1 ...8 9 10 12 13 14 ...20 La noche transcurrió tranquila y veloz, con un sueño tan ligero como el corte de la quilla de la fragata sobre la mar, ya que las previsiones de los Tuoran para las corrientes que les llevarían hacia el Este estaban resultando totalmente certeras. El barco parecía patinar sobre el océano tan rápido como iba el viento, y las velas, aunque hinchadas, no amenazaban ni fatiga ni rotura. Esa especie de artesanía de navegación no podía más que hacer callar al insidioso Gotert una vez se hubiera despertado. De la misma manera transcurriría el día siguiente, a una velocidad de crucero jamás vista. Alekt estaba muy callado, prácticamente no daba órdenes mientras una sonrisa oscilaba de menos a más. Argüer desde su fragata hacía señales que Nástil, el vigía, iba transcribiendo. Cuando tuvo el mensaje, bajó de su puesto de observación y se dirigió a Alekt. Cuando estaba delante de él, este no se percató de su presencia, por lo que elevó un poco la voz para sacarle de su ensoñación:
—Patrón, un mensaje de su hermano. ¿Lo puede leer ahora? —Alekt le miró de súbito como si le hubiesen dado un chasquido de dedos para despertarse. Sin decir nada, cogió de las manos de Nástil el encerado en el cual había escrito el mensaje y pudo recitarle: «Vamos muy bien, pero calculo retraso tres horas a isla Fink, ¿cálculos iguales? Responde». Alekt se despabilo aún más y se dirigió a Nástil:
—Es cierto, no hemos hecho los cálculos compañero. —Nástil le respondió con cierta desidia:
—Patrón, manda usted. Recuerde que el segundo está de descanso. —Alekt se frotó las sienes «vale, de acuerdo» le respondió brevemente. Pero Nástil permaneció inerme delante de él, esperando las órdenes, cosa que Alekt captó cuando el vigía hizo un irrespetuoso pero acertado movimiento de hombros. Alekt se espabiló y dijo lo que tenía que decir:
—Envía un mensaje a la fragata Tuoran: “cálculo en quince minutos, extraño el retraso, velocidad buena, no respondas”.
—Ahora mismo señor. —Y desapareció a toda prisa.
Alekt en muy poco tiempo tenía los instrumentos, papiros y diarios para hacer las anotaciones. Mandó al oficial de cubierta que se tomasen las medidas de velocidad, que lo hicieran por ambas bordas y tres veces, que midiesen el viento «no, de eso ya me encargo yo —se corrigió ». Estaba realmente muy ocupado haciéndolo cuando apareció Gotert subiendo al centro de mando y nada más verle le dijo:
—Se os ve muy atareado maese Alekt, ¿acaso no van las cosas bien o algo os ha fallado? —Alekt se sintió realmente fastidiado y le respondió con una indirecta destructiva:
—Señor, este es mi trabajo y, como me lo tomo en serio, es de esta manera. El vuestro cuando os lo tomáis en serio es mucho peor, como demostrasteis en la batalla de Eretrin.
—¿Qué queréis insinuar?
—¿Es necesario que os lo toméis como una insinuación? Creo que lo he puesto muy claro y hasta para el más simple de los súbditos del emperador quedaría muy diáfano. El resultado de la gente militar siempre es el mismo: destrucción y muerte. —A Alekt ya no le importaba para nada que se tomasen sus palabras como quisiera aquel potentado. Ahora se sentía en su medio y Gotert además no tenía testigos amigos sobre lo que el capitán dijese, y si se molestaba tanto mejor, pues esperaba aleccionarle. El avieso Gotert por primera vez con Alekt se sintió atacado y respondió:
—Ese tono no os lo voy a consentir, porque si no os recordaré quién soy… —Alekt le interrumpió apartándose el instrumento que tenía en frente:
—Sois el privilegiado pasajero de este viaje, señor. Pero yo soy el capitán y si por suerte llegamos a la tierra que prometía, estoy seguro que será porque no intercedéis en el gobierno de este barco ni el de mi hermano, el capitán Argüer. —Hubo un momento de silencio, en el que las miradas de ambos no bajaron ni un milímetro. Pero Alekt no desaprovechó la ocasión para darle un golpe final—: Ya sabemos todos que cuando hacéis mejor vuestro trabajo y cuando os gusta más hacerlo es cuando os toca hacer de formidable asesino. En esta cubierta pues, no tenéis nada que hacer y si acaso sois útil será al emperador y no a mí cuando tengáis que amedrentar una eventual población de indígenas para sacarles todas sus riquezas.
