—¿Necesitas algo más? —La pregunta la hizo Max, un hombre mayor, de piel curtida y morena. De primeras podía resultar intimidante pero, muy en el fondo, era afable.
—No, estamos en paz, ya no me debes nada.
—Niño estúpido, sabes que nunca estaremos en paz.
Ambos sonrieron y se dieron la mano, de alguna forma ese gesto dejaba el trato más zanjado. Puede que sí, puede que el hecho de que Derek salvara la vida a su hija jamás tuviese recompensa.
* * *
La cena le supo a poco. Ni siquiera se molestó al ver a Bianca, la que, por cierto, parecía más enfadada aún. Ana le había dicho que pocas veces alguien había osado siquiera llevarle la contraria; menos Derek, él parecía un caso aparte. Y a punto estuvo de preguntarle a Ana por qué no temía que Bianca utilizara su poder con él, pero se contuvo. Si alguien se lo tenía que decir, tenía que ser Derek.
—Emma, vengo de parte de Amanda. Debes acudir a su despacho.
Entre sorpresa y confusión, Emma caminó tras aquella chica. Era joven, veinte años, quizá más, pero su rostro la hacía parecer de catorce o quince; caminaba ligera para lo baja que era y la llevó hasta Amanda en menos de diez minutos. Según el reloj de la pared, eran las diez menos cinco. Fuera lo que fuese lo que Amanda quisiera, tenía que acabar en breve.
—Adelante. —La puerta se abrió—. Paula, puedes irte, muchas gracias.
El despacho de Amanda seguía igual que siempre, austero y soso. Lo único que emanaba vida y un profundo respeto era su dueña, sentada en su silla con la mirada sobre Emma y las manos juntas sobre la mesa, inquietantemente quieta.
—¿Cómo estás, Emma? ¿Te gusta el sitio?
Un gruñido, no quería hablarle, ella sabía lo que le pasaba a su hermana y no había intentado siquiera avisarla.
—Supongo que estarás enfadada por lo de tu hermana. Lo siento mucho, Emma. —Siguió sin abrir la boca—. Está bien, iré al grano. He estado hablando con el instructor Gan, me ha dicho que aprendes rápido y que en unos meses, serás una gran progeniem.
—Teniendo en cuenta que he visto a ese instructor una vez en la sala de entrenamiento, no creo que su opinión sea demasiado acertada.
La mujer asintió, ni un ápice afectada por la actitud grosera de Emma. La chica no solía ser así, pero una parte de ser sincera es responder de forma acorde a cómo te sientes.
—¿Por qué no he descubierto mi don? Mucha gente mucho más pequeña que yo ha descubierto ya cuál tiene.
—De eso quería hablarte. Si vemos a alguien muy bien preparado lo sometemos a un sector, supongo que ya lo habrás oído. Es un sector prueba, lo programamos para que te ponga al límite. En el noventa y nueve por cien de los casos, el don sale solo, ansioso por servir a su portador.
—Habla como si el don pensase.
—El don es parte de ti; por tanto, algo de tu esencia lleva. Si tú te sientes al límite, querrá conseguir vencer a lo que sea que te esté amenazando, de alguna forma evocas a tu don.
Tenía sentido y a la vez, no, en opinión de Emma. Aún no alcanzaba a comprender cómo podía haber dentro de ella algo tan increíble, tan poderoso. ¿Y si aquella mujer se equivocaba? ¿Y si los rebeldes se equivocaron al mandarle la presencia?
—¿Cuándo tendré que ir al sector?
Amanda no pudo ocultar su sorpresa, no esperaba tan buena predisposición, pero Gan ya le había advertido de que la chica accedería sin pensárselo.
—¿Te parece bien mañana?
Emma iba a decir que no; es más, durante unos segundos pensó que lo había hecho, pero si le decía que no, levantaría sospechas. ¿Por qué no?, le habría preguntado Amanda, y entonces tendría que inventarse una excusa y el reloj ya marcaba que las diez y media se acercaban.
—Sí, claro, cuando quiera.
De nuevo, la mujer pareció sorprendida y, al mismo tiempo, aliviada. Emma forzó una sonrisa, intentado con todas sus fuerzas que la dejase ir.
