Stefan Malmström - Secta

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Basada en hechos reales la cienciología desde dentro. Kalstrona, Suecia.Cuando los cuerpos de Viktor Spandel y su pequeña de cuatro años aparecen sin vida en su domicilio, la policía concluye que el hombre ha matado a su hija y luego se ha suicidado. Pero Luke Bergmann, el mejor amigo de Viktor, cree que se equivocan: sabe que Viktor jamás cometería un crimen así.Decidido a sacar la verdad a la luz, Luke descubrirá la oscura conexión de Viktor con la cienciología en los años 90, un vínculo que lo une a un reducido grupo de personas que ocultan un grave secreto. Y todas ellas corren peligro.Pero Luke tiene un pasado como jefe de seguridad de uno de los mayores capos de la mafia de Brooklyn, con el que tendrá que lidiar si quiere vencer a sus propios demonios y sobrevivir. Un 
thriller que se adentra en la parte más siniestra de la cienciología.

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—Cuando en­c­ien­da el e-metro, sen­ti­rás que una pe­q­ue­ña co­rr­ien­te eléc­tri­ca pasa por tu cuerpo y vuelve al apa­ra­to —aclaró.

Jenny le­van­tó las cejas.

—Tran­q­ui­la —dijo Peter—, la co­rr­ien­te es de­ma­s­ia­do débil para causar daños, tan débil como la ba­te­ría de una lin­ter­na. Puedes re­la­jar­te. —En­cen­dió el apa­ra­to y miró a Jenny—: No notas nada, ¿verdad?

Jenny negó con la cabeza.

—Ahora mira la flecha.

Jenny se in­cli­nó y vio que la flecha apun­ta­ba hacia arriba, a la mitad del se­mi­cír­cu­lo. Prác­ti­ca­men­te no se movía, solo vi­bra­ba le­ve­men­te.

—Sigue mi­ran­do. Yo te con­ta­ré un chiste. Tú es­cú­cha­me y no dejes de mirar la flecha. Esto son dos to­ma­tes que van an­dan­do por la ca­rre­te­ra y uno le dice al otro: «Cui­da­do, que viene un camión». «¿Un qué?». «Un chof».

Jenny rio. La aguja había em­pe­za­do a mo­ver­se. Ya se sabía el chiste, pero siem­pre le hacía gracia.

—¿Has visto lo que ha hecho la flecha? —le pre­gun­tó Peter.

—Sí. Ha em­pe­za­do a mo­ver­se justo cuando he sabido qué chiste ibas a contar.

—Bien. Lo que ha pasado es que pri­me­ro tu mente se re­sis­tía, pero cuando tus pen­sa­m­ien­tos se han vuelto po­si­ti­vos, has bajado la guar­d­ia y la ener­gía ha cam­b­ia­do. Cuando ocurre esto, de­ci­mos que la flecha fluye: se mueve de forma uni­for­me, des­li­zán­do­se por la línea con pasos pe­q­ue­ños. En te­ra­p­ia, uti­li­za­mos el e-metro para iden­ti­fi­car las ex­pe­r­ien­c­ias ne­ga­ti­vas que tienen lugar en un estado de PC, es decir, de pre-cla­ri­dad. Las per­so­nas te­ne­mos ten­den­c­ia a blo­q­ue­ar todo aq­ue­llo que nos causa dolor. La psi­co­lo­gía los llama tr­au­mas a estos acon­te­ci­m­ien­tos, pero no­so­tros los lla­ma­mos en­gra­mas. El blo­q­ueo de en­gra­mas es un me­ca­nis­mo de su­per­vi­ven­c­ia: nues­tras per­cep­c­io­nes sen­so­r­ia­les se al­ma­ce­nan en el sub­cons­c­ien­te para que po­da­mos iden­ti­fi­car­las y así evitar si­t­ua­c­io­nes pa­re­ci­das en el futuro. El pro­ble­ma es que si tienes de­ma­s­ia­dos en­gra­mas em­p­ie­zas a sen­tir­te mal y a actuar sin ton ni son. De hecho, los en­gra­mas son la causa de todas las en­fer­me­da­des men­ta­les y pro­vo­can mucho su­fri­m­ien­to. Por eso uso el e-metro: me ayuda a ver el mo­men­to en que tus pen­sa­m­ien­tos chocan con un en­gra­ma, porque justo en­ton­ces la aguja da una sa­cu­di­da brusca. Así puedo ayu­dar­te a re­cu­pe­rar el re­c­uer­do que tienes que sacar a la luz. Cuando ese re­c­uer­do pasa de tu sub­cons­c­ien­te a tu cons­c­ien­te, tam­bién li­be­ras la ener­gía ne­ga­ti­va que con­t­ie­ne. ¿Me sigues?

Jenny asin­tió y se irguió en el sillón. Sentía ma­ri­po­sas en el es­tó­ma­go.

—Cuando al­g­u­ien libera todos sus en­gra­mas llega al nivel Cla­ri­dad. A un Cla­ri­dad ya no le afec­tan los en­gra­mas. Es sen­ci­lla­men­te una per­so­na in­te­li­gen­te, sa­tis­fe­cha y feliz, una per­so­na que tiene su vida bajo con­trol.

Peter giró el e-metro para ver el mo­ni­tor. Luego sacó una li­bre­ta grande y un bo­lí­gra­fo.

—¿Qué te parece? —pre­gun­tó.

