Enrique Butti - Araca corazón callate un poco

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Araca corazón callate un poco: краткое содержание, описание и аннотация

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Narrar y narrar historias, noche tras noche, vence a la muerte, enseña Scherezade, pero en esta novela la protagonista narradora está tirada en el diván y es su amado quien le cuenta su vida llena de aventuras, ora maravillosas, ora pringosas e irritantes, sin que ninguno de los dos se atreva a interrumpir esta intimidad con otra suerte de acercamiento.

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Y el desconocido larga:

—Quisiera que me diga adónde puedo encontrar a Margarita Flaçon.

Marzolini le dice que lo siente pero que él no conoce a ninguna persona con ese nombre. El tipo insiste, se le quiebra la vocecita de flauta, se desploma en una silla. Marzolini autoritariamente le dice que haga el favor de retirarse si no quiere que llame a los guardias. El tipo se levanta, se arrastra hasta la puerta, y ahí se vuelve y le pide por última vez que le diga la verdad, que por lo menos reconozca que suele encontrarse con Margarita. Lo suplica con tanta deferencia, con tanto pesar, que Marzolini condesciende a repetirle que realmente no conoce a esa persona. El tipo da media vuelta y desaparece.

A Marzolini le asombra saber con certeza que Flaçon es un apellido portugués que lleva esa c con cedilla que se pronuncia como ese. Quizás sea un apellido que circula en la ciudad y él lo ha visto escrito, y quizás me lo puntualiza porque intuye que alguna vez voy a andar escribiendo ese nombre. Vuelve a su casa y a la espera de mi llegada se agita con la limpieza, con calzar su atuendo de ocasión y con la cocina, lavando y cortando los hinojos en dos, pasándolos por huevo y rebozador (avena y harina de maíz con albahaca seca en polvo y sal), y largándolos a dorar sin fritanga en la sartén.

Está ahí en la cocina y suena el teléfono. Masculla una injuria porque supone que sea yo avisando que no puedo ir y que inútilmente se acicaló y preparó comida especial y abundante; se lo hice una sola vez y no me perdona. Va y atiende. Silencio. Y después una voz de cotorrita atragantada se desborda sin respirar:

—Qué le cuesta decirme algo de Margarita, dígame cómo está, al menos dígame si está bien, si necesita algo.

Bueno, así empiezan las historias de Marzolini. A esa altura nos hemos alzado de la mesa y sin dejar de hablar me lleva flotando a su cuarto y me deja caer suavemente en su sofá cama. Las historias sin embargo no continúan así, concretas y ordenadas; de a poco empieza a perderse con algún particular, con algún recuerdo que rompe la cronología y me lleva a su pasado, a veces hasta su infancia. Y entonces no sé si adoro más al Marzolini infante, al Marzolini artista adolescente o a este hombre maduro pero apasionado que me habla y me transporta a paraísos de ensueños pero bien cargados de congojas, ya que más de una vez estoy obligada a morderme las manos para no plantármele delante, gritar y con los oídos tapados escapar corriendo, dejándolo que hable solo, revolcándose en sus pringosas aventurillas amorosas.

III

Marzolini festeja la Pascua

Además, puede que la historia haya tenido un desenlace inesperado recién ahora y el inicio sea de tiempo atrás. Por ejemplo, la historia del loco por la Flaçon, esa historia en realidad empezó así: quedamos por teléfono en que esa noche iba a visitarlo, llego a su casa en bicicleta, le toco el timbre, me atiende vestido con una bata oriental bordada con cigüeñas volando entre árboles cargados de orquídeas. Está ofuscado y recién después de un buen rato empieza a relatar que unos meses atrás apareció un tipo en su oficina y sigue lo que ya conté. Y dice que enseguida se olvidó de esa visita y de ese nombre femenino que en el momento le había dado vueltas por la cabeza. Pasan muchas semanas y esa noche (la noche del presente, la noche en que mi tesoro en bata con cigüeñas me cuenta la historia) se había puesto a cocinar porque sabía que yo iría a visitarlo y de improviso suena el teléfono y maldice pensando que seguro llama otra vez a última hora la falluta aduciendo que de golpe le empezó a doler la cabeza. Atiende. Un berrido y una larga frase ahogada le pide que por lo menos le diga si Margarita está bien.

—¿Qué? —grita con ferocidad Marzolini recomponiendo en su memoria aquel visitante con voz de cotorrita.

