Tres estados. El polimorfo del General Yert anunció la llegada con un “completo”, y a continuación se fundió con la nave, una prácticamente idéntica a la suya. Ri continuaba con él, pero tan ausente como era de esperar. Lógicamente el control estaba ahora en manos de su Comandante, y su morpho ahora era toda la Nave. Como bien sabía Ist, el lugar donde se encontraba en si mismo era ya la absoluta imposibilidad de intentar nada nadísimo contra sus propietarios. Cada uno de sus pasos ahora estaba vigilado pormenorizadamente por aquellas portentosas paredes de energía especial, que podrían en una fracción de nano estados decidir y al mismo tiempo emitir una respuesta defensiva contra cualquier impertinente que se pusiera tonto. Era como un ser vivo que permanentemente estudiaba todas las constantes vitales de aquellos que se encontraban dentro de sus tripas. Con alivio agradecía que el implante siempre sería respetado por Nave, prerrogativa especial atendiendo a sus galones, así que sus ideas y sensaciones, por el momento, quedaban resguardadas de mirones ¿A quién le gusta que le desnuden su intimidad de una forma tan grosera?
-Sígame, por favor.
Umm... qué delicado... qué delicadito... –pensó-. Y además era extraño comprobar que los dos alféreces continuaran ataviados con traje de combate gom -tejido especial para resistir embates de toda índole e infinidad de utilidades más- y casco de supervivencia, algo no muy normal, teniendo en cuenta que Nave era allí el Dios de la protección. Pero a aquellas alturas, ya nada le extrañaba; ni siquiera ver tanta gente por aquellos corredores. Mientras caminaba entre su forzada comitiva podía contar a centenares de oficiales, prueba inequívoca de que en alguna parte seguramente no muy lejana debían concentrarse decenas de miles de soldados, en el menor de los casos. Un oficial siempre según las normas de Infantería tenía una única razón de ser: estar al mando de diez brigadas operativas, y cada una de estas derivando a una gama de efectivos a su mando en cantidad variable, pero casi nunca inferior a los quinientos, entre técnicos y peleones. Aquella era una Nave Dos, como la suya, y no tenía ninguna razón de ser encontrarse a tanto prójimo pululando en su interior y más en determinadas zonas destinadas a otras operativas. Salvo que algo fuera mal, realmente mal. Allí reinaba todo un ejército, casi con toda seguridad. Y aunque tampoco era usual que un General optase por una Nave Dos, tanto le daba ya. Sentía más curiosidad ahora que otra cosa. Habían llegado. Ist no podía creer lo que estaba viendo: Un polim... No: ¡¡dos polimorphos de clase especial!! ¡¡Santo cielo!! Entonces...
-Le presento a...
El cuadro de mandos se giro, y escucho la voz. “Hola, soy el General Coi. Tenemos que hablar, y muy poco tiempo. Gracias General Yert, puede irse”. Así de lacónico y conciso se estrenaba. Había dos clases de Generales ¡El suyo era el de máximo rango según rezaban galardones! Yert se lo tenía aún que currar, un sol menos. Vale: uno de los dos putos generales Uno en una puta Nave Dos; eso era algo que ya no encajaba en su confusa cabecita. Más parecía un juego de a ver quién hace la cosa más rara ¿Qué diablos podía querer de él? Sí, algo importante se estaba cocinando.
-Permítame la curiosidad, General, ¿qué hace usted con dos morphos Uno en posición militar?
Ist había abandonado una vez más su cultura militar, pero ahora por distinta razón. Le podía más la curiosidad que el saber estar entre un superior de máximo grado. Sobre todo ese detalle de los morphoides que… Pero, cómo… La activación militar en morphos dentro de una nave, por muy “no-Uno” que fuera, era algo que hasta le parecía chabacano. Era casi como encontrar un parásito dre en un súper conector de conversión cuántica. Los Uno, o morphoides especiales, habían sido diseñados para proteger a Generales, pero estos sólo activaban su escala militar máxima, y poseían 12 hasta el negro súper negrísimo, ante combate inminente ¿Y cómo podían estar activados al máximo esos engendros súper matalotodo -por favor...- en el interior de Nave? Sí, algo iba muy muy mal. Tremendamente mal.
