—Emma, Emma, mírame, mírame.
Le cogió el rostro con sus suaves manos, pero a ella no le servía de nada. Aún recordaba con exactitud la primera vez que su hermana sonrió tras meses, fue como ver el sol después de meses granizando, fue como renacer, y eso que fue un gesto de tan solo un segundo, pero fue su segundo, y ahora... Ahora todo eso no importaba.
—Emma, por favor, escúchame. —La levantó—. Vámonos.
No sabría decir cómo acabó en el pasillo, solo supo que se dejó caer en el suelo y se abrazó las rodillas con fuerza mientras sollozaba. Hacía exactamente diez años que no lloraba, y ahí estaba, quedando en ridículo delante de Derek y a saber de cuántos más, pero no le importó ni lo más mínimo.
—Soy un... un mons... monstruo. Me odia, Derek. Me odia más que a nada.
Derek le acarició los brazos en un vano intento de tranquilizarla. ¿A quién quería engañar? Si le hubiese pasado algo así a él... Bueno, prefería no pensarlo.
—Escucha, no es culpa tuya. No es culpa tuya, Emma.
—No me mientas.
Su mirada vidriosa se perdió en la oscuridad del pasillo. El labio inferior le temblaba y parecía, a vistas de Derek, que esa noche no la superaría. Pero, de repente, sus facciones cambiaron, se puso totalmente seria y se secó las pocas lágrimas que le quedaban.
—¿Cómo puedo sacarle esa cosa de ahí dentro?
—Emma...
—¿Cómo puedo hacerlo?
Derek guardó silencio durante unos cuantos segundos.
—No se puede, permanecerá ahí hasta que tu hermana muera.
—O yo muera, ¿no?
Él negó y le quitó un cabello del rostro.
—No, no funciona así. Esa voz quiere alimentar su odio hacia ti de forma que os destruya a las dos.
—Pero si me mantengo lejos de ella, ¿la matará?
—¿Tú querrías vivir así?
—Responde a mi pregunta.
—La presencia es mandada para que nadie note que está ahí. Cuando la descubren... bueno, hay veces que se van, y otras... otras que acaban con la persona. Todo depende de lo que le hayan ordenado.
Emma empezó a ser consciente de lo cerca que estaba Derek de ella y, no supo por qué, le abrazó.
—Venga, Emma.
Derek miró sorprendido a la lejanía.
—Quiero irme de aquí. —Sollozó la chica.
—Claro, vámonos.
* * *
La mañana siguiente fue inexistente para Emma, era como caminar bajo el agua, por mucho que avanzaba una masa le impedía hacerlo a mucha velocidad. Derek no apareció en toda la mañana, pero ella pondría la mano en el fuego de que había dado algún tipo de advertencia a Ana, Luis y Carlos, pues ninguno de los tres le preguntó nada sobre su deplorable aspecto. Sin embargo, el silencio no podía ser eterno, y advertirles a ellos era fácil, pero Bianca era de otra pasta.
—Vaya, creo que ya sé cuál es tu don, niñata.
Su grupo, tras ella, le echaba miradas inquisidoras.
—El don de la nueva es dar pena, ¡enhorabuena! Vamos a celebrarlo todos.
—Bianca, cállate —lo dijo en un tono apenas audible, pero la chica cesó su risa y la miró de tal forma que, de no haberse sentido tan desgraciada, hubiera retrocedido.
—¿Qué has dicho?
«A la mierda», pensó.
—He dicho que te calles.
Inhaló tres veces con violencia mientras se crujía los dedos. Nunca en su vida había visto a alguien tan enfadada. Ana la observaba sin dar crédito a lo que estaba haciendo.
—Emma, discúlpate.
—No —le gruñó.
—Bien, nada más llegar debí mostrarte quién manda aquí.
Y cuando se cruzó con sus ojos, un dolor agudo y repentino le atravesó la columna. Era indescriptible. Empezó a arrodillarse, presa del pánico. Y de golpe, cesó. Bianca se encontraba cogida por el cuello de la camisa, a unos cuantos centímetros de Derek.
—Venga, Bianca, ahora prueba conmigo.
