Daniel Sánchez Centellas - Pobres conquistadores
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—¡Un navío! —se contuvo, pues no quería volver a ser amonestado—. Señores, ¿puedo preguntarles? —fue inmediatamente interrumpido por Gotert, el cual le aclararía la situación:
—Si no podéis incluir veinte hombres entre las dos fragatas, viajaremos escoltados por ese navío con cincuenta hombres embarcados preparados para saltar a tierra, o para abordar cualquier otra nave. —Con esto miró de reojo al capitán—. Creedme, fue nuestra primera opción, pero yo alegué a vuestro favor para que la expedición fuese lo más ligera posible. —El emperador miró a Gotert con una sonrisa hierática que pretendía encubrir su sorpresa ante las artes de imposición de su valido. El emperador no había discutido ningún tipo de propuestas con él y esta maniobra se trataba, sin duda, de una jugada maestra para imponer su orden, su liderazgo, y si cabía, el terror también. La habilidad de la manipulación psicológica convenció al emperador como para seguir el juego a su joven valido. Por lo que le secundó dirigiéndose a Gotert:
—Entonces, navegante, decidid presto.
Alekt se plegó y tras pronunciar unos sumisos agradecimientos, hecho un manojo de nervios, empezó a pasar revista y seleccionar a los soldados que se convertirían en escolta obligatoria del viaje. Le dijo rápidamente a Nástil que subiese todo el mundo a bordo y que por favor, su hermano inscribiese y repasase los hombres que él había seleccionado previamente. Al cabo de un rato, mientras Alekt tenía escogidos ya cinco soldados que subían por la pasarela de la primera fragata, apareció Argüer por la amurada que daba al muelle y gritó:
—¿Qué es esto de coger pasajeros? —En eso que el emperador y Gotert miraron al chillón del segundo capitán, y solo con la mirada helaron sus movimientos. Argüer, pudo pronunciar a tiempo mientras se movía hacia la pasarela:
—Perdonad, excelencias, perdonad.
El emperador y el visir ya estaban hartos de gritos y quejas de marineros y no querían agotar su magnanimidad, por lo que, sin mediar más palabras, dieron orden a sus soldados para formar en escolta y como un vendaval salir rápidamente de allí. Mientras, los hermanos Tuoran seguirían con la selección de los soldados que podrían subir a las embarcaciones. Al cabo de media hora ya tenían los veinte hombres y Alekt volvió a insistir sobre la logística, preguntando a Gotert:
—¿Y sus vituallas y pertrechos? —Gotert contestó de mala manera, ya cansado del capitán y sin necesidad de protocolo alguno por la marcha de su emperador:
—Ese carro.
Alekt pudo ver un voluminoso carro que afortunadamente, aún le pareció asumible para este viaje. Sin embargo Gotert no acabó y añadió además:
—Y ese otro de armas y municiones.
Ese segundo carro, Alekt no sabría cómo distribuirlo, tendría que echar mano de la superficie de la cubierta y amarrarlo como fuera, cosa que no le gustaba para nada porque interrumpiría las operaciones. De todas maneras, ya no se quejaría más, bajo la amenaza de ser “escoltados” por un navío pesado. En medio de las operaciones Argüer le susurró a su hermano:
—Ahora entiendo cuando le dijiste a papá que hacer este viaje a cualquier precio no podía ser.
—Pues claro. Tendrías que haber visto al emperador y su cliqué —respondió acercándose a su oído mientras el odiado Gotert no miraba.