El General Coi, aparentaría como Yert rondar los sesenta y tantos ciclos.
-Tenemos problemas; nosotros, y usted. Le voy a presentar a mis más directos colaboradores. Bueno, ya ha conocido al Comandante-General Yert; pues aquí tiene a mis dos oficiales de máxima confianza, Gie y Sarie. Mis hijos.
Sus hijos, eh… Qué bien, qué interesante. A tomar viento. Los retoños comenzaron a retirar sus cascos para saludarle y ser formalmente reconocidos.
-Alférez Gie. Se encuentra entre amigos.
Eso esperaba. La categoría de alférez era un tanto singular dentro de la escala; se situaba como un rango aparte, paralelo, y sus difusos cometidos abarcaban la realización de todo tipo de funciones o dedicaciones especiales.
Y el otro era... El… La. La alférez Sarie desplegó su melena de medio corte. Una mujer... La primera mujer que había conocido como adulto -fíjate-. Bueno, antes que Eva, había disfrutado de un buen ramillete de buenas hembras patrocinio de la casa... que... Pero aquella medio melenuda era “de las de verdad, amigo”. De las que no se les desconecta. Le pareció que un bicho nox le mordisqueaba el estómago.
-Soy Sarie. Encantado de conocerlo.
Encantada ella y por lo visto más encantado él. Anda…, ¿y así que le necesitaban...? Bueno, eso era secundario. Primero estaba lo del encantado y tal. Como un bucle en su cabeza se reproducía un “¡Ri, vete al ñec!”, acompañado por un otro “¡mira qué maravilla superlativa de lo paradigmático de lo excelso, de lo más exagerado que se pueda expresar, hasta el infinito y más allá!” ¿Y el tal Gie ese qué le decía? Ah, sí: que el tal General –blablablá- le iba a explicar la situación. “Ooohhhh se lo iba a explicar... Menuda hembra. Ist parecía haber renunciado ya definitivamente a la profilaxis de sus buenos hábitos militares, para recitarse todos los coños de exaltación del producto. Bellísimos ojos, pero es que resto... No más, pero sí tanto. Tanto como el infinito elevado al infinito del infinito ¡Cómo engañaba un traje gom, por Dios! Por fuera, una prudente apariencia, mal llevada, a lo recio militar, disimulaba malamente sus desbocados instintos biológicos. Coi lo despertó de la levitación con su voz aplomada. Era eso de la explicación. Sí... eso... pero... Qué hembraza. Y esa voz… ¿De dónde salía esa voz?
-Pues la situación es esta... ¿Comandante Ist? Oiga... Oiga... ¿Oiga?
-Perdón... ¿Qué…? ¿Cuál es la situación General?
Estaba maravillado. Extasiado. Hipnotizado. Tanto gozaba el pobre hombre de la esencia vital de su contemplativa estampa, que sin mucho esfuerzo la propia afectada por el visual asedio se estaba percatando de aquella descarada mirada golfa y… Y... Y que no sabía cómo reaccionar. Un poco halagador sí que era, vamos, para qué engañarse; pero, la verdad, la cosa no estaba como para venir con flirteos en esos momentos precisamente. Bueno, halagador, halagador… Pues… Sí que lo era. Jo-der, qué bueno estaba el amig… “¡¡¡Mujer, céntrate!!!”. Pero es que... a pesar de todo –incluido la fallida auto censura- él… Él estaba como un… Estaba… ¡Nada mal! Un apañito sí se le hacía. Un apañito pero de los buenos. Un apañito total. Un apañito de esos de… ¿Y ese eco que se le introducía por oleadas dentro de los oídos?
-¡¡Alféreeeez!! ¡¡Alféreeeeeeez!! ¡¡Entréguele el código yaaaa!!
-¡¡Perdón mi general!! ¡¡A la orden!! ¡¡El código...!!
-Mmmmm... Relájese alférez, relájese.
La mirada zorra del viejo general adivinaba sin mucho esfuerzo la clara súbita híperatracción entre ambos idiotizados.
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