—¿Así que seguís siendo amigos? ¿Estabais hablando de mí? ¿Te vas a esfumar tú también? —oyó que interrogaba al pobre hombre.
Le daba pena y por un momento pensó volver y salvarlo. Pero no podía hacer nada.
Supuso que a pesar de querer hacerlo, Cedric no podía esfumarse. Se fiaba de su lealtad, sabía que no iba a contarle a Íria nada que no debiera y entendía que por considerase su aliado, su primer instinto era esconderse y no enfrentarse a ella. Básicamente lo que hacía él, pero Cedric debía cuidar su trabajo y aceptar cualquier encargo sin importar los gustos personales.
Ellos tres, más Liza, la amiga de Íria, habían sido amigos. Pero esos tiempos habían quedado muy atrás, en otra vida.
Tenía que regresar a la casa de su abuela a pie, dado que había dejado allí su coche. No le molestaba, le servía tomar el aire y quizá con un poco de suerte conseguiría ordenar sus pensamientos y concentrarse en la acción de la novela que estaba escribiendo.
El pasado se quedaba en su sitio, desde su punto de vista.
No pensaba abrir la Caja de Pandora.
***
Trece años atrás
—Deja la cámara —pidió Liza por séptima vez—. Vamos a bañarnos.
—Ve tú. Te seguiré en dos minutos.
—Eso me has dicho cada dos minutos en la última media hora —lloriqueó Liza, dándole la espalda a Íria y dirigiéndose hacia el lago.
Faltaban tres semanas para las vacaciones de verano y toda la escuela había salido de excursión.
La manera de disfrutar de Íria no se asemejaba a la de otros chicos de su edad. Al menos no podía hacerlo antes de tomar unas… cientos de fotografías.
Las ondas del lago parpadeaban en varios colores, del azul del cielo veraniego al verde reflejado de las hierbas, incluso al dorado de los rayos de sol. El campo estaba lleno de mochilas, toallas y el aire retumbada de gritos y risas. Los profesores habían olvidado los deberes por un día y todos disfrutaban con anticipación de la libertad que prometían los días de verano.
Y ella quería recordarlo todo. Quería observar, fotografiar y guardar el momento. Luego iría a bañarse. Las acciones se realizaban en orden de prioridades.
Enfocó la cámara en su amiga y disparó justo en el momento en que su rostro se contorsionaba por el choque con el agua todavía fría. Sonrió contenta y continuó mirando a través de la lente, jugando con el foco. Cerca, despacio, lejos. Repitió los movimientos, apretando el disparador cuando la imagen le parecía especial.
Dos manos y un cuaderno aparecieron de entre unos arbustos y ella modificó la distancia focal, reduciendo el campo de visión y acercándose al fondo. Cuando vio el colgante sobre el torso desnudo entendió quién era el sujeto. Como siguiendo una orden, la boca se le secó al instante y una pandilla de mariposas irascibles empezó a batallar en su estómago. Tragó saliva, apretó el disparador una vez y continuó la inspección, enfocando manual. La boca de Jared apareció en primer plano y ella admiró el hoyuelo que tenía encima del labio superior y que corregía su contorno severo. Amplió la profundidad del campo y acertó en localizar su entero rostro concentrado en el cuaderno, con los bucles rebeldes caídos sobre la frente y acariciándole las sienes. Hizo dos fotos rápidas, sintiéndose culpable por espiarlo.
En el último mes se habían visto muchas veces, pero él nunca le había dirigido la palabra. De hecho, lo que le había contado Liza el primer día era la pura verdad. Jared se mantenía al margen, siempre, y no se mezclaba con nadie. Había muchos que buscaban su aceptación y lo rodeaban como las moscas a la comida caducada, pero él se mantenía apartado y no halagaba a nadie.
