Horacio Vázquez Fariña - Escorado Infinito

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Historia de historias en la que ninguna de ellas puede ser resuelta sin antes haber desmadejado las restantes. Las vidas de sus personajes se desenvuelven -y complementan- entrecruzadas en un vertiginoso recorrido a través de tiempos y espacios paralelos para terminar convergiendo finalmente de tal modo que llegan a solaparse. Tan sólo existe una única llave para abrir la puerta adecuada, la del conocimiento. Hay un claro hilo conductor, simbolizado en la búsqueda del significado de los propios actos; pasados, presentes y… futuros. Nuestros protagonistas han de poner a prueba sus más íntimos sentimientos en un juego cuyas piezas fundamentales -escondidas en el tablero del eterno laberinto del amor y la amistad- son la duda, los recelos, las mentiras y el propio temor a reconocerse y ser reconocidos en el espejo de la verdad.
Todos juegan, desconociendo que las cartas ya estaban marcadas de antemano por sus propios destinos.

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Efectivamente, varios dispersos grupos de chicos, en general “aparentemente” gente de sus edades, aunque también algunos más jóvenes como otros más entrados en años, todos desplazándose a pie, parecían disfrutar, unos, del día más feliz de su vida entonando cánticos tribales los más audaces, y otros -en actitud más relajada- se deducía simplemente cordialmente compenetrados en pos de algún más que seguramente grato destino. Ahora se cruzaban con otro “coche”, pero curiosamente era distinto, más grande, y de otro color. En aquel mundo todo era distinto. En Ria todo era igual ¿Por qué motivo no iba a serlo?

-Es un “autobús”. En realidad debe tratarse de un servicio especial, porque a estas horas -y son las dos de la madrugada- no es un servicio habitual.

El “autobús” iba repleto de gente, gente dormida y como aquellos con los que se habían cruzado, muy muy parecida a ellos ¿Demasiado parecida? ¿Qué se habían imaginado? En Ría, la verdad, pasarían desapercibidos, excepto, naturalmente, por los atuendos que vestían. En su planeta todo el mundo vestía un conjunto multiplásmico, muy cómodo y sobre todo: multifuncional. Podía trocar de aspecto y color ¿Sería igual allí? -se preguntaba Sarie-. Qué poco tiempo para que papi les explicara tanto y cuánto su engaño de tanto que no sabían. Ni siquiera de aquellas correrías de los viajes en el tiempo. Cuando Gie visitaba la ahora identificada Luna en busca del decodificador, pobre, creía estar haciendo otra cosa ¿Por qué papi les había comentado lo de la máquina sólo cuando obligaba más el comienzo de las hostilidades con el maldito Dart, que la buena atención paterna con sus hijos para saber de algo tan importante? Cuánto misterio.

Dejaban a mano izquierda el mar oscuro trenzado en refulgentes reflejos lumínicos y se adentraban en una zona más densamente iluminada. En Ría también tenían mares, canalizados -eso si- en anillos, que circundaban el planeta en todo su perímetro; y las luces de detección de intrusión producían un efecto parecido, aunque sus aguas eran pura calma y los diseños coloristas eran totalmente estáticos.

El blanquecino vapor se iba diluyendo casi por completo entre el silencio roto por momentos por algunos transeúntes bien animados. Comenzaron a avistar de cerca lo que aparentaba ser los habitáculos del descanso de aquellos que, sin duda por el panorama que se descifraba, una buena parte de ellos ya lo estaban practicando. En Ría, el plasma masa-energía-masa daba forma a sus fachadas, tan iguales, tan exactamente iguales… Qué incómodo les parecía ese extraño medio de transporte.

-Este es un vehículo de alta gama, lo más cómodo que hay en el mercado.

Gie se abstraía en sus pensamientos: “Claro, que sí –monstruo-, claro que sí –monstruo-”. Por fuera, sonrisa de circunstancias.

-Ese que se nos ha cruzado ahora es un “taxi”, se trata de un vehículo que está destinado al servicio de transporte de personas previo pago.

“Dígame” –la pregunta iba destinada a Ist- “¿Qué se siente cuando uno cruza el umbral del tiempo? ¿Un cosquilleo, se marean, duele?” En realidad –se sinceró- ella venía también del futuro como ellos, pero no recordaba nada de todo lo anterior a su nueva vida porque ese pasado le había sido borrado de la memoria. Tanto daba, esto le gustaba y no se hacía preguntas que no le iban ni le venían. Todo lo que le interesaba…

-Está aquí. Tampoco… se… vayan... a creer que llevo mucho tiempo con Teip. Un año y tres meses, pero este mundo como os digo, me encanta. Sí, ya sé que me remonto mucho antes de la fecha que provee el trazador que os ha traido hasta aquí. No me pidáis explicaciones que ni Teip os pueda resolver.