—¿Puedo irme ya?
No quería parecer ansiosa pero tampoco que sacase algún tema nuevo de conversación.
—Eh... claro. Vaya, es más tarde de lo que pensaba.
Amanda se levantó a la vez que Emma y la acompañó a la puerta. Era un gesto algo forzado para ella, pero lo hizo de todas formas, y con un ligero movimiento de cabeza, Emma salió de su despacho.
Se adentró en la oscuridad del pasillo sin echar la vista atrás. Sus pasos resonaron rápidos y concisos. Había tan poca luz que no vio venir el chico que giraba por la misma esquina que ella y ambos chocaron.
—Pero qué cojones... ¿Emma?
—¿Derek?
—Joder, ¿dónde narices estabas? Nos vamos ya.
—Amanda me había llamado para hablar, no he podido salir antes.
Pero él ya no la escuchaba, sino que caminó con paso ligero hacia donde Emma acababa de ir, el despacho de Amanda. Ninguno rompió el silencio, ni siquiera cuando Emma se empezaba a preguntar si realmente estaban yendo hacia alguna parte. Tampoco Derek comentó nada, no se le ocurría qué decir y tampoco estaba seguro de que fuera conveniente decir algo.
Al fin llegaron a una habitación iluminada por una gran bombilla que colgaba en precario equilibrio del techo; a la derecha, varios trozos de madera se amontonaban sin cuidado alguno, y frente a ella, un todoterreno negro con cristales ahumados los esperaba.
—¿Y los demás?
—Aquí —respondió tras ella Carlos.
Luis y Ana entraron unos segundos después cargados de armas. Emma echó una ojeada intentado ver para qué servían, pero solo veía metal y pinchos entremezclados.
—¿Lo tenéis todo? —Los tres asintieron—. Y no os han seguido, ¿verdad?
—No, aunque librarme de mis fans no ha sido fácil —comentó Luis.
Emma sonrió ante el comentario, y eso solo hizo que fuese víctima de la mirada de reproche de Derek. Se le veía tenso y cansado, como si todo eso le supusiese un gran esfuerzo, pero sus movimientos continuaron siendo gráciles y rápidos.
Abrió el maletero, un maletero enorme. Dentro había una caja de madera tapada en la que ponía «Comida» y sobre ella, un montón de vendas, jeringuillas, pastillas... Teniendo a Ana, ¿para qué llevar todo eso? Eso fue lo que pensó Emma, pero se calló; quizá la razón era obvia y no iba a empezar a parecer estúpida antes de ni siquiera arrancar el coche.
—Toma.
Derek le tendió un cuchillo enorme, casi tan largo como su antebrazo y muy afilado. Emma observó su vestimenta: unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta holgada; también llevaba unas botas altas que, a pesar de no llevar tacón, resultaban demasiado elegantes para la ocasión; aun así, Derek había insistido en que se las pusiera, y la alivió ver que Ana también llevaba unas iguales.
—Métetelo aquí.
Con un paso y un movimiento casi imperceptible del brazo, Derek hundió el cuchillo en la bota. Ni la rozó, era como si tuviese la capacidad de que con esa bota ajustada y con ese cuchillo tan largo pudiese hacer que ni tocara su piel. Luego, sacó una pistola, pequeña y de aspecto ligero, y sin preguntar, le levantó ligeramente la camiseta y le colocó la pistola en la cadera. Su mano rozó su cadera; ella se sonrojó y bajó la cabeza, deseando que nadie se hubiese dado cuenta, deseando que arrancaran de una vez. Quizá si hubiese levantado la vista se hubiese topado con la mirada de Derek, que rara vez lucía tan vulnerable.
—¿Todo listo? —Volvió a preguntar.
Todos asintieron, incluso Emma, que, histérica, ya solo pensaba en salir de allí.
—Carlos, Luis y Ana, iréis detrás. Luis, tú sabías conducir, ¿verdad?
—Me las apañaré.
—Tú, Emma, irás delante y te ocuparás de que no me duerma. ¿Serás capaz? —Su tono fue mordaz.
—Confío en que mi presencia sea lo suficientemente insoportable para que no te duermas.
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