Por supuesto, no le cuentas a una mujer que vas a hacer algo que la molestaría. Las cosas se hacen y ya está; después, se dicen. De inmediato, para acabar pronto con sus quejas y todas las tonterías. O se espera el mayor tiempo posible, para no tener que soportarlas. Depende. Esta era una de las ocasiones en que había que hacerlo al momento, ya que Ned no podía ofrecer una explicación plausible para que el bebé no estuviera allí cuando Michaela regresara de la fiesta en casa de su hermana, a la que le había permitido asistir.
Ella se sorprendió cuando le dijo que podía ir. No era propio de él. No aprobaba que estuviera fuera de casa de noche sin él, en especial ahora que era tan importante para ella recuperar fuerzas para regresar a su trabajo matutino en el hospital. El dinero que ganaba como enfermera le resultaba útil, pues iba a una cuenta especial para la que tenía grandes planes, y las semanas en que no recibía ningún crédito por los servicios de ella lo irritaban. No le gustaba perder ese dinero.
Pero, en esta ocasión, la fiesta fue un golpe de suerte, y Ned hizo un buen trabajo al decirle que se merecía un poco de diversión, y que incluso podía quedarse hasta medianoche si quería. Aquello le dio el tiempo suficiente para que el tipo de T. G. trajera los papeles para que los firmara —y recibiera aquella hermosa transferencia de dinero—, y para que Ned entregara al bebé junto con toda su ropa, juguetes y demás. Tuvo especial cuidado en que no quedara nada que recordara a Michaela al niño, aunque aquello significó tener que subir y revisar la habitación personalmente, y era alérgico al spray no tóxico que usaban allí, que le hacía toser, atragantarse e hincharse como un sapo. Pero quería asegurarse de que todas las cosas del bebé desaparecieran.
Sospechaba que Michaela guardaba una holografía del bebé en alguna parte de su persona, tal vez en el camafeo que llevaba todo el tiempo, y tendría que encargarse de aquello cuando estuviera dormida. No tenía sentido montar una escena al respecto y alterarla, esa no era la manera de tratar a una mujer. A excepción del holograma, no había nada más. Los archivos y las copias de seguridad que necesitaba si Trabajo Gubernamental trataba alguna vez de echarse atrás estaban en sus ordenadores, en el ordenador de su contable y en la caja fuerte de su abogado. No había nada que ella pudiera ver u oler. Lo había dispuesto todo como si nunca hubiera habido un bebé. Y nunca debería haberlo de nuevo. Era culpable de la mala planificación al no prever aquello; estaba dispuesto a admitirlo. Habría evitado todas aquellas molestias si lo hubiera pensado un poco.
Y se sintió orgulloso de ella, porque lo aceptó como la auténtica dama que era. Estaba preparado para una escena, y estaba dispuesto a enfrentarse a las típicas histerias y tonterías femeninas. Pero ella no dijo ni una palabra. Sus ojos que tanto le gustaban, de un azul oscuro como flores de aciano, se abrieron de par en par, y vio que daba un pequeño respingo, como si la hubieran golpeado y le hubieran arrebatado el aire. Pero no dijo nada. Cuando él le contó que tenía que ir a la clínica por la mañana y ser esterilizada antes de que sucediera de nuevo, Dios no lo quisiera, ella palideció un poco y adquirió aquella hermosa expresión que tenía cuando estaba asustada.
Le hizo algunas preguntas, y él le dio respuestas breves que no la informaban más que de lo estrictamente necesario. Había ofrecido al bebé, y eso era todo. Le recordó que aquello era algo de lo que cualquier norteamericano de bien estaría orgulloso, pues era un sacrificio heroico por el bien de los Estados Unidos de América, la Tierra entera y todas sus colonias, por el amor de Dios. Le explicó con mucho cuidado que, mientras los lingos no cumplieran con su condenado deber y pusieran a sus bebés a trabajar en los lenguajes no humanoides, mientras continuaran con su jodida traición, quedaba en las manos de la gente normal dar un paso al frente y mostrarles que podían hacerlo ellos mismos sin su ayuda, y al demonio con los lingos. Todo el mundo sabía que los lingos conocían cómo llegar a las lenguas no humanoides, si no disfrutaran tanto de mantenerlo en secreto. Pasó un buen rato explicándole a Michaela que todo era culpa de los lingüistas. Y le dijo que el presidente les enviaría una nota de agradecimiento, sin dar detalles, claro, ya que la versión oficial era que el Gobierno no tenía ninguna conexión con T. G., pero podrían contárselo a un par de amigos íntimos.
