Esta mentalidad anticonceptiva ha hecho que un número significativo de jóvenes católicos crezca con un solo hermano o con ninguno, lo que les niega la oportunidad de crecer en virtudes como la renuncia y la generosidad que fomentan el desarrollo de una personalidad sana. Por otra parte, muchos jóvenes replican inconscientemente el modelo de unos padres que han abrazado tanto la anticoncepción como el materialismo, o que están divorciados. La capacidad de esos jóvenes católicos de entregarse más adelante en el matrimonio y de confiar en la acción de la providencia divina en sus vidas se ha visto gravemente dañada, generando una reticencia generalizada al matrimonio y a la vida de familia[14].
La generosidad: el antídoto contra el egoísmo
Cuando Ken y Sandra compararon sus conductas con la guía de evaluación del egoísmo que contiene este capítulo y reflexionaron sobre el daño que se habían hecho el uno al otro, a su matrimonio y a sus hijos, se cargaron de motivación para mejorar las cosas. «Si me muerde una serpiente venenosa, tendré que administrarme de inmediato un antídoto para evitar que el veneno se extienda y acabe conmigo», dijo Ken; «lo mismo ocurre con el egoísmo». Él y Sandra se alegraron al enterarse de que el antídoto más eficaz contra el egoísmo es la generosidad y que de ellos dependía, con la ayuda de la gracia, adquirir esa virtud.
Ken tomó la iniciativa pidiendo perdón a Sandra por todo lo que sus conductas egoístas la habían hecho sufrir a lo largo de su matrimonio. Aunque Sandra, deshecha en lágrimas, contestó que intentaría perdonarle, también confesó que le iba a resultar difícil. A su vez, Sandra pidió perdón a Ken por haber querido limitar a dos el número de hijos; y, a continuación, pidieron perdón a sus hijos por el daño que, sin saberlo, les habían hecho.
Después Ken y Sandra siguieron el consejo de san Agustín: «Comienza por no agradarte tal cual eres, lucha contra tus pecados y conviértete en algo mejor». Ken prometió cambiar de actitud y de conducta: en lugar de centrarse en sí mismo, intentaría demostrar que amaba a su mujer con actos de generosidad y renuncia. Sandra, por su parte, se comprometió a cambiar de conducta y de manera de pensar.
El hábito de la generosidad ayuda a las personas a pasar por encima de sus intereses más insignificantes para poder darse con mayor plenitud y generosidad a los demás, en especial al cónyuge. Invita a los esposos a abrir el foco de sus pensamientos y sus acciones más allá de sus deseos para abarcar ese «nosotros» más amplio del matrimonio y de la vida de familia. Crecer en ese hábito aviva en los esposos el deseo de darse más y de buscar modos de aportar más amor a la familia. La generosidad también supone una ayuda para todo lo que sigue:
Entender que el amor se demuestra con las obras antes que con las palabras
Desear lo mejor para el cónyuge
Ver al cónyuge como un regalo de Dios y un tesoro que cuidar
Abandonar la tendencia a ser hiperindependiente
Estar dispuesto a depender del cónyuge
Estar dispuesto a compartir la toma de decisiones
Reconocer la necesidad de establecer un equilibrio y unas prioridades
Preocuparse más por las necesidades del cónyuge que por las propias
Evitar que la atención y las conversaciones se centren en uno mismo
Creer que en nuestro corazón y en nuestra mente el cónyuge ocupa el segundo lugar después de Dios
Comprometerse a imitar las cualidades de nuestros padres en lugar de su egoísmo
Confiar en que la gracia y la ayuda de Dios pueden ayudar a superar nuestras conductas negativas
El hábito de la generosidad tiene alguna de estas manifestaciones:
Manifestar el amor y el cariño tanto con las obras como con las palabras
Dedicar al cónyuge muchos más comentarios positivos que negativos
Reservar tiempo para conversar a diario
Cenar juntos con la mayor frecuencia posible
Abrir la casa más a menudo a familiares y amigos
Entregarse con alegría
Corregirse mutuamente y corregir a los hijos con amabilidad siempre que se detecte egoísmo
Dedicarse con más generosidad a labores caritativas
Rezar juntos
Informarse sobre la planificación familiar natural y abandonar el empleo de anticonceptivos
De la teoría a la práctica
Basándose en las guías que ofrecemos más arriba, Ken y Sandra elaboraron su propio listado de aspectos en los que crecer en generosidad. Semanalmente revisaban juntos esos listados y se animaban y evaluaban el uno al otro. A medida que crecía la generosidad entre ellos, con sus hijos y con los demás, experimentaron un sentimiento más hondo de plenitud. Cuando Ken volvía la vista atrás, hacia el punto del que habían partido, comprendía que había dedicado mucho más de sí mismo al trabajo y a los deportes que a su esposa y sus hijos. «Ahora veo que era prisionero de mi propio egoísmo —decía—. Ahora mi corazón está más abierto. Poner a Sandra y a los niños por delante de mí me hace sentir más pleno y más feliz».
El egoísmo se encuentra tan arraigado en la condición humana que, como es natural, a veces Ken y Sandra tenían un tropiezo. El crecimiento en virtudes exige mucho esfuerzo y perseverancia. Un esfuerzo a largo plazo ante el que hay que adoptar una actitud deportiva: después del «resbalón», se pide perdón y se perdona amablemente, y se retoma la lucha. «Uno de mis principales retos consiste en dejar de ser tan independiente y estar tan centrado en mí mismo como lo estaba mi padre —confesó Ken—. Es increíble hasta qué punto ha influido en mi vida ese mal hábito».
Sandra empezó reflexionando sobre el daño que le había hecho a Ken su negativa a tener más hijos. Según ella, «no parecía que ese tema fuera tan importante para él. Solo lo mencionó en contadas ocasiones». Su corazón se abrió a medida que fue conociendo la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio a través de la lectura de algunos textos de Juan Pablo II. Cobró mayor conciencia de la belleza de su llamada vocacional a estar abierto al don divino de los hijos conforme a la enseñanza de la Iglesia sobre la paternidad responsable. Estas palabras de la Carta a las mujeres de Juan Pablo II la conmovieron de un modo especial:
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida[15].
Sandra pidió perdón a Ken por su insistencia en emplear anticonceptivos —en contra de lo que enseña la Iglesia— y por haberse negado a tomar en consideración tanto el deseo de Ken como la llamada de ambos a abrirse al don de la vida. Después del esfuerzo que hizo Sandra por entender la noción católica del matrimonio y de la vida de familia, los dos acordaron dejar de usar anticonceptivos. Asistieron a un breve curso sobre planificación familiar natural en el que aprendieron a interpretar las señales de la fertilidad de Sandra. Ambos descubrieron que ese conocimiento es empoderador, ya que lleva a asumir la responsabilidad conjunta de elegir el momento de mantener relaciones sexuales y de planificar el tamaño de la familia.
La corrección y el perdón
A veces Ken y Sandra se enfrentaron al obstáculo compartido de no saber cómo corregir amablemente la conducta egoísta del otro. Ni los padres de ella ni los de él se habían corregido nunca con ternura y cariño, de modo que desconocían esa práctica. No obstante, cuanto más motivados se sentían para eliminar el egoísmo de su matrimonio, más rezaban pidiendo la gracia de aprender a corregirse el uno al otro siguiendo el consejo de san Pablo: «Enseñaos con la verdadera sabiduría» (Col 3, 16).
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