—Si empiezo a leer cuestiones sentimentales no te preocupes que pasaré al párrafo siguiente. —Y empezó a leerse la carta:
“Mi amada Nitavi, espero que puedas recibir esta carta, cosa que a veces es difícil por la lejanía de la isla Fink.
Será imposible que me respondas, porque el destino es desconocido como ya bien sabías. Espero y deseo que nuestro hijo crezca como lo ha ido haciendo hasta ahora. Por lo que respecta a la prima Duelva, sé que os colmará de dulzura y amabilidad porque siempre ha sido así.
Por mi parte he de decirte que estoy en manos de los marineros con más pericia del continente. Mi capitán no es un gran líder, pero conoce muy bien su trabajo y como ya viste en el camino, no deja de confiar en mí. Últimamente ha resuelto como ha podido la insidia de un personaje cruel y perjudicial para nuestro viaje. Si lo ha hecho así seguro que es por nuestro bien, y así le seguiría a donde dijese, porque es alguien que vela por sus hombres y no por la gloria del imperio que nos acaba de ocupar”.
La carta continuaba, pero Alekt la plegó rápidamente y con la pesadumbre del que debe hacer las cosas en contra de sus sentimientos, le habló así a su subalterno:
—Debes volver a escribirla, esta carta no puede salir de este barco ni pasar por el correo imperial en ningún caso. Es más, la voy a destruir. Haz una nueva en la que no menciones ni una sola palabra de los problemas que tenemos con Gotert, ni de las ideas que podamos tener sobre el viaje. —Trucano reaccionó contra la injusticia y le replicó:
—Pero esto es absurdo, ¿y los oficiales? ¿Acaso no escriben? ¿Por qué miráis exclusivamente mi carta? —Alekt notaba, como buen marino, que el tiempo les pasaba demasiado y concluyó cualquier objeción:
—En otra ocasión te será explicado, ahora volvemos con los demás. —Y empujó con suavidad pero con vehemencia a su intérprete hacia el interior de la sala, donde conminó a todos los presentes a seguir con el tema.
Finalmente fueron asignadas las funciones de cada uno: Nástil enviaría el mensaje por luces a la Clan Tuoran; Trucano llamaría a los tres guardias uno por uno para que cayesen en la trampa de Emendel y el poderoso Balana; Urtrul, el otro segundo oficial y el administrador que llevaba las llaves de todos los compartimentos abrirían los cofres donde guardan los armamentos y desatarían los amarres de la cubierta, donde había gran cantidad de material militar guardado y oculto.
El plan se puso en práctica en no más de media hora. En ese espacio de tiempo ya podía ir registrando lo que iban encontrando en la impedimenta de la tripulación militar e irla desechando. Arrojaron al mar cosas realmente inútiles o en todo caso excesivas. Los soldados llevaban entre esos bártulos su propio material quirúrgico, sabiendo que ya tenían un cirujano a bordo muy bien equipado: aquello era redundante y por la borda fue; se trajeron armaduras para caballo, ¿qué caballos? Demasiado iluso encontrarse los mismos caballos en tierras remotas, que además se dejasen domar: por la borda. También hallaron armas repetidas, tres juegos de armas para cada soldado, ¿no sería mejor que se conformasen con una que ya tengan?: por la borda. El ruido que armaban se oía cada vez más mientras los siete hombres trabajaban con ahínco sin importarles si se despertaba hasta el mismísimo emperador en su propia cama.
