William Gass - La suerte de Omensetter

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A finales del siglo XIX, el pueblo de Gilean, en el estado de Ohio, recibe a una familia de forasteros, los Omensetter. Desde el primer momento, sus habitantes admiran la magnética personalidad del cabeza de familia, Brackett, y la suerte que siempre parece acompanarlo. Sin embargo, su llegada no es bien acogida por todos. El reverendo Jethro Furber, en pleno proceso de degradación mental y espiritual, centra su odio en Brackett Omensetter. Una muerte acelera el enfrentamiento entre los dos hombres, narrado por medio de distintas voces que son testigos fieles de una brillante disquisición sobre la muerte y el sentido de la vida, sobre el bien y el mal. La suerte de Omensetter fue catalogada desde su publicación en 1966 como una novela cumbre de la narrativa estadounidense.
David Foster Wallace la consideraba una de sus obras favoritas de todos los tiempos, y
Susan Sontag siempre recordaba su admiración por
William Gass y por este libro, que describía como perfecto y extraordinario.

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El hijo de Decius Clark, dijo el doctor Orcutt a través de su barba, está muy grave. Una abeja le picó en el cuello hará el martes seis semanas. No se ha visto hinchazón igual.

Los dedos del doctor formaron un huevo.

Clark antes era alfarero. Lo dejó. Ahora es granjero, o lo intenta. No cuenta con mucho. No le voy a cobrar.

Orcutt apuntó su escupitajo.

Déjame ver el dedo que te aplastó Matthew.

Eres un cabrón, Truxton, dijo Watson.

Cómo te pones, pensé que podría verlo. ¿Bien, Brackett? La curiosidad es gratis. ¿Se te ha puesto negra la uña? Mat me contó que te lo dejó limpito de un porrazo, ¿es verdad eso?

Omensetter alargó la mano en silencio.

Orcutt sonrió con ganas.

Mat se ha metido a cirujano, según veo. Me podría echar del negocio con todas las de la ley.

Volteó el pulgar.

Una cicatriz de gran bravura, dijo el doctor. ¿Cuánto cobras?

Mat sacudió la cabeza con impotencia.

Bueno, pasa siempre, se corta y listo.

Orcutt soltó la mano. El brazo cayó como sin músculo.

Un martillo no es un cuchillo muy considerado que digamos. La próxima vez que te claves algo vienes a verme cuanto antes y puede que no te salga una hinchazón como esa.

Le di por accidente, exclamó Mat.

A todas luces tiene usted mucha suerte, señor mío, dijo Orcutt.

Luego le preguntó a Hatstat cómo iba la pesca.

De pena, dijo Hatstat.

Como siempre, en esta época del año, dijo el doctor.

Tendrían que estar río arriba.

Ah, George, nunca lo están, es lo que tú querrías. ¿A que sí, Brackett?

No hace el frío suficiente, dijo Tott.

Mat revolvió entre sus herramientas.

Hacía un calor sofocante en el taller, y feroz junto a la fragua.

Bueno, es un tipo amable, ese Clark, dijo el doctor, escupiendo. No cuenta con mucho. No le voy a cobrar. Pero es amable. Su mujer está llevando fatal lo del chico pero Clark está tranquilo, diría yo. Está tranquilo. ¿Cómo va tu infección, Henry? ¿Se te ha pasado? ¿No has salido un poco pronto, como un petirrojo en inverno?

Ya hace semanas, masculló Henry, retirándose más al fondo del taller.

Remedio casero, por dios, así han caído a porrones, Henry. Podrías haber perdido el brazo. Apañarte de por vida las partidas de herradura. ¿Brackett juega?

No le dejamos, dijo Israbestis Tott.

Una pena, eso me gustaría verlo.

Al doctor le rezumó jugo de la boca. Escupió una mancha fluyente.

Todos guardaron silencio.

El chico de Decius Clark está fatal, dijo el doctor Orcutt una vez más, pero Decius es un tipo amable, y tranquilo.

… luego estuvo Israbestis Tott entreteniéndole con cancioncillas: jigas, fox trots , polcas –Henry creyó que iba a perder el juicio–. Luego estuvo Matthew Watson, que se sentó al lado de la cama y le puso sus enormes manos sobre el regazo como un par de ranas; luego filas interminables de mujeres que susurraban; Jethro Furber con disfraz de bruja, conminando con conjuros a lo divino; estuvo Lucy, preciosa como la copa de un árbol en las vetas de la puerta, Furber como unas cortinas, Mat una lámpara, Tott un alarido, Furber ambas ranas, Orcutt sus brincos…

El primer huevo de una gallina siempre es hembra.

Orcutt quemó su escupitajo.

