha a Derek, Emma.
Le dolió que Ana apoyara a Derek. De todas las veces que podría haber estado de acuerdo con él, tenía que elegir esta. Pero no les dio tiempo a seguir insistiendo porque de las sombras aparecieron tres hombres; también iban armados y, aunque eran menos, había algo en la forma en que miraban que intimidaba.
El del medio era el más aterrador: le faltaba un ojo y varios dientes, tenía el pelo desgreñado y una mirada presa de la locura; paseaba su lasciva lengua por sus labios, parecía hambriento.
Los de sus laterales también estaban sucios y tenían aspecto enloquecido; sin embargo, el de la derecha era más joven y, porque no tenía tiempo de hacer especulaciones, bien podría ser hermano del de la izquierda.
—No hemos venido a pasar vuestra frontera, bordeadores. La rodearemos y continuaremos con nuestro camino, no queremos derramar sangre.
—Es bonita, ¿verdad, Peter? Al jefe le gustará, podemos salvar su vida.
Emma echó un vistazo a Ana, esperando que mirara con asco al hombre, pero la mirada de ella estaba fija en Emma. No le dio tiempo a girarse, ya sentía a alguien rodeándole el cuello; un segundo después veía todo desde otra perspectiva. Sus cuatro acompañantes estaban situados frente a ella con miradas horrorizadas. A su lado estaba el tipo al que le faltaba un ojo y podía sentir la hoja de la cuchilla besándole la garganta.
—Genial, se puede trasladar —murmuró sarcástico Luis.
Pero Emma solo tenía tiempo de respirar poco a poco, teniendo cuidado de no moverse lo suficiente como para que el cuchillo la cortase.
—Estáis quebrantando la ley, no hemos pasado las fronteras.
—Te equivocas, chico. Las habéis pasado hace un rato, pero hemos esperado a que retrocedierais, como gentilmente nos ha pedido nuestro jefe; sin embargo, eso ya no importa.
Pensar. Emma tenía que pensar. Ninguno de los cuatro estaba atacando por miedo a que le rebanasen el cuello a ella. Si se libraba de él, podrían ganarles... Y se le ocurrió.
—Matarla sería un crimen igualmente —dijo Derek.
—No lo sería. Pero tranquilo, su sangre no la derramaremos, nuestro jefe la querrá para muchas otras cosas.
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