Luke volvió a mirar la frase.
—Además, esto está escrito como un poema. Viktor no escribía poesía. Es más, tampoco la leía. Solo le gustaban las novelas negras y los libros de psicología.
Anders Loman se frotó las manos.
—Suena extraño, eso es innegable —dijo—. Pero la nota estaba ahí, y hemos comprobado que salió de impresora de su casa. ¿Cómo explica esto?
—No lo sé —dijo Luke—. Solo sé que Viktor nunca le haría nada malo a su hija.
—¿Así que cree que alguien los mató? —preguntó Loman—. Si es así, ¿por qué? Por lo que sabemos, no robaron nada del apartamento. Tampoco hay signos de que forzaran la puerta. Además, hemos comprobado la cuenta bancaria y las acciones de Viktor y están intactas.
Luke se cubrió la cara con las manos, se dejó caer hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. No entendía nada. ¿Podía ser que estuviera equivocado sobre Viktor? Obviamente, todo el mundo tiene secretos. Pero ¿por qué iba a mentir Viktor sobre ser agnóstico? No tenía sentido.
Levantó la vista. Anders Loman lo miraba en silencio. Luke asumió que si seguía enrocado en que Viktor no había asesinado a su propia hija, no lograría avanzar.
—Entonces, ¿por qué Viktor no se tomó también ese polvo? —dijo Luke, cambiando de tercio—. ¿Por qué forzar a Agnes a que se lo tomara y luego ahorcarse? Anders se levantó e hizo una señal para darle a entender que la conversación había terminado.
—Sí, buena pregunta. Pero ¿quién sabe? Quizás pensó que era una forma más rápida de llegar a la otra vida. El veneno puede tardar horas en afectar al sistema nervioso y la respiración.
Luke se levantó, encajó la mano de Anders Loman y preguntó si podía ir al piso de Viktor. Dijo que necesitaba recoger algunos libros y cedés que le había prestado.
—Sería mejor que esperara unos días —dijo Loman—. El piso estará precintado hasta que tengamos los resultados de las autopsias. Hemos cambiado la cerradura y está prohibido entrar. Pero en cuanto el acceso esté permitido, me pondré en contacto con usted para que pueda ir a recoger sus cosas.
Luke asintió y salió del despacho. Ya fuera de la comisaría, miró el reloj y lo cegó la brillante luz del sol. Faltaba media hora para su cita con Karin Hartman, la psicóloga de Viktor, que había accedido a hablar con él inmediatamente. Estaba al corriente de lo que había ocurrido.
Se quedó de pie en la acera unos minutos. Ya no tenía náuseas, pero el calor lo mareaba. Tuvo que sentarse para pensar. Vio un banco al otro lado de la calle, cruzó y se sentó. Se sentía como si estuviera dentro de un acuario, mirando lo que ocurría a través del cristal. La imagen que tenía de Viktor había cambiado por completo. Pensaba que lo conocía bien, pero estaba claro que se había equivocado. Viktor tenía ciertas ideas… ideas desesperadas que no compartía con él.
Miró hacia el edificio de la comisaría. Anders Loman lo observaba de pie junto a la ventana. Sus meses de formación con el FBI habían impresionado a Luke. Además, parecía competente y educado. Luke no estaba acostumbrado a eso en lo que respectaba a los policías. Loman lo saludó. Luke respondió levantando la mano y empezó a caminar lentamente hacia el sur de la ciudad.
Ya conocía a Karin Hartman. La había visto algunas veces. La primera había sido dos años atrás, cuando llevó a Viktor a la clínica privada de Ronnebygatan después de que sufriera un episodio depresivo menor. Karin irradiaba inteligencia y competencia, y le cayó muy bien. Sabía que Viktor todavía la visitaba, aunque no tan a menudo como cuando había estado realmente mal. Karin era especialista en depresión e incluso había publicado un libro al respecto.
Luke cogió el ascensor hasta la quinta planta y entró por la puerta señalizada: «Nivel sanitario 5». La doctora compartía recepción y espacio con otros trabajadores autónomos del sector sanitario: un masajista, una osteópata y un especialista en mindfulness . Aquella sala le recordaba a un spa : iluminación tenue, mobiliario en tonos claros, velas aromáticas en los alféizares de las ventanas y una pequeña fuente borboteante que transmitía calma y armonía.
Se dirigió a la recepción y, cuando estaba a punto de tomar asiento en la sala de espera, Karin salió de su despacho. Tenía unos sesenta años y el pelo rubio cortado a lo paje. Era bajita y rechoncha, llevaba gafas de pasta negra y un vestido estampado. Tenía una mirada avispada pero tranquila. Fue hacia Luke y lo abrazó.
—Siento muchísimo lo que ha ocurrido, Luke —dijo—. Ven, vamos a mi despacho.
Si no fuera por el escritorio, podrían haber estado en el salón de una casa particular. Junto a la ventana de principios del siglo xx había dos sillones negros pulcros y elegantes y una mesita redonda de cristal. Una estantería llena de libros de medicina y psicología cubría todo el lateral de la estancia. Bonitas litografías colgaban de las paredes. Y, por supuesto, había un sofá: un mueble cómodo y acogedor, no del estilo austero y geométrico que a menudo aparecen en las películas intelectuales estadounidenses.
Karin invitó a Luke a sentarse en el sofá.
—¿Quieres algo? ¿Café, té?
Le dijo que no.
—Te agradezco que me recibas con tan poca antelación —dijo Luke.
—Es lo menos que puedo hacer. Viktor era un paciente que tenía en gran estima.
Karin parecía una modelo del catálogo de Gudrun Sjödén. Se movía con gracia. «Todavía es guapa —pensó Luke—. De joven debió de ser preciosa». Se sentó en uno de los sillones negros.
—Normalmente solo hablo de los pacientes con sus familiares, si tengo el permiso del paciente, claro —continuó—. Pero no queda nadie vivo de la familia de Viktor, y como me contó que teníais una relación muy estrecha, haré una excepción. Seguramente estés pensando por qué no pudiste anticiparte —continuó Karin, expresando precisamente lo que obsesionaba a Luke.
—He empezado a cuestionar mi juicio —contestó Luke—. No puedo entender cómo se me pasó por alto.
—No eres el único. Yo he estado aquí sentada con Viktor durante muchos meses, hablando detalladamente sobre su vida emocional, y tampoco pude preverlo.
Se reclinó en el sillón, descansó las manos en el regazo y negó con la cabeza mientras hablaba.
—Si lo hubiera visto venir, me habría asegurado de que me visitara con más frecuencia y de que recibiera atención inmediata.
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