Stefan Malmström - Secta

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Basada en hechos reales la cienciología desde dentro. Kalstrona, Suecia.Cuando los cuerpos de Viktor Spandel y su pequeña de cuatro años aparecen sin vida en su domicilio, la policía concluye que el hombre ha matado a su hija y luego se ha suicidado. Pero Luke Bergmann, el mejor amigo de Viktor, cree que se equivocan: sabe que Viktor jamás cometería un crimen así.Decidido a sacar la verdad a la luz, Luke descubrirá la oscura conexión de Viktor con la cienciología en los años 90, un vínculo que lo une a un reducido grupo de personas que ocultan un grave secreto. Y todas ellas corren peligro.Pero Luke tiene un pasado como jefe de seguridad de uno de los mayores capos de la mafia de Brooklyn, con el que tendrá que lidiar si quiere vencer a sus propios demonios y sobrevivir. Un 
thriller que se adentra en la parte más siniestra de la cienciología.

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El centro estaba en un local de la calle Bryg­ga­re­ga­tan que había sido una tienda de mue­bles. Tenía ven­ta­na­les que daban a la calle, varias salas en la planta de abajo y un gran sótano que antes era el al­ma­cén.

Jenny aca­ba­ba de cum­plir die­ci­n­ue­ve años y en solo unos meses su vida había dado un vuelco. Des­pués de ter­mi­nar el ins­ti­tu­to, había en­con­tra­do su pro­pó­si­to, su motivo para vivir. Se había ido me­t­ien­do más y más en el mo­vi­m­ien­to, y ahora se de­di­ca­ba casi por com­ple­to a la cien­c­io­lo­gía. A Stefan, por el con­tra­r­io, todo aq­ue­llo no lo había se­du­ci­do del todo. Es más, en las se­s­io­nes de or­ien­ta­ción, que se hacían en el bosque, en lugar de pres­tar aten­ción se había de­di­ca­do a leer la in­for­ma­ción de los postes sobre la flora y la fauna. Así que Jenny y él se fueron dis­tan­c­ian­do. Dos meses atrás, ella asis­tió al curso de co­mu­ni­ca­ción y co­no­ció a un chico tan novato como ella. Se lla­ma­ba Daniel y era un año mayor, alto, tímido y con una son­ri­sa en­can­ta­do­ra.

El curso de co­mu­ni­ca­ción duraba una semana. El primer día tu­v­ie­ron que sen­tar­se en­fren­te de un com­pa­ñe­ro, con las manos en el regazo y los ojos ce­rra­dos. El ob­je­ti­vo de aquel ejer­ci­c­io era apren­der a co­nec­tar con los demás y a ser fe­li­ces en cual­q­u­ier si­t­ua­ción. Para ello era cru­c­ial no pensar en nada, sim­ple­men­te estar pre­sen­te. Des­pués tenían que pro­vo­car­se entre ellos, tratar de que al otro se le cayera la más­ca­ra. Daniel y Jenny rieron mucho ha­c­ien­do los ejer­ci­c­ios. Tam­bién ha­bla­ron en los des­can­sos y coin­ci­d­ie­ron en las sa­li­das gru­pa­les del final del día. Cuando es­ta­ban ter­mi­nan­do el curso, Jenny empezó a ena­mo­rar­se de Daniel, y se dio cuenta de que él sentía lo mismo. Quince días des­pués, rompió con Stefan y empezó a salir con él. Al cabo de un mes, se fueron a vivir juntos.

Daniel había hecho su pri­me­ra au­di­to­ría hacía dos días. Volvió a casa ple­tó­ri­co, pero no le contó nada a Jenny porque estaba prohi­bi­do. Ahora, por fin, ella tam­bién em­pe­za­ría su te­ra­p­ia.

Aquel día había mu­chí­si­ma gente en el centro. Jenny colgó el abrigo en la en­tra­da y fue a la pe­q­ue­ña re­cep­ción. Las pa­re­des es­ta­ban llenas de cua­dros, muchos de ellos con citas del fun­da­dor, L. Ron Hub­bard, o Ron, como lo lla­ma­ban los cien­ció­lo­gos que ya habían ter­mi­na­do la for­ma­ción. Había una cita que a Jenny le gus­ta­ba es­pe­c­ial­men­te: «Un hombre que no puede co­mu­ni­car­se está muerto. Un hombre que puede co­mu­ni­car­se está vivo». Detrás del mos­tra­dor col­ga­ba un cuadro de un puente que se aden­tra­ba en un sol enorme. Debajo de la imagen ponía: «El puente a la li­ber­tad».

En la sala grande con la mo­q­ue­ta de color marrón ver­do­so, que cuando aq­ue­llo fue una tienda había sido la zona de ex­po­si­ción de mue­bles, ahora había diez per­so­nas sen­ta­das por pa­re­jas ha­c­ien­do ejer­ci­c­ios de co­mu­ni­ca­ción. Las vi­dr­ie­ras es­ta­ban cu­b­ier­tas por dentro con pós­te­res del mo­vi­m­ien­to. Antes, como no había nada, los niños y los ado­les­cen­tes fis­go­ne­a­ban desde la calle, y luego em­pe­za­ron a ti­rar­les cosas y a es­cu­pir­les.

