—¡No le he atacado!
Se equivocaba, por supuesto. Ella en sí era un asalto: desde sus exuberantes curvas al fulgor de sus ojos, desde el brillo de su vestido al olor a almendras, como si acabara de salir de una cocina llena de pasteles.
Sintió el ataque de esa mujer desde el momento en que abrió los ojos en el carruaje y la encontró allí, hablando de cumpleaños y planes, y del Año de Hattie.
—Hattie… —No había querido decirlo. O mejor, no había querido disfrutar diciéndolo.
Los ojos de la joven se hicieron todavía más grandes detrás de la máscara.
—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó ella con una mezcla de pánico e indignación mientras se ponía en pie—. Pensé que este lugar era el colmo de la discreción.
—¿Qué es el Año de Hattie?
La realidad la asaltó de golpe, ella misma había revelado su nombre.
—¿Por qué quiere saberlo? —inquirió después de un breve silencio.
No estaba seguro de la respuesta, así que no le contestó.
Ella rompió el silencio, como él estaba descubriendo que acostumbraba a hacer.
—Supongo que no me dirá su nombre. Sé que no es Nelson.
—Porque soy demasiado para ser Nelson.
—Porque no cumple mi lista de cualidades. Es demasiado ancho de hombros y sus piernas son demasiado largas y no es encantador. Y, desde luego, no es nada afable.
—Ha hecho una lista de cualidades para un sabueso, no para un polvo.
No mordió el anzuelo.
—Y si además consideramos su cara…
¿Qué demonios le pasaba a su cara? En treinta y un años, nunca había tenido una queja, Y esa mujer salvaje no iba a cambiar eso.
—¿Mi cara?
—Sí, su cara —respondió ella atropelladamente—. Pedí una cara que no fuera tan…
Whit se mantuvo en silencio. ¿Así que esa mujer decidía dejar de hablar justo en ese momento?
Hattie negó con la cabeza y él resistió el impulso de maldecir.
—No importa. El hecho es que no solicité su compañía y tampoco lo ataqué. No he tenido nada que ver con que apareciera inconsciente en mi carruaje. Aunque, para ser sincera, empieza a parecerme la clase de hombre que bien podría merecer un golpe en la cabeza.
—No creo que haya tomado parte en el asalto.
—Bien. Porque yo no asalté su carruaje.
—¿Quién lo hizo?
—No lo sé.
«Mentira».
Estaba protegiendo a alguien. El carruaje pertenecía a alguien en quien confiaba o no lo habría usado para ir hasta allí. «¿Su padre?». No, imposible. Ni siquiera aquella loca usaría el cochero de su padre para llevarla a un burdel en medio de Covent Garden. Los cocheros hablaban.
«¿Un amante?». Por un momento consideró la posibilidad de que ella no solo trabajara con su enemigo, sino que durmiera con él. A Whit no le hizo gracia el disgusto que le causó la idea antes de que le pudiera la razón.
No. No era un amante. No estaría en un burdel si tuviera un amante. No lo habría besado a él si tuviera un amante. Y ella lo había besado, suave, dulce e inexpertamente.
No había ningún amante. Pero aun así, era leal al enemigo.
—Creo que sabe quién me dejó inconsciente y me retuvo en ese carruaje, Hattie —dijo en voz baja, acercándose a ella. Su cuerpo vibró cuando se dio cuenta de que ella era casi de su altura; su pecho subiendo y bajando a ritmo de staccato por encima de la línea de su vestido, los músculos de su garganta tensos mientras lo escuchaba—. Y creo que sabe que tengo la intención de conseguir un nombre.
—¿Es eso una amenaza? —Lo miró entrecerrando los ojos. Él no respondió, y en el silencio, ella pareció calmarse; su respiración se hizo más tranquila mientras sus hombros se enderezaban—. No me gustan las amenazas. Es la segunda vez que interrumpe mi noche, señor. Haría bien en recordar que fui yo quien le salvó el pellejo antes.
—Casi me mata. —Ella experimentó un cambio notable.
—Por favor, ha sido usted muy ágil —se burló—. Lo vi aterrizar en el suelo como si no fuera la primera vez que lo lanzan de un carruaje—. Hizo una pausa—. No lo fue, ¿o sí?
—Eso no significa que desee convertirlo en un hábito.
—El punto es que, sin mí, podría estar muerto en una zanja. Un caballero razonable me lo agradecería amablemente y se iría a otro lugar ahora mismo.
—Tiene mala suerte, entonces, de que yo no lo sea.
—¿Razonable?
—Un caballero.
Se rio un poco sorprendida por eso.
—Bueno, como estamos en un burdel, creo que ninguno de los dos puede reclamar mucha gentileza.
—¿Eso no estaba en su lista de requisitos?
—Oh, lo estaba —dijo—, pero esperaba más una aproximación a la caballerosidad que la caballerosidad misma. Y ahí está el problema: tengo planes, maldición, y no voy a permitir que los arruine.
—Los planes de los que habló antes de tirarme del carruaje.
—Yo no lo tiré. —Cuando él no respondió, ella le dijo—: Está bien, lo eché. Pero todo ha ido bien.
—No gracias a usted.
—No tengo la información que quiere.
—No la creo.
Abrió la boca y la cerró.
—¡Qué grosero!
—Quítese la máscara.
—No.
—¿Qué es el Año de Hattie? —preguntó ante el no tajante.
Ella levantó la barbilla desafiante, pero se quedó en silencio. Whit gruñó y se dirigió al champán y se sirvió una copa. Cuando terminó, devolvió la botella a su sitio y se apoyó en el alféizar de la ventana observando cómo ella se movía.
Siempre estaba en movimiento, alisándose las faldas o jugando con la manga; él bebía hipnotizado por la larga línea del vestido, por la forma en que este envolvía sus curvas rebeldes y hacía promesas que un hombre deseaba que cumpliera. La luz de las velas se reflejaba en su piel, dorándola. No era una mujer que tomara té. Era una mujer que tomaba el sol.
Tenía dinero, saltaba a la vista. Y poder. Una mujer necesitaba de ambos para entrar en el 72 de Shelton Street. Incluso sabiendo que el lugar existía, necesitaba contactos que no eran fáciles de conseguir. Había miles de razones por las que ella podría estar allí, y Whit las había escuchado todas: aburrimiento, insatisfacción, imprudencia. Pero no detectaba ninguna de ellas en Hattie. No era una chica impetuosa, era lo suficientemente mayor para ser razonable y tomar sus decisiones. Tampoco era simple o superficial.
Se acercó a ella lentamente de forma deliberada.
—No me dejaré intimidar. —Se puso rígida. Agarró con fuerza el papel que tenía en la mano.
—Él me ha robado algo y quiero que me lo devuelva.
Pero eso no era todo.
Читать дальше