—Pues genial —con­tes­tó Jenny—. Emo­c­io­nan­te.

—Bien. Manos a la obra, pues. Em­pe­za­re­mos con una serie de en­gra­mas sobre el dolor de cabeza.

Miró el e-metro y apuntó algo en la li­bre­ta. Jenny empezó a tener es­pas­mos en las manos y las relajó para no apre­tar tanto las latas. Peter le­van­tó la vista:

—Te re­co­m­ien­do que bus­q­ues una forma cómoda de co­ger­las y que luego trates de que­dar­te quieta. Si mueves la mano, afec­tas el mo­vi­m­ien­to de la aguja.

Jenny asin­tió.

—Estaré quieta —pro­me­tió.

—Bien. Em­pe­ce­mos. Piensa en la última vez que tu­vis­te dolor de cabeza.

La res­p­ues­ta llegó con ra­pi­dez.

—Creo que fue hace dos meses. Des­pués del curso de co­mu­ni­ca­ción de tres horas que hice aquí, al llegar a casa tuve una ja­q­ue­ca re­pen­ti­na, y cuando me metí en la cama me dolía mucho. Me tuve que tomar un ibu­pro­fe­no y todo.

Peter le pidió que le diera más de­ta­lles. Jenny tuvo que hacer un gran es­f­uer­zo para re­cor­dar­los. Hasta que no contó la misma his­to­r­ia tres veces, Peter no pro­si­g­uió.

—¡Bien! La aguja ya fluye —dijo con una gran son­ri­sa. Luego le pre­gun­tó si re­cor­da­ba haber tenido ja­q­ue­cas en cir­cuns­tan­c­ias si­mi­la­res. A Jenny no le solía doler la cabeza y al prin­ci­p­io no se le ocu­rrió nada, pero fi­nal­men­te se acordó de la pri­me­ra vez que había bebido al­co­hol. Cogió una bo­rra­che­ra tre­men­da y al día si­g­u­ien­te se le­van­tó con resaca. Peter le hizo las mismas pre­gun­tas sobre aq­ue­lla oca­sión y luego pa­sa­ron a la si­g­u­ien­te ex­pe­r­ien­c­ia. Jenny le contó que a los seis años se había caído de la mesa del co­me­dor y se había ab­ier­to la frente. To­da­vía tenía la ci­ca­triz. Se sabía aq­ue­lla his­to­r­ia porque sus padres la con­ta­ban a menudo, pero en re­a­li­dad ella no se acor­da­ba de nada. Aun así, al final, Peter —Jenny no supo cómo— con­si­g­uió que ella res­ca­ta­ra los de­ta­lles que per­ma­ne­cí­an es­con­di­dos en su mente. O por lo menos eso pensó Jenny. Cuando tu­v­ie­ron bien clara la his­to­r­ia, Peter re­pi­tió:

—¿Re­c­uer­das algún mo­men­to an­te­r­ior en el que tu­v­ie­ras ja­q­ue­ca?

Jenny lo miró. No podía creer lo que le estaba pre­gun­tan­do.

—Pero Peter, ahora nos es­ta­mos re­mon­tan­do a cuando era una bebé. Soy in­ca­paz de re­cor­dar si me hice daño o si tuve dolor de cabeza cuando era tan pe­q­ue­ña.

Él no dijo nada. Esperó a que ella ha­bla­ra. Jenny se quedó en si­len­c­io y trató de pensar. Se ima­gi­nó a sí misma de bebé, pero aparte de eso tenía la mente en blanco.

—No. No con­si­go re­cor­dar nada.

—Te lo vol­ve­ré a pre­gun­tar. Ve a un mo­men­to previo en el que tu­v­ie­ras ja­q­ue­ca.

Peter no se rendía. Jenny volvió a in­ten­tar­lo. Se quedó en si­len­c­io. Luego le entró la risa.

—¿Qué ocurre? —pre­gun­tó Peter.

—Que veo a una bebé que se res­ba­la del cam­b­ia­dor y cae a la bañera. Pero solo me lo estoy in­ven­tan­do para no de­cep­c­io­nar­te.

Peter la miró tran­q­ui­la­men­te.

—Des­cri­be lo que ves.

Lo hizo, y se le ocu­rr­ie­ron mu­chí­si­mos de­ta­lles. O quizás los re­cor­dó. No sabía si la his­to­r­ia era cierta o falsa, pero en ese mo­men­to le im­por­ta­ba bien poco. Las pa­la­bras flu­ye­ron con una fa­ci­li­dad asom­bro­sa. Pensó que ten­dría que pre­gun­tar­le a su madre si de bebé se había caído en la bañera y se había dado un golpe en la cabeza. Des­pués de contar la his­to­r­ia varias veces, Peter dijo que la aguja fluía y le hizo la pre­gun­ta de nuevo:

—Ve a un mo­men­to previo en el que tu­v­ie­ras ja­q­ue­ca.

Jenny volvió a mi­rar­lo. Lo decía to­tal­men­te en serio. Ella trató de pensar en algún mo­men­to an­te­r­ior a 1972, el año de su na­ci­m­ien­to.

La sala se quedó en si­len­c­io mucho tiempo. Como no se le ocu­rría nada, le empezó a entrar sueño. Peter volvió a decir lo mismo. Jenny se in­cor­po­ró.

—Eso es —dijo Peter de pronto, mi­ran­do el e-metro—. ¿Qué ha sido eso? ¿En qué acabas de pensar?

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