LA SUERTE DE OMENSETTER
Título original: Omensetter’s Luck
Primera edición: septiembre, 2019
© del texto: William H. Gass, 1966
© de la traducción: Ce Santiago, 2019
© de la presente edición: Editorial Humbert Humbert, S.L., 2019
Ilustración de cubierta: Alejandra Acosta
Producción del ePub: booqlab
Publicado por La Navaja Suiza Editores
Editorial Humbert Humbert, S.L.
Camino viejo del cura 144, 1.º B, 28055 – MADRID
http://www.lanavajasuizaeditores.com
ISBN: 978-84-123059-7-5
IBIC: FA
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LA PRESENTE EDICIÓN LA PRESENTE EDICIÓN El lector encontrará en el texto usos infrecuentes de ciertos rasgos tipográficos (puntuación, rayas, cursivas), así como un uso de las mayúsculas no ajustado a la norma. Hemos considerado que estas características «heterodoxas» del texto son indispensables para tener un contacto más fiel con el estilo del autor y lograr una mejor comprensión de la obra, de ahí que hayamos decidido mantenerlas en la medida de lo posible.
LA SUERTE DE OMENSETTER LA SUERTE DE OMENSETTER
El triunfo de Israbestis Tott
El amor y la pena de Henry Pimber
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El reverendo Jethro Furber cambia de parecer
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Apostilla
QUÉ VOY A DECIR YO, por Ce Santiago
El lector encontrará en el texto usos infrecuentes de ciertos rasgos tipográficos (puntuación, rayas, cursivas), así como un uso de las mayúsculas no ajustado a la norma. Hemos considerado que estas características «heterodoxas» del texto son indispensables para tener un contacto más fiel con el estilo del autor y lograr una mejor comprensión de la obra, de ahí que hayamos decidido mantenerlas en la medida de lo posible.
LA SUERTE DE OMENSETTER
Por, para y a causa de
MARY PAT
EL TRIUNFO DE ISRABESTIS TOTT
Bien, amigos, hoy vamos a subastar los objetos de la señora Pimber. Creo que todos conocíais a la señora Pimber y sabéis que tenía algunos objetos bastante bonitos. Esta va a ser una venta buena de verdad y hace para ello un día bueno de verdad. Aun así, puede que haga calor, más tarde, de ahí que queramos que las cosas marchen a buen ritmo. Y ahora voy a empezar la venta con los objetos de aquí atrás junto al granero. Ya habéis tenido ocasión de echarle un ojo a todo así que vamos a pujar ya mismo por estos estupendos objetos y a hacer que las cosas marchen a buen ritmo. La venta es como siempre en efectivo y dentro está la señora Grady para encargarse de ello. Las damas de la Iglesia metodista tendrán la bondad de brindarnos el almuerzo. Podéis ver sus mesas allá en frente en la parcela de la señora Root y me consta que queréis servir a todas estas damas lo mismo que ellas van a serviros a vosotros. Sé que va a salir todo estupendamente. Muy bien, voy a empezar la venta aquí atrás de manera que, si me seguís, amigos, nos pondremos manos a la obra.
Era su primera excursión. Llevaba varias semanas tambaleándose por el jardín pese a la hierba alta, y tres meses practicando en su cuarto y en el salón y por los pasillos, pero ahora iba a ponerse de verdad a prueba. Había dicho que al verano lo vería caer y eso hizo. La hierba estaba quemada. En los algodoneros había motas de amarillo. La maleza estaba marchita y desde hacía mucho espigada. ¿Dónde estaban todos sus amigos?
Antes salía por la mañana calle abajo y estaban todos levantados y a todos conocía. Podía oír tañer el yunque y entre los tañidos la voz apacible de Mat cantándole a los caballos. Uno podía gritar desde una punta del pueblo a la otra y que le oyeran. Y por la mañana Mat era como una campana.
Israbestis se frotó la mejilla. ¿Quién era el hombre de los dientes de oro?
Estaba desfasado. Solía parar en casa de Mossteller. Mossteller era un tipo callado pero le encantaba contar chistes. De camino solía parar en casa de Lloyd Cate. Lloyd ponía un pie encima del fogón y decía que se había empachado y aunque estuviesen en mayo juraba que hacía frío. Él y Lloyd hablaban hasta que el tren a Gilean silbaba. Cuando el silbato sonaba por segunda vez, Lloyd bajaba el pie y ambos iban y se plantaban delante de la tienda y se desperezaban. Bueno, decía Lloyd, tengo que ponerme a ello. Israbestis sacudía comprensivo la cabeza y se encaminaba a la estación.
Pasaba gente con impaciencia en torno a él. Caminaban muy rápido. Una multitud se estaba reuniendo junto al granero. Tenía la pintura muy descascarillada. El tejado se combaba hacia un espino. Ahí dentro cogí yo un milano, dijo. El portón colgaba de un gozne. Las ventanas estaban rotas y la oscuridad dentada. Sin embargo, la casa era cuadrada y firme, por todas partes hermosa, sin una grieta, cada ladrillo hecho a mano y colocado por un maestro. El sonido de la multitud aumentaba a medida que se aproximaba despacio. Por toda la fachada había ventanas altas y estrechas en las que Lucy Pimber colocaba las velas mientras la nieve caía sobre el coro de villancicos.
Sam levantó la mano y miró por entre los dedos que le faltaban. Todos rieron. La gente avanzaba lentamente entre las sillas y sofás en la hierba o se sentaba en mecedoras y hablaba o se recostaba en divanes y hablaba, haciendo visera con la mano. Manoseaban los jarrones, toqueteaban cucharas de plata, alisaban colchas acolchadas a mano. A la sombra del porche las mujeres se apiñaban entre mesitas de tapete verde con torres ladeadas de tazas de porcelana, coloridos vasos de cristal granulado y platos decorados. En la parte trasera, junto al granero, los hombres formaban parejas serias para fumar, valorar utensilios pesados y reflexionar. A un costado de la casa bajo las farolas, los niños pequeños se sentaban y enredaban con los cordones de los zapatos. Sam Peach chilló, se miró los dedos ausentes y escupió. Todos rieron, y entre los dedos que le faltaban sostuvo en alto un ovillo de bramante y con la mano llena de dedos un viejo serrucho fino, una soga, un felpudo de goma, un bote de cal; mientras que en unas butacas de respaldo alto, bajo la sombra desperdigada de varios olmos medio muertos, ancianas y bastones se apoyaban unas en otros y sacudían la cabeza. Una lástima, decían. Una lástima. Una lástima.
Como mujer no es gran cosa. Ruin, flaca y callada. Amiga de Samantha. Él se excusó al tropezar.
Vi cómo levantaron esta casa, dijo Israbestis. La primera de la calle.
¿De verdad?
Vi cavar el sótano y cómo pusieron el primer ladrillo. Estuve en esta casa el mismo día en que Bob Stout, el que la construyó, se cayó del campanario metodista.
¿De verdad?
Se cayó encima de la verja de hierro que la rodeaba. Parson Peach, que por entonces acababa de llegar, no, no, fue mucho antes que eso, fue el día en que Huffley, Huffley era albañil, ocupó el puesto de Furber, sea como fuere, Huffley hizo que echaran abajo la verja.
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