Conociendo a Cedric de toda la vida, averiguar sus pensamientos no le costaba ningún esfuerzo. No obstante, esta vez el tema no le agradaba.
—Lo sé —declaró secamente.
—He escuchado que volvió anoche. ¿Cómo te enteraste tan rápido? Las noticias no llegan hasta tu fortaleza —protestó Cedric, usando el sobrenombre que había dado a su casa.
—He tenido un día largo y pesado —explicó Jared, debatiendo entre desarrollar o no el tema. Decidió que sería mejor hacerlo. Una evasiva le concedía tiempo, pero era mejor acabar con ello cuanto antes—. Me tropecé con ella por la mañana en el restaurante. Luego escuché las maravillosas noticias en la ferretería y te olvidas de que he visitado a mi abuela. Que a su vez acababa de recibir la visita de una muy entusiasmada señora Candela, la abuela de Íria. Todo el pueblo hierve. Es el más picante cotilleo desde…
—Desde cuando volviste tú —lo interrumpió Cedric, estallando en carcajadas.
Jared no pudo abstenerse y se rio junto con su amigo. A pesar de lo dolorosos que fueran los recuerdos del pasado y de que no tenía ni idea qué le reservaba el futuro, la situación tenía un punto gracioso.
Little Lake era un pueblo pequeño, como otros millones en el mundo, y cada uno de sus escasos habitantes ingería los cotilleos con el entusiasmo dado de sus aburridas vidas.
—Así que la viste —continuó Cedric, con voz insinuante.
Jared movió los hombros en círculo, procurando aliviar la tensión inducida del contexto.
—Vamos a acabar con eso. No quiero que se convierta en el elemento central de nuestros futuros encuentros. Sí, la vi. No, no tengo intención de volver a verla. Sí, recordé el pasado. No, no pienso repetir el mismo error. Punto. —Su voz sonó inflexible, no porque se hubiese esforzado en que se escuchara de esa manera, sino porque creía en lo que decía.
Por unos segundos hubo silencio. Jared se imaginaba las ruedas moviéndose con velocidad en el cerebro de Cedric.
—Será difícil, si no imposible —afirmó este después de un tiempo.
—No será imposible —replicó Jared, obstinado.
—¿Qué te dijo? —se interesó Cedric, sin esconder su interés.
Como si acabara de sufrir un ataque, Jared estalló en risas histéricas, recordando la escena con todo detalle y reconociendo que por la sorpresa no había actuado de forma apropiada.
—Me invitó a un café —dijo, tomando un trago de la botella para recomponerse.
Los ojos azules de Cedric se abrieron de par en par.
—¿Café? ¿Así, sin más?
—Sí. —Jared asintió meneando la cabeza arriba y abajo varias veces para dar énfasis a su respuesta—. Sin más.
—Siempre ha ido directa al grano, ¿verdad? Parece que no ha cambiado.
—No. No ha cambiado —declaró, odiándose al notar que su voz había sonado amarga.
Cedric carraspeó de nuevo, e insensible a su pesadumbre, esbozó una sonrisa divertida.
—Sabes que si…
Jared no le permitió acabar la idea. Lo sabía, pero no quería tomar en consideración esa opción. Suponía que ella debería tener sus motivos para volver y no era tan engreído para imaginarse que lo había hecho por él. De hecho, esperaba que no fuera así, porque Íria era como un tanque de asalto. Usaba todas sus fuerzas, hacía trampas sin remordimientos y atacaba sin descanso hasta que lograba su objetivo. Era consciente que si se convertía —de nuevo— en su objetivo, tenía firmada la sentencia.
—¿Cuándo tendrás listo el coche de abuela? —preguntó, dando el tema por zanjado, pero haciendo una nota mental de que debía preparar medidas de defensa por si acaso.
—En dos horas, más o menos.
—¿Puedes llevárselo tú?
—Claro. Se lo llevo cuando vaya a cerrar.
Jared se levantó y tiró la botella vacía en el cubo de basura situado en un rincón del taller.
