1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Peter se quedó en silencio. Piddle lo miró. Una pequeña sonrisa jugueteaba en las comisuras de sus labios.
—Esta noche tu alma no va a ir a dar una vuelta, ¿verdad?
Peter negó con la cabeza.
—De acuerdo. Ya lo tengo claro. Gracias por el picoteo, estaba rico. Especialmente los quesitos de La vaca que ríe. —Se levantó, giró sobre sus talones y salió del piso dando un portazo.
—Piddle es el ejemplo perfecto del lavado de cerebro al que nos han sometido durante los últimos cincuenta años —dijo Peter—. Está completamente encerrado en su cuerpo, secuestrado por una mentalidad materialista. Me da pena. Es nuestro deber intentar que estas personas eleven su estado de conciencia. Tenemos que enseñarles a ver su propia grandeza para que quieran liberarse de la prisión en la que están cautivos. El futuro del planeta está en juego. No podemos ir por ahí jugando con nuestras habilidades. Tenemos obligaciones más importantes.
Peter y Mikael se pasaron el resto de la noche dando lecciones sobre las fuerzas malignas que se habían propuesto boicotear a la cienciología. Dijeron que esas fuerzas malignas llevaban siglos lavándole el cerebro a la humanidad para que la gente se considerara a sí misma un trozo de carne, en lugar de lo que eran en realidad: criaturas de un nivel más elevado. Peter sacó un libro que había sido publicado dos años antes, Operación control de mentes , que revelaba cómo el gobierno de Estados Unidos se había servido de la hipnosis y las drogas para transformar a personas normales en mercenarios y espías.
Hablaron de las culturas altamente desarrolladas que habían existido millones de años atrás. De Atlantis, von Däniken y Jonathan Livingstone Seagull, la gaviota que no quiso ser como las otras gaviotas, que rechazó la felicidad de limitarse a pescar y seguir a la bandada, que quería saber cuáles eran sus límites, cuán alto y cuán lejos podía volar. Al final de la noche, Jenny había olvidado por completo que Pidde había estado allí.
Se sentía como si estuviera drogada. Drogada de cienciología, de aquellas personas que querían hacer tanto bien y que estaban convencidas de que Jenny había empezado a utilizar sus habilidades ocultas. Todo aquello había tocado algo muy profundo dentro de ella, un hilo del que hasta ahora no había sido consciente, que había hibernado en su interior durante los diecisiete años que había durado su vida y que ahora empezaba a vibrar. Un anhelo que había notado en alguna ocasión, pero al que no había sido capaz de darle un nombre. Por primera vez en su vida, se sentía exultante, colmada de una energía poderosa que la hacía invencible.
Cuando Jenny y Stefan estaban a punto de irse, Peter salió al vestíbulo.
—¿Qué pensáis de lo que ha ocurrido antes con Piddle? —les preguntó.
Jenny no estaba segura de lo que debía decir. Stefan contestó:
—Bueno, Piddle es un comunista enajenado, así que no me ha sorprendido nada. Si te soy sincero, no entiendo por qué lo has invitado, pero creo que podrías haberle seguido la corriente. Ahora da la impresión de que algo ha quedado inconcluso, y eso me fastidia. Realmente me habría gustado verte ganar, aunque creo que entiendo tu postura.
Peter sonrió.
—He considerado seriamente aceptar su reto —dijo—. Pero por suerte me lo he pensado mejor. Usar mi habilidad de esta forma está estrictamente prohibido. Además, aunque lo hubiera hecho y hubiera probado que funciona, no creo que Piddle se hubiera rendido. Es un buen chico que quiere hacer lo correcto, pero el comunismo es una ideología engañosa que se abandera con la consideración por los demás para esconder lo que en realidad pretende: la esclavitud. Nosotros queremos emancipar a la humanidad, darle libertad espiritual y física, asegurarnos de que la gente tiene la oportunidad de explotar todo su potencial y de usar este potencial para hacer el bien.
Jenny y Stefan anduvieron en silencio cogidos de la mano el primer trecho desde la calle Vallgatan, donde estaba el apartamento de Peter. Giraron a la derecha en el parque Amiralitet para pasar por Stortoget y llegar hasta Kungsplan, donde Jenny tenía que coger un bus a Hästö. En la calle Södra Smedjegatan, Jenny vio a un grupo de gente de distintas edades que salía en masa de un restaurante elegante. Reconoció a los padres de un compañero de clase de noveno grado, Bosse, y se dio cuenta de que todas aquellas personas eran empleadas de una división del astillero de Karlskrona y que habían celebrado una cena de empresa. Miles de hombres y mujeres aún trabajaban en el astillero, a pesar de todos los recortes de los últimos veinte años. Su padre siempre había bromeado con que los alumnos que no se tomaban en serio los estudios acababan limpiando lonas en el astillero. Bosse había hecho prácticas allí, luego lo habían contratado un verano y, más tarde, consiguió un trabajo fijo de soldador. Todo el mundo lo envidiaba porque de repente tenía un montón de dinero y pronto se mudaría a su propio piso en el centro de la ciudad.
Jenny observó a los trabajadores del astillero, que iban muy arreglados, decirse adiós con la mano, y de pronto fue consciente de lo intrascendentes que eran sus vidas. Mujer, hijos, piso, quizás un coche. Esclavizados desde primera hora de la mañana hasta última hora de la tarde en su mortalmente aburrido y monótono trabajo en alguna máquina. Su único sueño: ahorrar suficiente dinero para comprarse una casa, y quizás también un barco de vela. Uno de madera, porque los karlskronitas despreciaban los barcos de fibra de vidrio.
Ella anhelaba algo distinto. Algo mucho más sustancial que un trabajo, una casa y un barco. Se detuvo y miró a Stefan, que se giró y clavó los ojos en Jenny.
—Stefan, quiero dar un paso más. Quiero asistir a cursos como oyente. Quiero ser una ciencióloga de verdad.
[1]. MEST: Materia, energía, espacio y tiempo, en sus siglas en inglés. (N. de la T.)
El día era silencioso como una tumba y abrasador como un horno. En la distancia, el cielo azul se iba aclarando poco a poco mientras el sol se deslizaba sobre las islas. Luke pasó por el parque Hogland de camino a la comisaría. Tenía sed y náuseas. Estaba pagando el precio de haber dejado que el ron corriera por sus venas. Su único consuelo era que se había ido pronto a la cama y había dormido profundamente.
Tres turistas polacos estaban sentados en la terraza de la parada de kroppkakors , una especie de empanadillas de cerdo y patata. Discutían a voces mientras engullían aquellas bolas grisáceas. Justo ahí, Viktor lo había convencido de que les diera una oportunidad. Hasta entonces, se había negado a meterse en la boca aquellas bolas blandurrias. Parecían kneidels , las típicas albóndigas judías que su tía solía servir con la sopa de pollo en su casa de Williamsburg los domingos. Luke las odiaba tanto como los rituales religiosos que sus tíos practicaban a diario. Eran buenas personas, pero estaban totalmente esclavizados por las ceremonias y las leyes judías. Los kroppkakors sabían distinto a los kneidels , y Luke había aprendido a saborearlos. Pero hoy no tocaba. Solo de verlos se le revolvió el estómago, y apartó la vista rápidamente.
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