El otro ya no puede hablar. Solloza. Marzolini corta.

Pero en ese intervalo habían sucedido algunas cosas y entonces ahí empieza la verdadera historia. Me cuenta que un domingo, cosa de un año atrás, había decidido de repente visitar una iglesia y cuando salía lo abordó una mujer que lo esperaba en el atrio. La desconocida le dice que por lo menos en el día de Pascua olvide los rencores y la salude. Marzolini se ríe como un bobo; piensa que quizás se trate de una nueva fórmula, porque desde su infancia que no participaba de una misa, desde antes de que inventaran ese rito de saludar a los circunvecinos de banco deseándoles un buen augurio, de manera que un rato antes atinó apenas a mascullar “Igualmente” como respuesta al “Que la paz sea contigo” que susurró una hermosa joven que le tendió su cara para un beso, fórmula que enseguida le repitió otra, evidentemente la hermana de la joven hermosa, pero ésta más hermosa todavía, que suavemente había desplazado a su hermana para, inclinándose como una bailarina, acercarle su mejilla, al mismo tiempo que alguien le tocaba el hombro y, al darse vuelta, se encontró con una anciana radiante que avanzaba hacia él para ofrecerle su boca como frutilla, y ya al lado de la anciana una señora lo miraba esperando que él se estirara casi genuflexo hacia ella porque se trataba de una verdadera emperatriz, y todas le dijeron “Que la paz sea contigo” y él respondió a cada una con un “Igualmente”, de manera que cuatro mujeres y él mismo salieron de esa iglesia con paz, aunque sin paz del espíritu.

Ahora Marzolini sonríe ante la musculosa y enérgica mujer del atrio creyendo que le ha enunciado alguna otra fórmula decidida por el Concilio Vaticano II (pero yo en momentos como estos no puedo contenerme y lo interrumpo: “¿Enérgica? ¿Por qué era enérgica la mujer del atrio?”, y dado que Marzolini es como esos narradores con neuronas balzacianas que no se pierden detalle y saben de todo, las telas de los vestidos, el nombre de los perfumes, los cortes de pelo y peinados, franja etaria y condición social, podría estar toda la noche describiéndola, pero a mí me basta entender si está o estuvo enamorado de ella para devolverlo a los carriles y regresarlo al atrio de la iglesia: “Y entonces, ¿qué pasó con la mujer que te pidió el jubileo de la Pascua?”).

Dice que mientras él amablemente condesciende a besarle la mejilla, se anticipa con la fórmula:

—Que la paz sea contigo.

Y ella recibe el beso y le contesta:

—Difícil que encuentre mi paz si no es contigo.

IV

Se abre una nueva flor en el valle del Señor

Marzolini me cuenta que se puso colorado como un tomate, y yo le creo porque cuando se me da la gana lo hago ruborizar con cualquier palabrota. Aprovecha que en ese momento sale del templo un grupo de fieles rezagados y se deja arrear a la calle. Camina rápido media cuadra y escucha unos fuertes taconeos que lo persiguen.

Le agarran un brazo y lo frenan con violencia, con un apretón que le deja moretones que tardarán semanas en desvanecerse. La mujer del atrio, con la cara transformada, dura y feroz, le dice:

—Aunque sea decí si estás satisfecho. Contento, ¿no? ¿La estás pasando lindo?

Marzolini –y le creo porque es un caballero respetuoso pero galante– le dice que no tiene el gusto de conocerla, pero es más feliz que antes porque ahora ha descubierto una nueva flor en el valle del Señor.

Ella se rió pero no como me río yo cuando me permito alguna osadía y él me reprime con un gracejo digno de un rajá. Alguna vez le conté a una amiga el tipo de respuestas que él me propina cuando me paso de la raya y ella me preguntó si yo era ingenua o idiota, porque según ella lo que él se proponía con sus frases galantes era seguir avanzando, y yo con mi risa neurótica y echándome atrás despavorida había terminado aplastada contra la puerta que podría habérseme abierto al paraíso terrenal. Pero después de conocer esta historia con la mujer del atrio confirmo que hago muy bien en refrenarme de inmediato, porque esta mujer se rió y retrucó con un nuevo avance y Marzolini se le fue de las manos. La mujer le dijo una cochinada tipo que esa flor estaba disponible para que él la cortase y la llevara en la solapa junto al corazón, o para que se la encajara en la cremallera junto a algún otro lindo órgano vital.

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