Sería una historia magnífica, en especial si el Presidente llamaba, y a Ned le habían contado que a veces lo hacía; ya sabía cómo la comenzaría. Cuando Michaela le dijo que no comprendía por qué la agencia se llamaba Trabajo Gubernamental si se suponía que el Gobierno no tenía nada que ver con ella, advirtió que aquello sería un buen añadido a la historia, le palmeó el trasero con cariño y le explicó el viejo refrán: «Bastante bueno para trabajo gubernamental», solían decir. Lo que fuera que eso significara.
No le habló del dinero porque no quería que pensara cosas raras, y las mujeres siempre lo hacen. Se la imaginaba hablando de la fuente que su estúpido cuñado había permitido que su hermana pusiera en el salón, y entonces le diría que con diez mil créditos podía instalarle una igual. No. Le compraría algo bonito, pero sería algo que necesitara, no una pieza de basura que tan solo deseaba porque otra mujer tenía una igual. Y dejó entrever, al final de la discusión, que planeaba algo especial para ella. Había que reconocerlo, después de todo; para ser una mujer, era muy sensata.
—¿Sabes, Mikey? —dijo, feliz y orgulloso de no demostrarlo—, para ser mujer, eres terriblemente sensata. De verdad.
Ella le sonrió, y él admiró la encantadora curva en las comisuras de sus labios: había especificado una sonrisa así cuando aún buscaba esposa.
—Gracias, querido —contestó ella, puro azúcar, puro dulce azúcar, sin mostrar siquiera un mohín porque él la había llamado «Mikey», cosa que odiaba. ¡Demonios, «Mikey» era bonito! No le importaba decir «Mi-cha-e-la» delante de gente, la complacía casi siempre, pero le gustaba llamarla «Mikey», era cómodo. Al pensarlo, lo repitió, y extendió la mano para tirar de las horquillas del pelo para que tuviera que arreglárselo otra vez. Parecía molesta, y él se rio. Dios, qué guapa estaba cuando se contrariaba, era un hombre muy afortunado, y se encargaría de regalarle algo realmente especial.
—Deja que te cuente lo que sucedió en la maldita reunión —empezó a decir, a la vez que observaba los rápidos movimientos de sus dedos al reparar el desastre que había provocado en el cabello de seda—. Ahora verás, cariño, fue la peor basura que MetaComp ha intentado hasta el momento, si sabes a lo que me refiero, y siempre lo sabes, ¿verdad, dulzura? Deja que te lo cuente, es muy bueno. Estábamos todos allí sentados…
Se detuvo y dio una larga y placentera calada a su cigarrillo, dejándola expectante, disfrutando del momento. Expulsó las volutas azules de humo por la nariz, le sonrió, aguantó, aguantó… Y entonces, cuando estuvo preparado, continuó y le contó lo que había sucedido. Y ella escuchó y le prestó toda su atención, como antes de la llegada del bebé, sin decir una sola palabra referente a que eran las tres de la madrugada o algo por el estilo. ¡Dios, que su casa volviera a ser como antes era maravilloso! Se sentía tan bien que bebió cuatro vasos de whisky, y supo que no estaría despierto para el desayuno especial de los sábados que ella encargaba siempre: jamón, huevos, gofres y fresas, por Dios, y si las fresas le producían urticaria, pues que lo hicieran. Estaba preparado. Pero no estaría despierto para todo aquello, no aquella mañana.
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