Compartían la mayoría de las clases y tenerlo a su espalda no era cosa fácil. Por alguna razón se tensaba cada vez que lo veía. No, lo correcto sería decir cada vez que lo sentía cerca. Hmm… tampoco era verdad. Cada vez que pensaba en él, tenía que reconocerlo, y lo hacía. Se sorprendía agudizando los oídos para escuchar el más pequeño movimiento de él. Estaba pendiente de sus acciones: si cambiaba de posición para acercarse o alejarse de su espalda, si comentaba algo con su compañero de banco, Cedric, si percibía su respiración cerca o llegaba hasta ella su fragancia. A veces, después de una clase le dolía todo el cuerpo por el esfuerzo de quedarse en la misma posición tanto tiempo y no permitir que sus músculos se relajaran.
Se dio cuenta que lo hacía otra vez: lo fijaba con la cámara desde hace un rato, sin moverse apenas. Por eso se sobresaltó cuando Jared levantó la cabeza y ella se encontró con su mirada sombría a través de la lente. La sorpresa y el instinto hicieron que apretara el disparador antes de saber que lo hacía. Enseguida bajó la mano y miró el aparato como si no pudiera creer lo que acababa de ocurrir. La fotografía estaba guardada, pero la imagen se había grabado a fuego también en su mente. Los ojos de Jared habían sido oscuros, almacén de preguntas y pensamientos, e Íria se sintió como si hubiera violado su intimidad y visto una parte de su alma.
Lo miró ahora sin la ayuda del cristal. La distancia era demasiada para poder leer su expresión, pero podía ver que él también le sostenía la mirada.
Como si supiera que no debería hacerlo, Íria dio un paso hacia adelante y luego se detuvo, confusa. Calculó los pros y los contras y decidió que no tenía nada que perder. Se acercó con pasos seguros. Registró el asombro en el rostro de Jared cuando se percató que se dirigía hacia él, pero eso no la detuvo. Cuando le faltaba un paso para llegar, él cerró el cuaderno que tenía sobre las rodillas y lo apretó entre las manos.
—Hola. —Íria saludó sin saber cómo empezar la conversación. No tenía ningún plan en mente. Se sentó a su lado, dejando la cámara en el suelo—. ¿Qué escondes ahí? —preguntó señalando el cuaderno.
Jared pareció desconcertado un momento. La estudió, tomando nota de su pantalón corto, unos vaqueros pasados que había cortado, y el sujetador del traje de baño. Todos los chicos llevaban variaciones de la misma ropa, pero Íria se abrazó las rodillas, avergonzada de repente por su cuerpo largo y huesudo.
—Eres demasiado blanca. Te vas a quemar —dijo Jared, pasando de saludar y haciendo caso omiso a su pregunta.
Tenía una voz profunda, de hombre, no como los otros chicos que todavía pasaban por el proceso transitorio.
De nuevo, Íria se sintió como una niña en comparación con él. Sus hombros eran anchos y el torso musculoso. Aunque incipientes por su juventud, podía observar fajas de músculos rígidos y delgados tendones elásticos bajo la bronceada piel.
Íria sabía que tenía razón, y que su tez era muy blanca, pero no entendía la esquiva.
—Me puse protector solar —le informó, observando a hurtadillas que la piel de Jared tenía un matiz caramelizado muy parecido al de su pelo. El colgante plateado hacía contraste y ella estiró el cuello, procurando inspeccionar en detalle el objeto suspendido. Descubrió que era una sencilla banda plateada que tenía algo grabado en la parte interior, pero no se declaró contenta. Extendió la mano con la intención de coger el aro y leer la inscripción. Pero cuando sus dedos tocaron la piel de Jared, ambos dieron un respingo a la vez. Jared apartó el troncó hacia atrás e Íria retiró la mano como si le hubiera quemado. Los dedos le hormigueaban y la sensación ganaba terreno, expandiéndose por toda la longitud de su mano y sobre el resto de su piel.
—¿Qué es? —preguntó después de calmarse, decidida a no hacer caso a las extrañas sensaciones.
—Un recuerdo —contestó Jared en tono de «no te diré nada más».
Se observaron en silencio hasta que él señaló con la cabeza la cámara de fotos.
Читать дальше