Alberto S. Santos - Amantes de Buenos Aires

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Raquel está a punto de casarse en Buenos Aires cuando recibe la inesperada visita de un abogado portugués, que cambiará su vida por completo. Juntos reconstruirán la historia de los orígenes de ella, marcada por un amor contra todas las reglas, sangre y pasión.
Una fascinante saga familiar entre España, Portugal y la Argentina, basada en hechos reales, que se remonta a un siglo de historia.
Una novela apasionante que retrata cuatro generaciones de mujeres fuertes, que luchan por la verdad del pasado que las une.

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Mi novia querida:

Espero que te encuentres bien, por la gracia de Dios. Los días sin ti en La Coruña se hacen largos. Es como si a cada lugar que voy solo los recuerdos me castigaran por tu ausencia.

Hoy caminé por la plaza de María Pita, donde estudiaste y fuiste feliz. Donde paseé contigo y te besé a escondidas debajo de las arcadas en construcción. Todavía recuerdo al albañil que pasó justo después y nos asustó.

Ya hablé con el padre Berasaín. Tienes un confesor que te aprecia mucho y te manda saludos. Muy simpático y solícito, este jesuita. Me abrió las puertas y el corazón del párroco Cortiella, que ya inició los trámites para mi bautismo. No imaginas el asombro del hombre cuando notó que en una semana me había aprendido de adelante para atrás y de atrás para adelante el Catecismo de Astete, que él mismo me prestó, y le dije que tú fuiste mi maestra. Y es verdad, eres mi maestra en todo lo que me hace feliz, sobre todo en el arte de amar, por eso, no fue nada difícil ser catecúmeno de tan bella catequista.

También te quiero informar que ya tenemos madrina de casamiento: Jacoba Loriga, una prima lejana de mi pobre madre, un amor de mujer, que no se acuerda de mi na­cimiento, pero que quedó muy conmovida al saber que, finalmente, tiene una familiar que no se olvidó de los pobres parientes que se quedaron aquí luchando por sobrevivir. Y por supuesto me encontró muy parecido a mi hermana, a quien no ve desde hace quince años. Lo único que no le gustó es que sea un hombre tan adicto al tabaco. Le tuve que contar que Elisa partió recientemente a La Habana, pobrecita, para ganarse la vida donde le dieran un trabajo y el cariño que tanto precisa. Y que este vicio del tabaco lo adquirí en Londres, donde está de moda y no hay hombre que se precie que no fume un buen puro.

Solo nos falta el padrino, aunque, si no hubiera nadie, el padre Cortiella ya me aseguró que el sacristán nos hará ese honor. A fin de cuentas es el padrino de casamiento de media feligresía, cada vez que no hay voluntarios.

Mi bautismo se fijó para el día 26 de mayo a la tarde. No te invito al sacramento porque tienes cosas más importantes que hacer.

Pero te espero aquí inmediatamente después. Avísales a todos que vienes a La Coruña a casarte conmigo y no te olvides de traer el respectivo permiso de trabajo, para que no haya problemas como aquella vez que fuiste a dar exámenes a Santiago y nos quedamos paseando por allí.

Tuyo, ahora y para siempre,

Mario

Amantes de Buenos Aires - изображение 253 Amantes de Buenos Aires - изображение 26

Buenos Aires, 2009

Siempre que necesitaba tomar alguna decisión importante, Raquel iba a un viejo sitio que quedaba en la calle Agüero, en Barrio Norte, entre las avenidas Del Libertador y Las Heras, muy cerca del Cementerio de la Recoleta.

