Índice de contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 0
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Nota del autor
Título original: Kult
© Stefan Malmström 2019. All rights reserved. Originally published in the Swedish language under the title Hjärntvättad in 2017. English language edition © Stefan Malmström 2019
© de la traducción: 2020, Alba Serrano Giménez
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Diseño de cubierta y fotomontaje: Eva Olaya
Fotografía de cubierta: Shutterstock
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1.ª edición: octubre 2020
Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo:
© 2020: Ediciones Versátil S.L.
Av. Diagonal, 601 planta 8
08028 Barcelona
www.ed-versatil.com
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Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin autorización escrita del editor.
«La noche ha caído en nuestra tierra.
¡Las estrellas la iluminan, relucientes, brillantes!
Nuestros mundos pequeños deambulan, distantes.
La oscuridad parece no tener fin.
La oscuridad y el crepúsculo y la profundidad,
¿por qué? ¿Por qué los amo?
Aunque las estrellas erren lejos.
La tierra es aún el hogar de la humanidad».
Erik Blomberg
Todos los personajes que aparecen en este libro —excepto los personajes públicos reconocibles— son ficticios, y cualquier parecido con personas reales, ya estén vivas o muertas, es pura coincidencia.
A Luke le tembló la mano cuando intentó meter la llave en la cerradura. Algo iba mal, muy mal.
—¡Abre la puerta de una vez! —gritó Therese, la exmujer de Viktor, de pie detrás de Luke y al borde de la histeria. A las ocho y media de la tarde de un lunes, estaban ante la puerta del piso de Viktor, en la tercera planta del número 30 de la calle Alamedan, en el centro de Karlskrona.
Luke maldijo. La llave no quería entrar.
—Debes de haberte equivocado de llave —dijo Luke—. Esta no entra.
Therese lo agarró del brazo y trató de quitársela.
—Dámela. Ya lo hago yo.
Luke apartó el brazo con brusquedad.
—No, yo lo haré —le espetó, y al momento se sintió culpable por la aspereza de sus palabras. No era justo hablarle de ese modo a Therese. Tenía derecho a que la preocupación la consumiera. Viktor tendría que haber llegado con Agnes, la hija de cuatro años de ambos, a casa de Luke para cenar a las seis de la tarde, y de eso hacía ya dos horas y media. Luke había llamado a Viktor cuando pasaba una hora de la cita, pero no le contestó. Una hora más tarde, Luke, preocupado, decidió salir de su cabaña y se dirigió al piso de cinco habitaciones y 275 metros cuadrados de Viktor, en un espectacular edificio de ladrillo visto. Hacía tres años que Viktor, su mejor amigo, vivía allí. Desde que se había divorciado de Therese.
Al llegar a la tercera planta, Luke oyó música y pensó que Viktor estaría dentro con Agnes. Pero nadie respondía al timbre. Tras llamar y aporrear la puerta durante diez minutos, no le quedó más remedio que telefonear a Therese para pedirle su llave.
Sonaron cuatro tonos y Therese respondió. Se oía mucho ruido y conversaciones de fondo. Estaba en una fiesta de trabajo y se mostró irritada y nerviosa cuando le preguntó si le podía traer su llave. Había dejado a Agnes con Viktor a las cinco de la tarde y todo le había parecido normal. Le dijo que le llevaría la llave enseguida.
Cuando colgaron, Luke pulsó el botón del ascensor para mandarlo abajo, de manera que Therese no perdiera tiempo subiendo por las escaleras. Al cabo de diez minutos oyó que el ascensor se ponía en marcha y paraba en la tercera planta. Therese apareció ante él. Iba muy arreglada.
—No tendría que haber aceptado la custodia compartida. —Fueron las primeras palabras que salieron de su boca—. Viktor apenas puede cuidar de sí mismo. ¿Cómo va a cuidar de una niña?
Mientras le daba la llave a Luke, siguió quejándose:
—Ya me ha estropeado la noche. Estábamos celebrando el mayor encargo en toda la historia de la empresa y justo íbamos a sentarnos a cenar un menú de tres platos. Esta me la va a pagar, que le quede claro.
Unos minutos después, aquella calma contenida se había convertido en un pánico puro, visceral. Era la primera vez que Luke veía a una madre aterrorizada por la seguridad de su hijo, y le pareció la emoción más poderosa de la que había sido testigo en toda su vida. Incluso aumentó su desesperación por entrar al piso cuanto antes.
Inspeccionó la llave. Al principio pensaba que era una de esas que funcionan igual por las dos caras, pero ahora se daba cuenta de que quizás la había estado usando al revés. Le dio la vuelta y entró bien en la ranura. La giró y oyó el clic del cerrojo. Empujó la pesada puerta y el sonido de la música le martilleó los tímpanos. Era jazz .
«Qué raro —pensó—. A Viktor no le gusta el jazz ».
Encendió la luz del salón y entró en el piso, elegante y minimalista. Viktor no había reparado en gastos cuando se divorció de Therese. Había comprado aquel inmueble y lo había renovado casi por completo. Cocina nueva, baños por estrenar, suelos restaurados y una mano de pintura: una reforma integral. Había contratado a una empresa de decoración de interiores y le había dado vía libre. Le costó una fortuna, pero si alguien podía permitírselo era Viktor. El suelo del recibidor, de baldosas cuadradas blancas y negras, parecía un tablero de ajedrez. Las paredes eran blancas, y sobre un pequeño secreter negro colgaba una obra del artista de la provincia de Blekinge Kjell Hobjer: un gran pez rojo que ocupaba prácticamente todo el lienzo sobre un fondo azul brillante.
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