Maria, Ca­mi­lla y Mikael es­ta­ban al fondo de la sala le­yen­do libros de Ron. Los tres eran cien­ció­lo­gos de­di­ca­dos que tra­ba­ja­ban para el mo­vi­m­ien­to en su tiempo libre. La her­ma­na de Daniel, Åsa, aca­ba­ba de em­pe­zar el curso de co­mu­ni­ca­ción y en aquel mo­men­to estaba ha­c­ien­do los ejer­ci­c­ios en el centro de la sala. Peter estaba en el mos­tra­dor de la re­cep­ción to­man­do café y char­lan­do con George, el mítico y mís­ti­co inglés que había im­pul­sa­do el mo­vi­m­ien­to en Karls­kro­na. Jenny solo lo había visto de pasada una vez, pero había oído hablar mucho de él. George era im­por­tan­te. Tra­ba­jó con el fun­da­dor en los se­sen­ta y estuvo en el Apollo, el barco con el que Ron di­fun­día su men­sa­je por Europa y África. Todo el mundo ha­bla­ba de George con ve­ne­ra­ción. Decían que era muy in­te­li­gen­te y que fue una de las pri­me­ras per­so­nas en todo el mundo en al­can­zar el estado de TO VI, que era casi lo más alto que se podía llegar en el camino a la li­ber­tad es­pi­ri­t­ual. Jenny reunió todo su coraje antes de acer­car­se a ellos. Cuando Peter la vio, se le ilu­mi­nó la cara y se acercó a ella para darle un abrazo.

—¿Pre­pa­ra­da para el gran día?

—Sí. ¡Será tan emo­c­io­nan­te! An­te­a­yer, cuando Daniel volvió a casa des­pués de la sesión, estaba en­can­ta­do.

Peter dejó la taza en el mos­tra­dor y se giró hacia George, que estaba de pie dán­do­le ca­la­das a su pipa.

—George, esta es Jenny. Ya ha hecho el curso de co­mu­ni­ca­ción y viene para su pri­me­ra au­di­to­ría.

George se sacó la pipa de la boca, sonrió, le­van­tó la mano y le hizo una pe­q­ue­ña re­ve­ren­c­ia. Era bajito y del­ga­do, tenía una pe­ri­lla rubia y el pelo rojizo e iba todo ves­ti­do de color beis: el jersey, la camisa y los pan­ta­lo­nes de pinzas.

—Bien­ve­ni­da, Jenny. Es un placer co­no­cer­te —dijo en inglés.

Jenny no supo cómo com­por­tar­se con George. Se sentía in­se­gu­ra, in­ti­mi­da­da por todo lo que la gente decía sobre él. Pri­me­ro le dio la mano, pero luego le salió hacer una ge­nu­fle­xión. Se arre­pin­tió de in­me­d­ia­to. Se sentía como una niña pe­q­ue­ña.

—Gra­c­ias. He oído hablar mucho de ti. Me alegro de co­no­cer­te fi­nal­men­te —res­pon­dió, tam­bién en inglés.

Tan pronto como aq­ue­llas pa­la­bras sa­l­ie­ron de su boca, se dio cuenta de lo es­tú­pi­das que so­na­ban. ¿Que había «oído hablar mucho» de él? Ahora seguro que le pre­gun­ta­ría qué había oído y ella ten­dría que res­pon­der. Menos mal que Peter la salvó:

—George en­t­ien­de sueco, Jenny. Pero pre­f­ie­re hablar en inglés. —Le dedicó una gran son­ri­sa a George y le dijo en sueco—: Hablas nues­tra lengua, ¿verdad, George?

Lo dijo con un mar­ca­do acento inglés y dejó ir una car­ca­ja­da. George tam­bién rio con ganas, sol­tan­do un fal­set­to es­tri­den­te.

—¡Ya lo creo! —res­pon­dió George, to­da­vía riendo.

En­ton­ces Peter cogió a Jenny del brazo y la acom­pa­ñó a la sala de las au­di­to­rí­as. Era un es­pa­c­io pe­q­ue­ño con una bonita mesa de roble en el centro. A su vez, en el centro de la mesa había una cajita de madera con una pe­ga­ti­na re­don­da y roja en el medio. En la pe­ga­ti­na, una gran «s» se en­re­da­ba en dos trián­gu­los. De la caja salían dos cables, cada uno sujeto con un tor­ni­llo a una lata de alu­mi­n­io. Pa­re­cí­an latas de cer­ve­za en mi­n­ia­tu­ra, aunque no había nada es­cri­to en ellas. Peter se sentó en la silla de ofi­ci­na e invitó a Jenny a aco­mo­dar­se en el sillón.

—Esto es un e-metro —dijo Peter, le­van­tan­do la cajita de madera—. La pa­la­bra com­ple­ta es elec­tró­me­tro. Como ves, es un modelo an­ti­g­uo. Ahora los hacen de plás­ti­co, pero yo pre­f­ie­ro este. Es más au­tén­ti­co.

Abrió la tapa y la colocó como so­por­te del resto del apa­ra­to. Ahora, Jenny podía ver el in­te­r­ior de la caja. Tenía un mo­ni­tor ana­ló­gi­co que ocu­pa­ba gran parte de una su­per­fi­c­ie azul bri­llan­te de vidrio. Una flecha me­tá­li­ca se movía dentro del mo­ni­tor, apun­tan­do a una línea se­mi­cir­cu­lar que mar­ca­ba cuatro ve­lo­ci­da­des: salida, cre­ci­m­ien­to, caída y prueba. Debajo del vidrio había tres rue­de­ci­tas negras y, a la iz­q­u­ier­da, dos con­tro­les. Peter le pidió a Jenny que co­g­ie­ra una lata en cada mano.

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