Escorado Infinito
Horacio Vázquez Fariña
ISBN: 978-84-18337-08-6
1ª edición, junio de 2020.
Editorial Autografía
Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona
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A mis Padres.
CICLO:equivalente a 1 año terrestre.
COT:100 estados (1,7 minutos).
DIM:3 radios planetarios rianos.
ESTADO:equivalente a un segundo. Oficialmente la transición media entre una emisión anterior y una nueva de 9´7 trillones de partículas k de energía-materia-energía.
ET:10 días terrestres.
M-SX:escala que va del 1 al 50, siendo cada unidad = 3 soles terrestres.
PÁRSEC:3,26 años luz.
QUIS:3 TAS (125,1 minutos ó 2 horas y 5 minutos.)
S.H.O.:Sistema Habitable Operativo. Varía en función de las coordenadas espaciales específicas de cuadrante y zona.
SIC:tiempo medio en completarse una rotación del planeta Ria, equivalente a 0,98 rotaciones terrestres.
TAMAÑO MEDIO:Sobre 2,8 Tierras.
TAS:2500 estados (41,7 minutos).
TI:equivale prácticamente a 1 metro terrestre.
Atrás quedaban las dos naves, heridas y llameantes, no en vano habían arremetido contra uno de los mejores modelos de navío interestelar riano. Impulsado por un sólo motor de masa-energía, que le proporcionaba una velocidad de crucero de cero con treinta y cuatro pársec por estado, no necesitaba demasiada protección añadida para eliminar obstáculos en su camino puesto que la misma onda energética producida por este, convenientemente dispuesta, era su mejor arma; generaba el mismo poder destructivo que una gran erupción de un sol de tamaño m-S6.
De dimensiones semejantes a las del planeta matriz, avanzaba sin dificultad atravesando el espacio con su llamativo aspecto fusiforme y su tieso apéndice piloso asomando en vanguardia, lugar donde el comandante Ist contemplaba pensativo la situación. Esta escena la había afrontado en demasiadas ocasiones pero no por ello resultaba menos trágico. En cualquier caso, no había tenido ni que molestarse por defender su pellejo, aunque fuese -paradójicamente al tamaño del transporte- el único pasajero a bordo, puesto que la misma nave contaba con mecanismos automáticos para repeler cualquier encontronazo contra quien diablos quisiera probar fortuna, tal y como así había ocurrido, una vez más. Las naves rianas habían sido diseñadas curiosamente para impedir la decisión operativa militar de sus mandos en tales circunstancias. Ante una refriega, la nave siempre decidía; y, por algún motivo que no lograba comprender, y menos asimilar, su veredicto siempre conjugaba al dedillo con el verbo aniquilar. Ninguna concesión al veto humano, ergo mala suerte para los atrevidos. Por eso Ría se había convertido en la potencia que era. Poco importaba que aquellos asaltantes hubieran sumado colaboración, entrega y hambre de pillaje, arrastrando con su decisión a la colonia de seres humanos que albergase, cuyo destino estaba ligado de por vida a las directrices de sus líderes: el resultado sería siempre, hasta el infinito, el mismo. Así pues, aunque sensiblemente más pequeñas, ambas naves iban a producir de un momento a otro ante sus ojos el precioso espectáculo de sendas megaexplosiones, en forma de pompa de plasma en increíble súbita expansión, hasta derretir el negro del vació como el del último estertor de una estrella cuando alcanza su máximo fulgor antes de desaparecer ¿Cuántas vidas había costado esta vez? ¿Tantas como la última? Posiblemente. No sería extraño por tamaño, pero también por el habitual carácter mixto de nave de combate y carga; porque también hogar y feudo del reyezuelo ávido de poder de turno. La experiencia le daba en ese caso las estadísticas más probables. Si un matemático contara las vidas que pudieran contener esas inmensidades, daría como resultado un extenso decimal tendente al cero; un porcentaje ridículo disperso dentro de un algo, a efectos, prácticamente vacío. Sí, el tamaño de las naves rianas empequeñecía hasta lo ínfimo las poblaciones más populosas que las habitaran ¿Cómo encarar tamaña locura? Imposible. Ist simplemente eludía buscar palabras para definir la ausencia total y absoluta de significado, sabiendo perfectamente que él no podía hacer nada y la nao era autónoma en autoprotección. La suerte estaba echada. Sólo el desconocimiento de esta circunstancia podía mover a alguien a atacar un monstruo de esas características y lo cierto era que las civilizaciones más alejadas de Ría siempre se llevaban todos los ases entre las menos competitivas en tecnología e información. Estas concretamente, estaban a mitad de camino; y se veía que aún tenían algo importante que aprender: como evitar la muerte segura. Si habían llegado a adquirir conocimiento suficiente para dotarse de velocidades superiores a la luz, esto era de lo más baladí, pues contaba como el reto más básico para adquirir un cierto grado de estatus interespacial. En realidad no habían desplegado más habilidad que la de esprintar un poco y obligar a adoptar posición de combate a su asediado pero mortífero aguijón. A aquellas t-velocidades el tiempo y la misma realidad se comportaban de un modo tan extraño que semejaba a efectos la apariencia de que la refriega se reproducía a una velocidad asimilable al ojo humano. Epílogo: como procedía la única operativa para estos casos, se desencadenaba una suerte de protocolos que derivarían sin otra solución en el exterminio del enemigo, porque una vez iniciados, nunca, nunca, nunca se detenían. Por ninguna razón. Ni siquiera por la huida de este. La rendición no estaba contemplada, punto.
Así pues, la nave tras detectar la esperada inferioridad de aquellos pobres locos pasados de revoluciones -aunque seguramente no muy amantes de los buenos modales- siguiendo el principio de “prudencia” riana, asestaba el golpe letal sin miramientos. Siempre, siempre, siempre era así. Nave habría podido eludir el encuentro perfectamente, pero con tal filosofía, el retador pasaba a ser inmediatamente considerado objetivo de caza. Así tuviera que hacer infinitos altos en su camino, esta aplicaría taxativamente su implacable normativa. Atacar una fragata interestelar de la Confederación suponía literalmente un suicidio, y esta… no era precisamente la pieza más importante de la flotilla ¿Quién podía narrar como testigo presencial una peripecia militar contra una nave riana salvo los propios rianos? Eso era algo desconocido para el resto de las civilizaciones, por lo tanto cada encuentro resultaba siempre una novedad para la otra parte. La única forma de aproximación era mediante encuentro previamente concertado. Las cosas eran así. Ist sabía perfectamente que no podía hacer nada, pero en tantas ocasiones se había preguntado... ¿por qué? ¿No podría existir un término medio, o simplemente más ecuánime? Más…, normal… ¿Qué clase de frustradas cuentas llevaba con la vida quien había diseñado o permitía tan injusto proceder? Su cerebro trataba en vano una y otra vez de encajar en su trastienda mental tantos holocaustos que había vivido.
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