La chica lo empujó con las manos en el pecho y Derek la soltó con una mueca de asco. Luego, se giró para mirarla y su expresión no cambió un ápice.
—Y tú, levanta.
Emma, que en otra situación se hubiese sentido más dolida, se limitó a obedecerlo.
—¿Por qué la defiendes, Derek? ¿Acaso sientes debilidad por las chicas estúpidas e inútiles como ella?
—Sabes tan bien como yo que no te está permitido usar tu poder aquí. ¿Sientes debilidad por lo prohibido?
Y con esto, dejando tanto a Bianca como a Emma anonadadas, salió de allí.
—No siempre estará él para defenderte.
Y golpeándola en el hombro para salir de allí con dignidad, desapareció de su vista.
—Esto ha sido muy raro.
—Y que lo digas, Carlos —le respondió Luis.
Pero Emma ya no estaba allí, se encontraba muy lejos, en un lugar que ni siquiera su propia mente podría volver a idear. Bianca tenía razón, daba pena, pero no iba a permitir que se consumiera. Tenía que hablar con Derek, él sabría ayudarla a llevar a cabo su plan.
—Necesito hablar con Derek.
—Muchas chicas necesitan «hablar con Derek», Emma.
—Ana, no utilices el sarcasmo con esto, es importante. ¿Dónde lo puedo encontrar?
Sus miradas se encontraron y aunque Ana jamás había dado señales de conocer a Derek, le respondió, sabiendo a ciencia cierta dónde estaría.
—Sube al tercer piso, es el área de residencia. Su habitación es la cuarta de la derecha. Si te deja entrar te pediré un autógrafo.
—No, si te deja entrar, roba una fotografía suya firmada. Derek es el típico así, y lo sabéis —bromeó Carlos.
Emma dudó. ¿Realmente lo era?
* * *
El chico, tumbado bocarriba en la cama, jugueteaba ausente con una bola de gomaespuma, rememorando los acontecimientos de hacía apenas unos minutos. Había desafiado a Bianca, pero eso le preocupaba más bien poco. Seguía pensando en cómo lo había mirado Emma, como si le fuese indiferente. Pero aún era peor el total desinterés que había mostrado, como si, a partir de ahora, nada importase lo suficiente.
Llamaron a la puerta. Derek automáticamente pensó que se habrían equivocado, nadie llamaba a su habitación, nunca, pero el individuo insistió, y como no tenía ganas de oír el sonido otra vez, abrió de mala gana.
Dos enormes ojos verdes lo observaron unos centímetros por debajo. Se le aceleró el pulso.
—¿Qué quieres, Emma?
—Necesito hablar contigo.
La miró escéptico.
—¿Y tiene que ser en mi habitación? Pequeña Emi, aún eres joven.
Se sonrojó. El gesto más dulce que había visto en mucho tiempo, las chicas de allí ya no se sonrojaban.
—No tiene por qué ser en tu habitación.
—Pues resulta que no me apetece moverme.
Una excusa pobre, pensó para sí.
—Bien, entonces, en tu habitación.
Y sin esperar a que él le respondiera, pasó y observó todo con un controlado interés.
—¿Por qué duermes con todos si tienes tu propia habitación?
—Porque puedo —dijo escuetamente.
Se sentía nervioso, no sabía qué actitud mostrar. Desde luego, no podía hacerle ver que, de alguna forma, la idea de tener a «la pequeña Emi» en su habitación se le antojaba grande.
—¿Has venido a preguntarme sobre mi habitación?
—No, he venido a hablarte sobre mi hermana —dijo completamente seria. Se lo imaginaba—. ¿Cuánto tarda una presencia en darse cuenta de que tiene que irse o destruir a la persona?
—Normalmente, dos semanas; con suerte, un mes.
Derek se desplazó hasta el colchón y se acomodó, mientras Emma ya se había puesto enfrente y se apoyaba ligeramente en la mesa.
—¿Podrías explicarme qué es exactamente una presencia y quién podría habérmela mandado? Mi padre dijo algo de que mi madre traicionó a los orígenes para unirse a los rebeldes. ¿Tiene eso algo que ver?
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