Dentro de la ominosa situación Argüer aún podía reír, y lo hizo, contagiando a su hermano saludablemente. Se despidieron con un saludo marinero mientras seguían riendo, ya que Argüer en ese momento se disponía a comandar la segunda fragata. Gotert, se los quedó mirando con visible recelo y gesto de interrogación. Cuando se hubieron dispuesto todos los preparativos y se hubo embarcado el personal militar y su equipo, Gotert hizo una señal al navío de guerra que estaba anclado delante de ellos. Se marcharían inmediatamente. Las velas volvieron a desplegarse con una rapidez pasmosa, el ancla se recogió en pocos segundos. Todo parecía como si le hubiese dado la orden a una ardilla amaestrada. Alekt pensó lo que podría llegar a hacer con una tripulación como esa, de marineros ligados al barco que tripulaban, de hombres compenetrados totalmente y en entrenamiento constante. Unas virtudes deseadísimas en una expedición como la suya pero que ni la técnica de navegación ni la pericia de los capitanes del imperio podrían jamás aprovechar al máximo. Él sabía cómo funcionaban las cosas en la fuerza naval del imperio, ya que había pasado dos años de marino en esos barcos, pero tenía lo que tenía, no serían hombres entrenados hasta conocer cada tablón del barco, como los del navío de escolta, y no solo debía conformarse sino que, a la larga, debería sentirse orgulloso porque de aquellos que o bien cumplían sus tareas a la perfección o bien permanecerían ociosos y despistados se iba a decir que serían “sus hombres”. Como Alekt huía totalmente de liderazgos vacíos de mérito y de los abusos de poder, deseaba hacer ver, con el ejemplo y con el dominio técnico, que aquello era una ocupación fascinante. Alekt volvió en sí de sus pensamientos cuando la nave armada ya se había alejado lo suficiente. Empezó a dar órdenes para zarpar pronto y a prepararse con los instrumentos. Las naves aprovecharían en ese momento la marea para su partida, tal como había hecho el navío armado hacía unos minutos. En eso que apareció Trucano situándose al lado del comandante tal como ya había convenido con él en días anteriores, cuando tuvo un intermedio entre avistamiento y bramido, le preguntó algo que le tenía intrigado:
—Señor, ¿y los nombres de estas naves? Los hombres solo hablan de “la de Alekt” y “la de Argüer”. Ya sabéis que los nombres nalausianos han sido arrancados y están prohibidos —Alekt lo miró risueño y cogió sus lentes telescópicas para divisar una vez la nave de guerra. Se las quitó de la cara en seguida y contestó a su empleado:
—Se trata de una costumbre de nuestra tierra. Solo se bautiza la nave cuando está en alta mar, cuando demuestra que realmente es una nave. De otra manera, si por cualquier circunstancia se malogra, no ha valido la pena ni el nombre. Por eso esperamos. —La siguiente pregunta era de esperar y así se la formuló su intérprete:
—¿Hay nombres pensados para ambas naves?
—Por supuesto, Trucano. Hasta tenemos el rótulo preparado. —Se interrumpió mirando a Trucano con complicidad y le preguntó—: ¿No deduces nada mi avispado amigo? —Trucano se iluminó con el flash de un relámpago en su cerebro, lo vio claro:
—He de ser yo quien los fije a la proa. —El patrón asintió con una sonora risa. Y aclaró:
—Bueno, en la otra nave tienen su carpintero. —Mientras decía esto, dos marineros ya traían el rótulo envuelto en lona con una mugrienta bolsa encima, debían ser las alcayatas y los clavos. A Trucano le brillaban los ojos. La operación le llevó su tiempo dada la dificultad nueva de tener que trabajar con tanto vaivén, pero se hizo antes de que se pusiese el sol. No podía desearse mejor tarea para empezar el trabajo de un carpintero de barco, al menos desde el punto de vista de la consideración e importancia de dicho trabajo. Siempre se hubiera podido empezar clavando un simple clavo, pero Trucano se sentía realmente realizado, empezando su trabajo “en serio”. La perfección ante lo dificultoso, la artesanía en tiempo límite o lo impecable bajo presión. Trucano no solo clavó y fijó con cola el rótulo del barco sino que además limó asperezas, corrigió errores y barnizó la pieza. En la lengua de Strooli pudo leer: “Eretrin”. Sin duda, Gotert enloquecería de rabia. Cuando ya se puso el sol y se encontraban a gran distancia del puerto, se pasaron a los turnos de noche por lo que la mayoría de la tripulación iría a dormir. El segundo oficial, con diez hombres más, se encargaba de la navegación nocturna y con la previsión meteorológica, las velas que iban desplegadas serían suficientes. En caso de cualquier variación se despertaría a los marineros de reserva. Todo parecía hecho desde hacía siglos, sin embargo era un método lógico y planificado que los Tuoran habían introducido en su pequeña flota y que había sido fácilmente asimilado por la tripulación dado lo razonable de los procedimientos. Este era solo uno de los interesantes aspectos de este viaje, de lo revolucionario que iba a ser para la historia del enorme y viejo continente de Onnoron, pues así nombraban a aquel mundo violento y viejo.
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