Pues menuda sorpresa. Es era la única forma –le recordaba estupefacta Sarie.

-Cierto. La verdad, lo único que puedo deciros es que ya no existe. Es lo que él me contó.

Doble cambio de rasante. Uno: aparcar el extraño asunto como si nada. Dos: mutar del “usted” al “tú”, así, sin más. Hacerlo tan inesperadamente, era una señal que no pasaba fácilmente desapercibida ni siquiera para Gie ¿Había metido tal vez la pata miss simpatía?

-Y Teip... Teip es un cielo, sólo por él ya vale la pena.

Esa tampoco. Quizás el Teip ese le inducía a manejar más hogareñamente sus palabras. Qué más daba. A Sarie lo que le intrigaba era que si había transcurrido ese tiempo de su presencia en aquel mundo, sería razonable deducir que no había de tener relación con los recientes sucesos acaecidos en el futuro. Si era cierto. Y fuera así, o no, ¿podían tener alguna certeza de nada en aquellos momentos? Ist todavía buceaba entre la verdad aparente y la embustera de aquella aventura sufrida, y aún no se había decantado por mostrarse más abierto a su cicerone. Aún. Pero lógicamente, ya que no había forma de huir de aquella emboscada, se veía obligado a aceptar que fingir normalidad era lo más prudente. En principio, por si acaso, mejor hablar lo justito. Algo cordial: que se alegraba por ella, y que veía que se llevaba muy bien con el amigo. Al final, despachose con un “nada, la verdad es que no se siente nada” y asunto zanjado. Como lo miró con cierta extrañeza, decidió completar la informativa: todo se oscurecía alrededor de repente y uno pasaba de un lugar a otro. Simplemente; sin más. No, no había notado nada. Bueno, ahora sí aparentaba quedar redonda con la propina.

-Me imagino que todo esto que os ocurre os resultará muy extraño.

Menuda tontería, qué va. No. “Todo está transcurriendo francamente tan... tan…, normalmente” -pensó Ist-. Pero algo había que responder a la “encantadora” preguntona. Aún así, lo único que se le ocurría era comentarle que no estaba muy seguro de nada. Escueto, sincero y para qué gastar más saliva.

-¿Y tú, Sarie?

Ella igualmente, claro ¿Le había informado de sus nombres Teip? La pregunta no parecía haberla incomodado, pero tampoco iba a reportarle grandes rendimientos, pues obsequiola con un largo “ya he dicho que hay cosas que serán explicadas en su debido momento”. No era mucho, y tampoco correspondía a su propia curiosidad.

-¿Qué opinas del fenómeno, Gie?

-No sé.

-Y tú, ¿cómo te llamas?

“¿Sabes sus nombres y el mío no? ¿Por qué?”, preguntó Ist con cierta desconfianza... riana. Como sembró, recogió: ya llegaría la oportunidad de saber más cosas y que tuviera –por favor- paciencia. Sarie comenzó a reaccionar de una forma más ambiciosa. Algo le rondaba en la cabeza y sin recato formal alguno, quiso saber, atajando circunloquios.

-Ya no sé que pensar, usted...

-Llámame de tú, cariño, te lo ruego. Y eso lo extiendo para vosotros dos, naturalmente. Ya os estoy tuteando, ¿no?

“Te lo está rogando, “cariño”” -indicó Gie con una casi palpable malicia-. En cambio Eti, realmente indulgente, le dedicó una sorprendente mueca entre tierna y cómplice. Era como si buscase ser la perfecta anfitriona. Linda naturalidad sin aparente esfuerzo para obsequiar, o mejor, para colmar al personal con su... -para qué engañarse- confusa y “particular” cordialidad. Pero Gie no estaba muy seguro de si tan glamuroso interface que mostraba la debía encuadrar en bicho posiblemente encantador del planeta-mierda, o una amenaza, simplemente. Monstruo. Sarie era más conciliadora, tal vez más precavida; seguramente más calculadora.

-Eti, perdona a mi hermano, tiene la vena histriónica de la familia. Mi madre, según me han dicho, era la alegría personificada, y muy dicharachera. Y bromista. Seguro que sus genes están personificados en él ¿Verdad Gie?

Claro, claro, eso le gustaba al monstruo. Al parecer fructificaba tanto la relación en tan poco tiempo que la criaturita ya daba por hecho que se iba a llevar de perlas con su “interesante” hermanito –o por lo menos, así lo definía-. Y si ella había heredado la belleza de su madre, entonces ella era también, además seguro una persona muy agradable, sin duda también una mujer hermosísima. Luego le daría un mejor repaso visual, pero seguro que sí. Qué gusto daba ver lo bien que la habían enseñado. El manual del protocolo de los buenos modales y el mejor saber estar, al completo. Por ahora se conformaba con mirarla a través del retrovisor para…

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