Al cabo de un rato quien se despertaba era Gotert Muntro. Desde su camarote sospechó que algo grave pasaba, por eso mismo apareció con el sable empuñado y pudo presenciar la escena, flagrante en toda su ejecución. Gritó para que parasen, pero tras una breve e insultante mirada de Alekt, este y los suyos prosiguieron. Se le añadieron tres marineros más sirvientes del clan Tuoran, que reían ante los ojos perplejos de los soldados recién levantados y la expresión histérica de Gotert. Tiraron un disparador ligero, que a pesar de llamarse ligero pesaba doscientos kilos. Este descarte de tan espléndida arma la ejecutaron los marineros sin ningún remordimiento, porque en realidad los soldados ¡llevaban otro más! Tiraron juegos repetidos de corazas, tiraron la munición que correspondía a todo lo que habían tirado y en la distancia, en medio del murmullo del mar se oía el chapoteo de lo que simultáneamente iban echando por la borda la gente de la fragata Clan Tuoran. Tiraron de todo, hasta que encontraron unos instrumentos compuestos por tubos metálicos y culata de madera, que no reconocía nadie, ¿una especie de disparador en miniatura? Alekt se quedó muy intrigado, Trucano que estaba a su lado le preguntó qué debían hacer. Alekt se sintió demasiado atraído por el misterio de esas extrañas armas como para tirarlas al mar. «Esperad a tirarlas más tarde —les dijo a todos». Le parecía haber visto algunos destacamentos de soldados con estos artilugios en medio de la batalla de Eretrin, pero el recuerdo en medio de la lucha por su supervivencia le era muy vago.
En el trabajo de esa noche, se deshicieron de mil ochocientos kilogramos en la fragata Eretrin, por su parte el jovial Argüer se había deshecho de más lastre aún. Cuando más o menos se quedó todo el mundo callado con aire desafiante delante de Gotert, este, desesperado y al mismo tiempo iracundo, empezó a lanzar improperios contra los marineros:
—Atajo de repugnantes bucaneros, malditos descerebrados. Este desacato, este desprecio a la autoridad lo pagareis todos con el destripamiento, os prometo por lo más sagrado que acabaréis así. —Alekt, que estaba muy tranquilo, le respondió:
—Existen unas leyes marineras, refrendadas por el mismo emperador. En un juicio tendríais las de perder, mi advenedizo pasajero. Además, aquí no ha habido ningún desacato, no habéis dado orden alguna. Sintiéndolo mucho lo único que hemos hecho es obrar con los sesos en su sitio. Hablasteis con Sokert ta Munder para guardarlo todo, ¿lo recordáis? Y así fue, todo había quedado guardado, cerrado y almacenado pero, Gotert Muntro no dio expresa orden en ningún momento de que jamás se manipulase o se dejase de manipular la carga. No habría testigo que afirmara tal cosa. —Emendel emocionado hasta el paroxismo, habló entonces interrumpiendo a su jefe:
—Y si os preocupan otros menesteres os lo citaré: que las tierras que se descubran y tomen pasen automáticamente al imperio se cumplirá, que dispongáis el orden político y militar en las nuevas tierras, lo haréis, que cumplamos vuestras órdenes dentro de la posibilidad, se hace, pero llevar toda esa quincalla desde que salimos de Eretrin os dijo el capitán que era imposible y no sería cuestión de poner por testimonio de vuestra estulticia y falta de visión, nuestros cadáveres en medio del océano. —La gente marinera lanzó vítores y hurras ante el discurso de su capitán y el del bravo subalterno. Gotert, abochornado y colapsado por el estupor, quiso huir de la escena, pero aún pudo alzar la voz para que le oyesen decir:
—Por favor, decidme que no habéis tirado unos tubos metálicos.
—No, compañero, no los hemos tirado. Y ahora envainad el sable y entendámonos como personas. Comprended que no podéis ahora meter en el calabozo a ninguno de los siete hombres que han obrado esta suelta de lastre. Somos esenciales para la buena marcha de la expedición. —Gotert con un gesto de rendición, entendió que así debía ser, y se dejó acompañar por el victorioso Alekt al pañol donde guardaban los extraños instrumentos. Una vez en el interior de la nave y apartados del resto, el joven, en segundos, cambió su expresión por una malévola rabia y le dijo gritando, mientras volvía a desenvainar su sable:
—No me costará nada azotar a una docena de marineros, que no intervinieron, por el simple hecho de vitorearos y no escuchar mis órdenes. Ahora mismo lo haré. Les voy a hacer saltar la carne a tiras hasta que se les vean las costillas.
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