Y, sin embargo, el Creador encuentra todavía con qué aumentar tu gloria. Imprime en ti su imagen para que esta imagen visible manifieste por toda la tierra la presencia del Creador invisible; te ha concedido su lugar en este mundo terrestre para que el vasto dominio de este mundo no se vea privado de un representante del Señor...»8.
MADRE DEL SEÑOR Y REINA DE LA PAZ
Cierta espiritualidad mariana, ha enfatizado de manera machacona y unilateral, la virginidad de María, sin completarla y enriquecerla con el título máximo que le otorga la iglesia, es decir la de Madre de Dios.
En el plano humano, toda criatura nace virgen, pero esa virginidad está en función de algo y de alguien. Ese algo es el matrimonio y ese alguien es la persona amada. Por tanto, con el matrimonio la virginidad no se pierde, sino culmina y se realiza plenamente.
Si la virginidad está habitualmente abocada al matrimonio. El matrimonio lo está en función de la maternidad, en donde fructifica. La virginidad sin matrimonio puede resultar frustrante; el matrimonio sin fecundidad, suele ser signo de esterilidad.
Análogamente en el plano de la fe, la Virgen María, cubierta por el manto del Espíritu, quedó grávida de Cristo. Llegando a ser la Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Dice san Agustín: “Imita a María, que alumbró al Señor. ¿No era virgen María, y dio a luz, permaneciendo virgen? Así también la iglesia da a luz y es virgen. Y si lo consideras bien, da a luz al mismo Cristo, pues los que nos bautizamos somos miembros suyos”.
Celebrando a María en el misterio de su maternidad, en este primer día del Año Nuevo, no debemos olvidar otra advocación mariana, vinculada con el tema de la jornada mundial de oración por la paz del mundo. Es el de María Reina de la Paz, que conmemoramos el 24 de enero de cada año.
Sabemos que el fruto de la justicia es la paz. Ser constructores de la paz, significa convertirnos a Cristo nuestra paz , el Hijo de María y el Príncipe de la Paz.
8. San Pedro Crisólogo, Sermón 148; PL 52,596-598 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo , Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1973, B 19).
DOMINGO 2º DESPUÉS DE NAVIDAD
«Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad» Jn 1,1-5. 9-14
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«Entre todas las grandezas y maravillas que se pueden decir de Cristo, hay una que supera la admiración de que es capaz el espíritu humano; la fragilidad de nuestra inteligencia mortal no sabe ni comprenderla ni imaginarla. El que la omnipotencia de la majestad divina, la Palabra misma del Padre, la propia Sabiduría de Dios, en la cual fueron creadas todas las cosas -las visibles y las invisibles- se haya dejado encerrar en los límites de este hombre que se manifestó en Judea. Así es el objeto de nuestra fe. Pero hay más. Creemos que la Sabiduría de Dios entró en el seno de una mujer, que esta Sabiduría nació entre los sollozos y llantos comunes a todos los niños. Y después de esto sabemos que Cristo conoció la turbación ante la muerte hasta el punto de exclamar: Mi alma siente una tristeza de muerte ( Mt 26,38), y que finalmente fue arrastrado a la muerte más vergonzosa que hay entre los hombres, aunque sepamos que resucitó al tercer día…
Nuestra contemplación debe hacerse con tanta reverencia y con tanto temor, cuanto que considera en el mismo Jesús la verdad de dos naturalezas, evitando atribuir a la inefable esencia divina cosas que son indignas de ella o que no le convienen, pero evitando también el ver en los acontecimientos históricos únicamente apariencias ilusorias. Verdaderamente, hacer escuchar tales cosas a oídos humanos, intentar expresarlas con palabras supera con mucho nuestras fuerzas, nuestro talento y nuestro lenguaje. Pienso que incluso supera la medida de los apóstoles. Más aún, la explicación de este misterio trasciende probablemente todo el orden de las potencias (celestiales)»9.
LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
En una meditación de un escritor antiguo, puede leerse: “Mira: ¿si un rayo de sol fuera mandado a la profundidad del fango, queda por esto manchado? ¿O iluminar la suciedad desdice al sol?”.
La oscuridad es la ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no. Incluso existe un prisma para descomponer la luz blanca. La oscuridad no.
La oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando la luz no está presente.
El mal no existe al menos por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios. Dios no creó el mal. No es como el amor que existe como atributo de Dios.
El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Hay oscuridad cuando en ellos no hay luz.
Cristo es la Palabra que ilumina y da sentido a nuestras vidas. Él es la Luz del mundo, porque en su palabra encontramos el sentido verdadero a nuestra historia. “ En ti esta la fuente de la vida y tu luz nos hace ver la luz ” (Sal 36,10).
“Luz gozosa de la gloria, Jesucristo, Luz serena de Dios Padre. Tú eres digno para siempre de los cantos de tu Pueblo” (de un himno del siglo II).
9. Orígenes, Tratado sobre los principios, lib. 2, cap. 6,2; PG 11,210-211 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo , Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1973, B 17).
«Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”.
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel’”.
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”.
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