Spartak Gálev había emigrado a la URSS nada menos que dieciocho años antes. Después de la derrota del Levantamiento de Septiembre de 1923 5 estuvo deambulando por montes y campos con distintos destacamentos hasta que el Partido abandonó oficialmente la política de lucha armada. Esto ocurrió después del atentado en la iglesia Sveti Kral, 6 en el que fallecieron ciento cincuenta personas. La corriente de la izquierda sectaria fue condenada y se disolvieron las formaciones de combate. El grupo de Gálev, cuyos miembros esperaban en su mayoría penas de muerte, cruzó la frontera con Grecia y se entregó a las autoridades locales. Los internaron en la isla de Heraclea, en el mar Egeo, donde pasaron algunos meses. Sus camaradas del Partido Comunista Griego los ayudaron a subir en secreto a un barco soviético que los llevó a la tierra prometida del socialismo.
Nadie sabía cómo había vivido exactamente Spartak Gálev en la URSS. Tampoco nadie se atrevía a hacer conjeturas al respecto. El propio Spartak era muy parco en detalles. Parecía obvio que no se había titulado en ninguna universidad. Daba a entender que había estado sirviendo en el Ejército y que había participado en la campaña de Finlandia, pero no quedaba claro cómo ni con qué rango. Se comportaba como si estuviera acostumbrado a estar al mando de grandes masas de gente. Durante su ausencia sus padres habían fallecido, parte de sus compañeros habían sido asesinados y otros habían acabado en la cárcel. Los pocos que quedaban no eran capaces de reconocerlo. Pero, como era bien sabido que la vida soviética cambiaba a la gente hasta el punto de hacerla irreconocible, nadie se sorprendió. En tiempos Spartak Gálev era como un palillo: delgado, ágil y rápido. Decían que esquivaba las balas antes de que salieran del cañón; de ahí su apodo Pies Ligeros. Provenía de los pueblos de alrededor de Sofía y le gustaba reírse del poder con el típico sentido del humor mordaz de los shopis. 7 Pero de la URSS regresó hecho un ladrillo: robusto y corto, como si hubiera pasado todos aquellos años metido en una caja. Solía estar quieto, con una cara malhumorada y rugosa de tez cetrina que no cambiaba con el sol ni con el viento. De su sentido del humor no había quedado ni rastro. Hablaba de forma concisa y con precaución, salpicando su discurso de palabras rusas. Ya nada lo podía asustar excepto el nombre de Stalin. «Partió siendo una liebre y volvió hecho un oso», dijo alguien. Desde aquel momento todos empezaron a llamarlo Medved. 8
Él no tenía ningún inconveniente.
La primera y más importante tarea era la de protegerlo. Debido a su fuerte acento ruso, resultó más complicado de lo previsto, puesto que no era capaz siquiera de comprar tabaco sin delatarse. En aquellos tiempos en Bulgaria se oía poco ruso y enseguida llamaba la atención. No podía, o bien no quería, renunciar a este acento porque, al fin y al cabo, era una cuestión de prestigio. Durante todo el otoño y el invierno lo estuvieron escondiendo en diferentes buhardillas y sótanos de Sofía, bajo distintos nombres, hasta que en la primavera de 1942 terminaron convenciéndolo de que asumiera el mando de una unidad de partisanos en proceso de formación que operaba en el extremo oeste de los montes Balcanes: el destacamento Patarinska. El problema radicaba en que Medved venía de la URSS habituado a manejar escalas completamente diferentes, preparado para liderar al menos una brigada o una división, algo que aún no existía en Bulgaria. No era menos problemático que los destacamentos de la Primera Zona Operativa Militar ya tuvieran sus propios comandantes, gente local que no podía ser sustituida así como así, sin provocar un importante malestar y discrepancias. Por otro lado, estaba más que claro que un líder de la magnitud de Medved no aceptaría ningún cargo de segundo orden como comisario político o instructor. Ni siquiera intentaron ofrecérselo: ¡tal era el respeto que le tenían en aquellos días! Medved había venido para estar al mando y debía estarlo. Y, además, no de cualquier cosa. Entonces los camaradas de la comandancia central emplearon una pequeña artimaña…