Las yeguas que han tardado en ver al semental tienen potros. Es un hecho científico.

Luther Hawkins comprobó con el pulgar la hoja de su cuchillo, luego la examinó entera y le guiñó a la punta.

No es buen mes, dijo. Las mujeres eligen los impares.

Orcutt sacudió la cabeza.

Todos pensaron durante un momento en silencio. El hierro era de un rosa pálido.

Leí a un profesor suizo… demonios… ¿cómo se llamaba?… Thury. Eso es, Thury. Dice lo mismo. Danielson, al sur del estado, lo ha probado. Con las vacas funciona. Funciona estupendamente. Es un hecho.

Orcutt enseñó los dientes.

Pues no sabría decirte, pasas la cuestión de las vacas a las señoras.

Henry soltó una risita contra su voluntad.

Lo sé por experiencia, dijo Watson, y la risa de George Hatstat sonó como el silbato de un tren.

Orcutt se retrepó y se quedó mirando a Henry a través de la oscuridad.

¿Cómo anda Lucy últimamente, Henry? ¿Tirando?

Watson puso las tenazas sobre el hierro.

Orcutt revolvió su mascada. Le relucieron los labios.

Debería salir más.

Las guerras, dijo Watson.

Empezó a dar martillazos.

Las guerras, gritó, más niños… reemplazan a los muertos.

Cayeron chispas en arcos y chaparrones hasta el suelo.

El doctor Orcutt se limpió la boca y observó a Henry a través de la lluvia de chispas.

La barra –reacia– se dobló.

Orcutt se recostó, inclinando la silla. Contempló el techo con solemnidad donde una araña descendía a tirones por una hebra.

Omensetter enhebró una aguja.

Había un arrullo en los martillazos a través del cual cantaban las orejas de Henry.

Al pasar, Lloyd Cate saludó con la mano.

Todos los hombres parecían taciturnos y pensativos.

Tott se palpó los bolsillos, en busca de su armónica.

Orcutt dijo finalmente: por dios que es una suerte que estés vivo –en voz baja pero enrabietada.

Los martillazos comenzaron de nuevo. El hierro frío daba saltos.

Luther Hawkins movía con cuidado la hoja de su cuchillo, extrayendo una tajada en espiral como una tira de piel. Hatstat lo miraba de hito en hito, mientras Omensetter apuñalaba con su aguja un trozo de cuero.

Orcutt se enderezó; escupió con fuerza a la araña colgante. El escupitajo se la llevó por delante. Ante esto el doctor se palmeó la rodilla y se puso en pie.

Autoridades que he leído… mentes científicas honradas, recuérdenlo, caballeros… aseguran que los machos se gestan cuando hace un tiempo concreto… que son el resultado de posturas concretas… o que depende del testículo que se haya vaciado. Mentes científicas honradas. Para ellos esto supone un verdadero problema. Unos joden por la ciencia solo a media tarde, mientras otros mantienen la fe en el anochecer –aquí Orcutt soltó una risita–, es una cuestión de luz, según tengo entendido, pero no me acuerdo de cuál se gesta con cuál.

Sopesó su maletín.

Guarda reposo, ¿eh, Henry? No levantes peso. No te subas a ningún sitio. No uses la pala. Ese tipo de cosas.

Por debajo de la barba, Orcutt se aflojó el cuello de la camisa.

O es el tamaño de la polla, lo lejos que lance la simiente.

El doctor se sacudió con esmero el polvo de los pantalones.

Puu-uf.

Así permaneció un momento.

Todo esto es estiércol, dijo. Estiércol.

Luego se marchó a zancadas.

Henry observó la fragua hasta que le ardieron los ojos.

Más tarde Curtis Chamlay se asomó a preguntar si alguien tenía pensado salir a pescar por la mañana, y Luther Hawkins, admirando la punta de su palo, continuando la conversación en su cabeza, rio entre dientes.

A los perros les da igual, dijo. Es un hecho.

George Hatstat dijo: ¿sabéis qué dijo Blenker que Edna Hoxie le dijo a su mujer? Duchas con leche si quieres una niña.

Y ella lo único que hace es darse duchas con el holandés ese.

Hawkins sacó tierra de una grieta.

Ese holandés gordo, ¿cómo se las apaña?

Tranquilo, dijo Chamlay, riendo. A Tott se le están encendiendo las orejas.

Por qué tendrían que encendérsele, dijo Hawkins. Escuchas igual que él a ese sacerdote, oye con las orejas cada palabra que hay.

Ese holandés, dijo Chamlay. Seguro que tiene la polla enroscada.

La polla de un gorrino, dijo Hawkins.

Blenker no es holandés, dijo Tott.

Mierda.

Hoxie dice que con los niños se hincha más la teta derecha.

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