—Gracias. Me voy. Tengo que acabar unos asuntos en el hotel y luego pienso escribir un poco.
—Llevas más de un año trabajando para reformarlo. Admiro tu tenacidad —comentó Cedric, sin moverse del suelo.
—Empiezo a creer que se trata de estupidez —replicó—. Pero no puedo dejarlo. Está en posesión de mi familia desde el nacimiento de los tiempos. Y si yo no me hubiera ido no se hubiera deteriorado tanto. Es mi culpa, yo debo arreglarlo.
—Podrías venderlo. De todos modos tú tienes otras preocupaciones.
Jared apretó el maxilar. La opción salía de discusión. Era la última cosa que su madre había amado.
El pueblo era pequeño, pero casi toda el área era reserva natural. El lago, el bosque y unos manantiales de agua termal atraían turistas. No se autorizaban nuevas construcciones con propósito comercial y su hotel era el único en un área de treinta kilómetros. No necesitaba el dinero, de hecho mantenía los precios tan bajos que casi no ganaba lo suficiente para pagar los gastos, pero en los últimos diez años que él había faltado, el hotel se había degradado mucho sin una mano firme. Intentaba levantarlo, antes de que fuera demasiado tarde.
—No, no pienso venderlo. Todo lo contrario. Espero un fotógrafo para hacer un álbum publicitario y presentarlo a nivel nacional.
—Acaba de venir uno al pueblo —Cedric rio, sin poder abstenerse por la ironía de la situación.
—Le gustaba la fotografía cuando era adolescente. No tengo idea qué profesión tendrá ahora, ni me interesa —lo fulminó con la mirada, esperando que entendiera las señales y dejara de insistir.
Su amigo se hacía el ciego, dedujo hastiado, cuando Cedric continuó en la misma voz sosegada, como si conversaran sobre el tiempo.
—¿Piensas decírselo?
El rugido de un motor potente salvó a Jared de responder. O eso pensó, hasta que vio de quién se trataba. Un Ford Raptor al cual no se podía distinguir el color por la manta de barro que lo cubría, frenó con ruido delante de la entrada. Una canción de moda en volumen máximo hacía temblar los cristales del coche y supo quién era el chofer antes de verla.
—Dos veces el mismo día es más de lo que puedo soportar —masculló, mirando alrededor en busca de una escapatoria, a pesar de saber que el taller de Cedric no tenía otra salida.
Antes de encontrar una solución, se escuchó un portazo e Íria apareció, saludando con entusiasmo.
—Hola, chicos. ¿Cómo estáis?
Al parecer, mudos. Cedric había abierto la boca pero no salía ningún sonido y Jared no pensaba hacerlo. No obstante, tenía ganas de darle un codazo al mameluco de su amigo y devolverlo a la realidad. Él era el primero en reconocer que Íria podía crear conmoción incluso en una multitud de modelos presentado lencería íntima, pero que se quedara casi en coma no decía mucho sobre su carácter.
Íria llevaba el pelo suelto y los bucles oscuros rozaban sus hombros envueltos en una chaqueta de piel del color de la arena. Como si sus piernas no fueran ya kilométricas, caminaba sobre unos botines con un tacón más alto que el bolígrafo con el cual él apuntaba las ideas.
—Hooola —ella insistió, percatándose de que nadie le respondía. Avanzó hacia dentro, intercalando su mirada satisfecha entre el uno y el otro—. Cedric, necesito que mires mi bebé, acaba de hacer más de dos mil kilómetros en tres días y estoy preocupada. Hola, Jar —sonrió abiertamente, llamándolo por el nombre corto que solo ella usaba.
Síp, perfecto. Recuérdame el pasado una vez más. Directo en el blanco, Íria, felicidades.
Jared pensó todo esto, pero dijo una única palabra.
—Adiós. —Puso sus pies en funcionamiento y tuvo cuidado de salir por el lado contrario de donde se encontraba ella. Su mirada le quemó en la espalda, pero no se detuvo y respiró aliviado al escuchar que su atención se había centrado en Cedric.
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