La unidad militar en cuestión, de cuya composición y armamento solo se podían hacer conjeturas, rápidamente fue elevada al rango de «batallón de la comandancia central». A Medved le explicaron que este era el corazón de la futura división de partisanos que llevaría el impactante nombre de «Primera División de Guardia de Stara Planina». 9 Debía reconquistar territorio independiente en la parte occidental del país, asumir el control del desfiladero del río Ískar y con el tiempo tomar la capital. ¡Sonaba irresistible! Dos semanas más tarde, cuando apareció entre los soldados del destacamento Patarinska equipado con todo lo necesario para las actividades militares en un frente amplio, incluido el Breve curso de historia del Partido Comunista de toda la Unión (bolchevique), 10 Medved se dio cuenta del engaño, pero ya era demasiado tarde…
En aquellos primeros años de lucha, el destacamento Patarinska —nadie supo por qué se llamaba así— contaba con cerca de diecinueve partisanos. Decimos «cerca de» porque algunos de ellos bien volvían a sus pueblos cuando los empapaba la lluvia o empezaban a echar de menos a sus mujeres, bien volvían al monte cuando estaban hasta las narices de dichas mujeres. Estos movimientos eran aceptados con compasión y comprensión por parte de sus camaradas. Todos sin excepción calzaban alpargatas. La mayoría llevaban gorros de pelo; había también un par de boinas y una gorra de guardabosques. Muchos de ellos vestían los tradicionales pantalones fondones de lana; uno se había fugado con su traje de bodas y otro lo había hecho con su uniforme militar. Su armamento sumaba cuatro carabinas, una escopeta de caza de dos cañones y un fusil de chispa. La munición ascendía a un total de 44 cartuchos, 13 de los cuales eran para el sistema Mannlicher, aunque todavía no disponían del propio fusil Mannlicher. El fusil de chispa tenía sobre todo un valor simbólico; se creía que en tiempos había pertenecido al mismísimo voivoda Valyo y era el talismán del destacamento. Contaban además con cinco revólveres y una Parabellum, tomada al enemigo en una acción independiente del miembro de más edad del grupo, el conocido por el peculiar nombre de «Enterrador del Capitalismo». También tenían seis bombas de la Primera Guerra Mundial con mangos de madera. Las tapas de dos de ellas se habían perdido y no quedaba claro si iban a explotar ni, aún más importante, cuándo lo harían.
El resto eran palos y cuchillos.
En comparación con ellos Medved parecía un arsenal andante: un subfusil automático Shpaguin, una pistola Tulskiy Tókarev y siete granadas de mano: cuatro de asalto y tres de defensa. Por no mencionar el resto de maravillas que escondía su mochila… Todo lo que llevaba era de cuero: desde la gorra y la cazadora hasta la funda de la pistola y las botas altas. Sus pantalones estaban hechos de un material nunca visto, totalmente impermeable.
Los miembros del destacamento lo observaban con muda admiración, como si fuera una deidad que hubiera descendido de la brillante cumbre del comunismo para llevarlos por caminos ignotos pero, sin duda, gloriosos. Sin embargo, Medved no sentía lo mismo. Miró con escepticismo a los hombres que lo rodeaban, se sentó en un tocón, sacó su último cigarrillo Belomorkanal, 11 sacudió la boquilla en el tacón de la bota y profirió pensativo:
— Ну, таак… 12
4 Kombrig (ruso: комбриг ), contracción de командир бригады (‘comandante de brigada’). Fue una graduación militar del Ejército Rojo entre los años 1935 y 1940, que en parte tiene la equivalencia de general de brigada en los ejércitos modernos.
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