***
Tres compartimentos después accedieron a la típica sala de recepciones. El General Yert, al que no conocía más que porque su micro postizo capilar le había identificado como tal, le aguardaba acompañado de sus respectivos metaphimorphoides; y, curioso, dos alféreces de grado 3, algo no muy habitual, pero en rigor, dentro de lo posible. “¿No le gusta la transferencia?”, fueron sus primeras palabras, en referencia a la relegada por Ist capacidad de Nave de teletransportar a sus tripulantes. “Y una mierda”, pensó él, pero despachó la curiosidad del otro con un irónico “es más perjudicial que el UMR”, aludiendo a la famosa droga que se empleaba por la Intendencia en interrogatorios a los “enemigos de Ria” para hacerles hablar hasta de lo más íntimo y recóndito de su cerebro con toda naturalidad. La perdición era tal que un gran porcentaje terminaba suicidándose tras conocer los resultados de sus revelaciones, que normalmente conducían al puro y duro exterminio de sus colegas. O peor aún: a sus familias, a través de represalias masivas contra las identificadas naves enemigas con la consiguiente muerte “colateral” de miles, cientos de miles, o millones de sus “sospechosos” acompañantes.
En cuanto a la “transferencia”, tenía mala fama en la Academia y por ende rechazada por muchos. Se trataba de un descubrimiento muy reciente –demasiados pocos ciclos- y un buen porcentaje de mandos y cadetes la evitaban, pues al parecer todavía no existía ninguna garantía que la exposición a los rayos de descomposición no afectara a alguna función vital de forma irreversible. Se afirmaba que la reiteración en su uso producía importantes trastornos de personalidad y otros comentarios realmente nada positivos. Según se había tenido noticias, más o menos contrastadas, un grupo de oficiales traidores, capturados -confesos tras ser sometidos precisamente a la UMR- había atacado y... ¡devorado vivos!, sin la más mínima explicación lógica, a sus compañeros de viaje. Al parecer el grupo caníbal era por sus cometidos el único que empleaba la teletransportación. El revuelo había sido tal que el Comité terminó emitiendo un comunicado informando que aunque todo estaba en orden, se daba carta libre para que cada uno resolviese sobre el modo en que se se podía, o debía, abandonar las naves. Suficiente para que todo volviera a la normalidad. Ist lo tenía claro: nada de teletransportación.
-Bienvenido, debe acompañarme a mi nave, son órdenes del Comité. Usaremos la teletransportación.
¿Qué decía de romper el clásico protocolo del “ni-ni” en su particular esquema mental de no teletransportación y punto; y ese último –mucho mas preocupante- de modificar las órdenes oficialísimas? ¿Pero...? Ri permanecía inmutable, lo esperado, dado que Yert tenía categoría mareante. Su morphoide había mutado en el momento de contacto a fase diplomática del negro al verde. Eso era lo de menos, lo que realmente le preocupaba venía por lo insólito de la situación: la primera vez que le ocurría que un protocolo de actuaciones se modificaba en curso sin autorización previa cotejada por su implante. Algo no iba bien, nada nada bien. En la Academia había aprendido a desconfiar hasta de su padre, y eso era lo que iba a poner en práctica ahora, pero obviamente, y dentro de lo humanamente posible, sin quebrantar sus profesionales obligaciones como Comandante. Lo que en principio se trataba de un mero trámite de carga de combustible se había convertido en un verdadero conflicto de prioridades en su cabeza. Ist pidió explicaciones, pero la respuesta fue demasiado sospechosa: le entregaba en mano, sin más, la ¡¡nueva secuencia de instrucciones!! Esto terminó por hacer añicos la cuestión de los protocolos ¿Qué podía hacer ahora sino exigirle, al menos, su Código de Coincidencia? ¿Qué no lo tenía? ¡¿Qué tendría que confiar en él?! Vaya... Ist inmediatamente hizo honor a aquello de “soy riano”; tenso por dentro, indescifrable por fuera. Había sonado la alarma en su cerebro y había que proceder. Pasos calculados pero pasos defensivos. Sin el CC tenía claro que no podía hacer nada; el crédito del hombre sin protocolos, se había agotado. Había que pedir confirmación al Comité desde Nave, ya; no quedaba otra. Ist sabía que para esos casos el maldito peluquín no le iba a servir de nada porque el sistema de órdenes sólo podía ser consultado en Nave, en la sala de comunicaciones.