Recordaba con nostalgia aquella época, unos doce años atrás, en que aquel pequeño espacio servía de inspiración a tantos jóvenes artistas sedientos de cosas originales y desafíos culturales. En ese tiempo, estaba deslumbrada con la Fuente de Poesía, la primera instalación de arte urbano de Buenos Aires, de Enrique Banfi y Silvana Perl, que desde 1997 le daba vida a aquel vacío urbano. Allí, a los pies de Bartolomé Mitre, desde el anochecer hasta el amanecer, cada cuarenta y cinco segundos, un proyector dibujaba continuamente en la pared ochenta efímeros versos de Borges, Neruda, Machado, Guillén o Girondo. Raquel tenía dieciocho años y allí, avanzada la noche, le había dado el primer beso a su novio, un muchacho de cabello largo y desgreñado, de barba hirsuta, que la había seducido con su pensamiento y sus palabras, tan estimulantes como la poesía que, en aquella fuente, salía de los libros que nadie leía y recuperaba la frescura, el sabor y la vitalidad con los que contagiaba a los amantes nocturnos. Y de quien se desilusionó cuando, un día, al pasar por allí de casualidad, lo encontró besando a un chico de su edad, diciéndole las mismas palabras con las que la había seducido a ella. Fue su primera decepción amorosa. Y quizás por eso había pasado muchos años sin leer siquiera un libro de poesía. Pero, superado el luto, se dio cuenta de que en ese momento el corazón de Guidobaldo Vero era el de un muchacho que todavía buscaba sitios seguros donde nutrir su inquieta alma de poeta. Ya más madura, Raquel empezó a cultivar una serena amistad con Guido Vero, como todos le decían, convencida de que un día sería reconocido por su talento. En muchas ocasiones él la iba a ver a la librería para ponerse al tanto y conversar sobre las novedades editoriales. En el fondo, Raquel le estaba agradeci­da porque, en aquella época, le había hecho conocer la Fuente de Poesía, que funcionaba como un espejo mágico. En la parte superior, sobre la piedra, el poema se afirmaba, inmutable, sobre el lienzo de granito, mientras, abajo, las palabras se movían sobre el agua, como si hablaran, a merced del viento y de la temperatura de la noche.

Tantos años después, ya no era así. La poesía, cansada, como todo lo que se agota, no resistió a sus propios anticuerpos. En los saqueos nocturnos de finales de 2001, alguien robó la máquina que lanzaba poesía. Luego, la bella fuente circular se transformó en parada nocturna de los “trapitos”, los cuidadores de coches de los alrededores.

A pesar de todo, se había salvado lo que algún poeta callejero había escrito en letras naranjas fluorescentes sobre la pared verde: “El Amor Vence”. Raquel se detuvo a meditar en aquella frase. Pensó en su vida y también en la de su madre, la de su abuela y la de su bisabuela, de quienes, finalmente, poco sabía. ¿El amor habría vencido para esas mujeres que le habían dado la vida? ¿Y para ella?

Ensimismada en el mensaje que la había inquietado y en el recuerdo de otros tiempos, Raquel le dio un vistazo a su reloj, espantada. Probablemente Marcelo ya habría llegado. Miró a su alrededor, buscando su auto, algo aletargada por las débiles luces de la ciudad que se escapaban de la plaza, arriba, de los faroles de metal de las escalinatas y entre las arboledas del jardín del otro lado de la calle.

Entonces, percibió una figura por detrás, y se estremeció. Como un fantasma, había descendido rápidamente las escaleras de la peatonal Arjonilla. Raquel se dio vuelta a la defensiva. La cabeza del extraño se recortaba a contraluz de un farol, lo que le dibujaba un falso halo de santo y le impedía a Raquel distinguir su rostro. Tal vez fuese un trapito que quería unos pesos o algún objeto que le sirviese para conseguirlos.

–¡Mirá quién está acá!

Raquel tuvo un presentimiento y se escabulló hacia la derecha. Estaba en lo cierto: era la voz de él.

–¡Guido! No esperaba encontrarte acá. Es tan raro… –balbuceó, ruborizándose–. Incluso hace un rato pensé… –dijo y se detuvo.

–Es verdad, yo tampoco esperaba verte. A la tarde pasé por la librería y, como no estabas, tu aroma me guio hasta aquí.

–Mentiroso… Ya no me engañás más. Viniste para rememorar tus conquistas y cómo nos seducías con tu labia –bromeó Raquel.

–No lo niego ni te miento –respondió riéndose–. Cada persona que conocí siempre me dejó algo. Incluso puedo decir que soy una mezcla de todas. Para bien o para mal –por un momento, la sonrisa se le desdibujó del rostro, pero la joven no lo notó.

–¿Y conmigo aprendiste algo?

Guido empezó a abrir con los dedos sus rulos precozmente encanecidos, simulando que hacía memoria.

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