Gotert estaba caldeado desde lo más hondo de su pecho, pero se calló y sin dejar de mirarle fijamente hasta el último momento juró en silencio que recibiría su merecido. A Gotert le gustaba más prepararse las venganzas lentamente en la distancia del tiempo, para que la víctima al haber olvidado todo añadiese al dolor del castigo la ansiedad de no saber el porqué. Se fue Gotert, se fue por un largo rato, dejando libre el trabajo de Alekt, que sin ningún problema ya podría conocer la velocidad de la nave, del viento, de la corriente, el rumbo y la posición aproximada. La información fue enviada a Argüer sin más dilaciones. Pero al cabo de poco tiempo recibió la respuesta, por mediación del trabajo de Nástil. Su hermano insistió en que iban más lento de lo esperado. La explicación casi era innecesaria: la carga. Cuando Alekt acabó de leer el mensaje levantó la mirada y observó cómo la fragata “Clan Tuoran” se había acercado lo suficiente como para ver claramente a su hermano que le miraba con los puños apoyados en el pasamano de la amurada. Parecía que estaban hablando en silencio. Alekt tenía la mirada fija en la de su hermano, mientras el mar los hacía permanecer inmóviles en referencia uno del otro, Alekt en un perfil estilizado de cabellera ondeante, sosteniendo el último mensaje de su hermano como si fuese a recitar la saga que estaban componiendo, Argüer con sólida y benevolente corpulencia, de frente, franco y vehemente, apareciendo como un ser duro, con su barbilla prominente, peluda, áspera y su calva sucia. Parecía un tabernero que iba a servir una buena jarra de… problemas. Alekt sabía exactamente qué es lo que debía hacer y de lo que tenía la seguridad que su hermano estaría urdiendo: tirar la mitad de las tonterías que traían los soldados. Se lo veía en la mirada. Si ahora iban muy rápido, el hecho de saber que podrían ir aún más rápido, le empujaba a saltarse la amenaza de Gotert y con él, la del emperador. Como sobraban las palabras respecto a esa decisión que los dos tenían muy clara, pero como no había que desaprovechar la oportunidad de que los dos hermanos pudieran oírse por la proximidad, le voceó una pregunta, ayudándose con la mano cóncava:
—¿Qué tal vas con la herida?
—No me puedo quejar, se cura y los segundos de a bordo me están ayudando mucho.
Le comentó tal cosa, como si solo esperase hablar de ese tema. Alekt sonrió y le hizo un gesto de conformidad, un puño alzado, al cual respondió Argüer antes de desaparecer de la cubierta. A pesar de esa necesidad indefectible y esa decisión inexorable de deshacerse de lastre que llevaban los dos, debían pensar bien cómo lo llevarían a cabo, sobre todo para que no sospechase el insidioso Gotert y zanjar el tema de un plumazo. Reunió a sus principales esa misma noche. Estarían sus dos segundos, el almacenero-administrador, Nástil por su experiencia, el exesclavo negro por su fuerza y por último Trucano, lo cual a él le pareció embarazoso aunque al mismo tiempo, emocionante. El carpintero nalausiano, personalmente, buscó y citó en diferentes momentos del día a cada uno de ellos en el camarote del capitán, cuidando en su tarea que no rondase ni uno solo de los soldados de Gotert. En la cita todos aparecieron en silencio a la hora concertada y entraron rápidamente casi empujados por su patrón, el cual les conminó a no decir ni una palabra. Cuando estuvieron dentro, Alekt aclaró que hablarían por riguroso turno de palabras y tan bajo como la capacidad de audición permitiese. Se sentaron todos aunque fuese en barriles o cajas y empezó Alekt con un susurro fino pero penetrante al oído:
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