-Su respuesta ya la conocía, tenía que intentarlo, pero no podemos hacer eso, lo siento.
¿Lo siento qué? Ist le lanzó inmediatamente una patada de derribo para intentar a continuación salir por piernas de aquel lugar lo antes posible. Pero el Comandante permaneció inalterable, y sobre todo, en pie. “¡Qué coño...”. Esta vez se le salió el pensamiento por la boca. Un brazo negro, negrísimo, se había interpuesto a unos centímetros de su diana y le impedía culminar su certero objetivo. Los nervios. Ist dirigió su mirada hacia Ri, pero este, “claro, hombre claro”, continuaba en decorativo color de protocolo. Normal, teniendo en cuenta –claro, hombre, claro-dos- la calidad de sus colegas; no así el otro morphoide, que cumplía eficazmente su cometido en fase 3. Se dijo, “¿eres tonto o qué, acaso no lo sabías?”. Sí, Ist claro que lo sabía, naturalmente que lo sabía, por supuesto que lo sabía; pero, los últimos sics no habían transcurrido para él en una mínima en paz mental que se dijera, y el estrés a veces hace estragos en la cabeza, por muy Comandante y muy tal que uno sea. Harto de todo, explotó, el patadón era en sí, más una terapia que otra cosa. Sí, sí, sí; sabía a la perfección que no tenía absolutamente nada que hacer. Su única arma, a parte de sus conocimientos de combate cuerpo a cuerpo, era Ri, pero sin duda capada opción en aquellos instantes, por totalmente inútil en aquella situación, y pensó -buen muchacho-: “Ist, mejor pasa tú a fase protocolaria”.
Como mandaba el reglamento riano uno de los morphos de generalato había permaneció en el lugar de encuentro hasta ser reclamado por su Nave, cosa que siempre sucedía en el último instante antes de partir hacia cualquier lugar. Mejor exigir respuestas, hablar no cuesta nada y en aquella situación siempre tendría más recorrido.
-A eso vamos, acompáñeme por favor, confíe en mí.
“¿Confié en mí?” ¡Pero si eso era lo que hacía! A la fuerza, claro, no fuera que el polimorfo de los mismísimos se sintiera en la necesidad de activar alguno de sus muchos protocolos para cascarle su apreciado cráneo como una fruta de nerg ¿Confianza?: toda la que usted quiera, “amigo”, pero, qué remedio. Un consuelo para el que lo busca: aquel semblante relajado le infundía en el fondo algo de tranquilidad. Lo cierto era que si hubiese querido, una sola orden a su mascota y ¡zas!, en menos del tiempo que tarda en desintegrarse un q-hadrón, rodajas de Ist a la riana. Su verdoso Ri, si pudiese de algún modo activarse, tampoco iba a tener mejor suerte. Así que se vio obligado a realizar la teletransportación... ¡por primera vez en su vida!
***
Dentro de la amplia cabina de teletransportación, capaz de trasladar al punto convenido hasta una masa de 8 irds -el equivalente a 90 humanos de peso medio- Its, sabiéndose a salvo de un control de sus ondas mentales, hacía un repaso de conjeturas. La primera, pero quizá la menos atractiva: son caníbales de guante blanco que de tanta teletransportación se les ha abierto el apetito. Otra: son enemigos disfrazados que quieren engañarte. La tercera: son amigos que quieren gastarte una broma por el ascenso de hace dos años. Cuarta: ni puta idea. A ver, la primera opción, descartada porque la estética no acompañaba; tanta cosa sólo para un aperitivo... No. Segunda y tercera: era riano. “Desconfía, hombre, desconfía”. Se abonaba por tanto a la última posibilidad. Es curioso como la cabecita sugiere estas evocaciones estúpidas en los momentos más delicados, pero en verdad que lo aprendido en la Academia era ahora, por lo visto, absolutamente inútil. A ver si había suerte y tal.
Читать дальше