LA REINA DEL ADVIENTO
El Adviento nos visita al final de la primavera e inicios del verano, con un trasfondo de flores, de perfumes y de rumor de pájaros, que prestan el marco adecuado para celebrar en la alegría, una verdadera liturgia de la vida.
Adviento es un tiempo femenino. En las lecturas bíblicas previas a la Navidad, desfilan distintas mujeres que se preparan a ser madres. Algunas de edad avanzada, como Isabel; otras estériles, como las madres de Sansón y de Samuel.
Es todo un entorno femenino, que con fragancia a jazmines florecidos, centra la escena en la figura de María, la reina del Adviento. Aquella que le dijo al indio Juan Diego: “Acaso, yo no soy tu madre, ¿no soy la fuente de tu alegría?; ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?”.
Esta dimensión femenina, le da a esta última semana una dimensión muy especial, la de una madre que está por dar a luz. Después vendrá el tiempo navideño, en que nuestra atención se desplazará hacia el Niño recién nacido.
En nuestras latitudes, llegando al fin del año, un ambiente de cansancio y nerviosismo conspira contra el espíritu del Adviento. Tendremos que rescatar su dimensión contemplativa.
En medio de sueños, silencios y misterios, como los que vivieron José y María, la esperanza lo madura, y lo convierte en tiempo de acogida y de escucha receptiva al don de un Dios que salva.
4. San Atanasio de Alejandría, La Encarnación del Verbo , 8 (trad. en: Atanasio. La Encarnación del Verbo , Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1989, pp. 45-46 [Biblioteca de Patrística, 6]).
«Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él!”» Lc 2,1-14
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«Al nacer el Hijo, un gran júbilo se levantó en Belén:
ángeles bajaban del cielo cantando himnos,
y sus voces eran truenos potentes.
Al oír los cantos de alabanza
vinieron los mudos a glorificar al Hijo.
¡Bendito sea el Niño por quien Eva y Adán
volvieron a su primitiva inocencia!
Llegaron también los pastores con los mejores regalos de sus rebaños:
queso, leche, tierna carne y hermosos cantos.
Dieron la carne, con sabia discreción, a José,
la leche a María, y los cantos al Hijo.
También dieron un cordero al Cordero de Pascua,
un cordero primogénito al Primogénito,
una víctima a la Víctima,
un cordero mortal al Cordero inmortal.
¡Feliz suceso: el cordero ofrecido al Cordero!
Balaba el cordero primogénito delante del Primogénito,
como si cantara alabanzas al Cordero
que suprimió el sacrificio de corderos y toros.
Cantan al Cordero pascual
que nos trajo la Pascua del Hijo.
Los pastores, cayado en mano, lo adoraron
y saludaron con proféticas palabras:
“¡Salve Pastor supremo!
El cayado de Moisés alaba a tu cayado
¡Tú eres el Pastor universal!”» 5.
NOCHE DE REGALOS
Hoy nos ha nacido un Salvador, que nos sonríe con: ¡rostro de Niño y corazón de Dios!
La Nochebuena es la noche de los niños y de los que han venido esperando su llegada con corazón de niños.
Es la noche de los que hemos venido preparando el pobre pesebre de nuestro corazón. No teniendo otra cosa que ofrecerle más que pasto. Por eso, es la noche de los pobres, que agradecen recibiendo la salvación; porque saben que la gloria de Dios es el pobre.
Es la noche de los que vigilan despiertos, porque no pueden dormir. De los niños de la calle, de los enfermos, de los presos, de los desesperados y de los marginados.
Pero, sobre todo, la Nochebuena, ¡es la noche de los regalos! “¡Dime qué regalas, y te diré quién eres!”.
Cada uno de nosotros se manifiesta por lo que regala. A Dios le pasa lo mismo. No solo nos hace un gran regalo, sino que se nos regala en la persona de su Hijo muy querido, que se nos presenta como un niño envuelto en pañales y con aroma de pesebre.
Es un regalo difícil de rechazar. ¡Quién rechaza a un niño, por más que sepa que ese Niño le cambiará la vida!
5. San Efrén de Nísibe (o Nisibi), Himno V para Navidad , 1-3 (trad. de S. Huber, Los Santos Padres , Buenos Aires, Eds. Desclée de Brouwer, t. II, pp. 450-451 [nuestra traducción presenta modificaciones respecto de esta versión]).
«Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, llena de gracia y de verdad» Jn 1,1-5. 9-14
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«¡Que todas las edades oigan lo que jamás se oyó! ¡Lejos toda inquietud! Jesucristo, la verdadera seguridad, ha venido a nosotros. ¡Lejos toda debilidad! hoy ha aparecido el Salvador. ¡No más guerras, lejos toda disputa! hoy ha descendido de lo alto del cielo la verdadera paz. ¡Lejos toda amargura! hoy los cielos han destilado miel sobre la tierra. ¡Huya la muerte! el cielo nos ha dado hoy la vida. Hoy cantan los ángeles en la tierra, exultan los arcángeles, dense parabienes los profetas, son invitados los santos, confundidos los malvados, se regocijan los buenos, recobran la vista los ciegos, los lisiados caminan, quedan limpios los leprosos, los desconsolados recobran la alegría, los enfermos la salud y resucitan los muertos...
Los ángeles anuncian a Dios, el Cordero es mostrado a los pastores. (...) Ellos son los primeros en contemplar al Autor de la luz; ante el Redentor de los creyentes envuelto en pañales, quedan cubiertos de asombro, al verle cómo acepta la indigencia de la condición humana. Quiso nacer por el hombre, por eso, era necesario que pasara por todas estas humillaciones. Los pastores proclaman por todas partes la noticia recibida de los ángeles, ellos que fueron los primeros en conocer por aviso del cielo, el milagro de este maravilloso nacimiento»6.
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