—Cuando encienda el e-metro, sentirás que una pequeña corriente eléctrica pasa por tu cuerpo y vuelve al aparato —aclaró.
Jenny levantó las cejas.
—Tranquila —dijo Peter—, la corriente es demasiado débil para causar daños, tan débil como la batería de una linterna. Puedes relajarte. —Encendió el aparato y miró a Jenny—: No notas nada, ¿verdad?
Jenny negó con la cabeza.
—Ahora mira la flecha.
Jenny se inclinó y vio que la flecha apuntaba hacia arriba, a la mitad del semicírculo. Prácticamente no se movía, solo vibraba levemente.
—Sigue mirando. Yo te contaré un chiste. Tú escúchame y no dejes de mirar la flecha. Esto son dos tomates que van andando por la carretera y uno le dice al otro: «Cuidado, que viene un camión». «¿Un qué?». «Un chof».
Jenny rio. La aguja había empezado a moverse. Ya se sabía el chiste, pero siempre le hacía gracia.
—¿Has visto lo que ha hecho la flecha? —le preguntó Peter.
—Sí. Ha empezado a moverse justo cuando he sabido qué chiste ibas a contar.
—Bien. Lo que ha pasado es que primero tu mente se resistía, pero cuando tus pensamientos se han vuelto positivos, has bajado la guardia y la energía ha cambiado. Cuando ocurre esto, decimos que la flecha fluye: se mueve de forma uniforme, deslizándose por la línea con pasos pequeños. En terapia, utilizamos el e-metro para identificar las experiencias negativas que tienen lugar en un estado de PC, es decir, de pre-claridad. Las personas tenemos tendencia a bloquear todo aquello que nos causa dolor. La psicología los llama traumas a estos acontecimientos, pero nosotros los llamamos engramas. El bloqueo de engramas es un mecanismo de supervivencia: nuestras percepciones sensoriales se almacenan en el subconsciente para que podamos identificarlas y así evitar situaciones parecidas en el futuro. El problema es que si tienes demasiados engramas empiezas a sentirte mal y a actuar sin ton ni son. De hecho, los engramas son la causa de todas las enfermedades mentales y provocan mucho sufrimiento. Por eso uso el e-metro: me ayuda a ver el momento en que tus pensamientos chocan con un engrama, porque justo entonces la aguja da una sacudida brusca. Así puedo ayudarte a recuperar el recuerdo que tienes que sacar a la luz. Cuando ese recuerdo pasa de tu subconsciente a tu consciente, también liberas la energía negativa que contiene. ¿Me sigues?
Jenny asintió y se irguió en el sillón. Sentía mariposas en el estómago.
—Cuando alguien libera todos sus engramas llega al nivel Claridad. A un Claridad ya no le afectan los engramas. Es sencillamente una persona inteligente, satisfecha y feliz, una persona que tiene su vida bajo control.
Peter giró el e-metro para ver el monitor. Luego sacó una libreta grande y un bolígrafo.
—¿Qué te parece? —preguntó.
—Pues genial —contestó Jenny—. Emocionante.
—Bien. Manos a la obra, pues. Empezaremos con una serie de engramas sobre el dolor de cabeza.
Miró el e-metro y apuntó algo en la libreta. Jenny empezó a tener espasmos en las manos y las relajó para no apretar tanto las latas. Peter levantó la vista:
—Te recomiendo que busques una forma cómoda de cogerlas y que luego trates de quedarte quieta. Si mueves la mano, afectas el movimiento de la aguja.
Jenny asintió.
—Estaré quieta —prometió.
—Bien. Empecemos. Piensa en la última vez que tuviste dolor de cabeza.
La respuesta llegó con rapidez.
—Creo que fue hace dos meses. Después del curso de comunicación de tres horas que hice aquí, al llegar a casa tuve una jaqueca repentina, y cuando me metí en la cama me dolía mucho. Me tuve que tomar un ibuprofeno y todo.
Peter le pidió que le diera más detalles. Jenny tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordarlos. Hasta que no contó la misma historia tres veces, Peter no prosiguió.
—¡Bien! La aguja ya fluye —dijo con una gran sonrisa. Luego le preguntó si recordaba haber tenido jaquecas en circunstancias similares. A Jenny no le solía doler la cabeza y al principio no se le ocurrió nada, pero finalmente se acordó de la primera vez que había bebido alcohol. Cogió una borrachera tremenda y al día siguiente se levantó con resaca. Peter le hizo las mismas preguntas sobre aquella ocasión y luego pasaron a la siguiente experiencia. Jenny le contó que a los seis años se había caído de la mesa del comedor y se había abierto la frente. Todavía tenía la cicatriz. Se sabía aquella historia porque sus padres la contaban a menudo, pero en realidad ella no se acordaba de nada. Aun así, al final, Peter —Jenny no supo cómo— consiguió que ella rescatara los detalles que permanecían escondidos en su mente. O por lo menos eso pensó Jenny. Cuando tuvieron bien clara la historia, Peter repitió:
—¿Recuerdas algún momento anterior en el que tuvieras jaqueca?
Jenny lo miró. No podía creer lo que le estaba preguntando.
—Pero Peter, ahora nos estamos remontando a cuando era una bebé. Soy incapaz de recordar si me hice daño o si tuve dolor de cabeza cuando era tan pequeña.
Él no dijo nada. Esperó a que ella hablara. Jenny se quedó en silencio y trató de pensar. Se imaginó a sí misma de bebé, pero aparte de eso tenía la mente en blanco.
—No. No consigo recordar nada.
—Te lo volveré a preguntar. Ve a un momento previo en el que tuvieras jaqueca.
Peter no se rendía. Jenny volvió a intentarlo. Se quedó en silencio. Luego le entró la risa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Peter.
—Que veo a una bebé que se resbala del cambiador y cae a la bañera. Pero solo me lo estoy inventando para no decepcionarte.
Peter la miró tranquilamente.
—Describe lo que ves.
Lo hizo, y se le ocurrieron muchísimos detalles. O quizás los recordó. No sabía si la historia era cierta o falsa, pero en ese momento le importaba bien poco. Las palabras fluyeron con una facilidad asombrosa. Pensó que tendría que preguntarle a su madre si de bebé se había caído en la bañera y se había dado un golpe en la cabeza. Después de contar la historia varias veces, Peter dijo que la aguja fluía y le hizo la pregunta de nuevo:
—Ve a un momento previo en el que tuvieras jaqueca.
Jenny volvió a mirarlo. Lo decía totalmente en serio. Ella trató de pensar en algún momento anterior a 1972, el año de su nacimiento.
La sala se quedó en silencio mucho tiempo. Como no se le ocurría nada, le empezó a entrar sueño. Peter volvió a decir lo mismo. Jenny se incorporó.
—Eso es —dijo Peter de pronto, mirando el e-metro—. ¿Qué ha sido eso? ¿En qué acabas de pensar?
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