La primera está relacionada con el sacramento de la palabra hecha letra. El discípulo tendrá que ser un hombre de la Palabra, primero por escucharla y conocerla, y luego, por anunciarla. “Les interpretó en todo las Escrituras lo que se refería a él”.
La segunda vivencia pascual, está íntimamente vinculada con la Eucaristía, sacramento pascual por excelencia; en donde nos alimentamos de la palabra hecha carne. “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio”.
La tercera está representada por el sacramento del hermano. “Nosotros sabemos que hemos pasado /pascua/ de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos”.
Al asumir a nuestro hermano como un sujeto amable y no como un mero objeto de consumo, estaremos experimentando también una vivencia pascual. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”.
Cuenta el Papa Gregorio el Grande (siglo VI) en su vida de san Benito, que un sacerdote fue a visitar al monje en la solitaria ermita donde vivía; y recordarle que ese día era Pascua. El hombre de Dios, mirándolo le dijo: “¡Verte a ti hermano, ha sido pascua para mí!”».
1. Cf. Col 1,27; Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 21,2.
Domingos del Ciclo “A”
«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo Hombre vendrá a la hora menos pensada» Mt 24,37-44
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«Si amamos a Cristo, también debemos desear su venida. Es perverso, y, por lo mismo, ignoro o no creo que tenga lugar que se tema que venga Aquel a quien amas; que pidas venga, tu reino, y temas ser oído. Pero ¿de dónde procede el temor? ¿De qué ha de venir el juez? ¿Por ventura es injusto, malévolo, envidioso? (...) ¿Quién ha de venir? ¿Por qué no te alegras? ¿Quién ha de venir a juzgarte sino el que vino a ser juzgado por tu provecho? No temas al acusador, del cual Él mismo dijo: El príncipe de este mundo fue arrojado fuera ( Jn 13,31). No temas que ha de ser mal abogado, pues el que ahora es tu abogado, ha de ser entonces tu juez. Allí estará él, tú y tu causa; la manifestación de tu causa es el testimonio de tu conciencia. Cualquiera que seas el que temes al futuro juez, corrige ahora tu actual conciencia. (...)
Pongamos la mirada en él, ¿qué digo?, en Dios, que se dignó por su misericordia, bajo el amparo de su Espíritu, proporcionarnos estas palabras, conforme Él sabe lo que conviene a nuestras debilidades. Pues ¿qué enfermo se atreverá a dar un consejo al médico?»1.
ESPERANDO A ALGUIEN
En vísperas de la revolución francesa, había gente que seguía bailando el minué, mientras la Bastilla caía desplomada. Hoy en día podemos preguntarnos por qué tanta gente no se inmuta y permanece en apariencia indiferente, frente a los acontecimientos trágicos que sacuden a la humanidad.
Parecería existir en ellos una complicidad silenciosa, que los induce a continuar inmersos en el mundo de lo frívolo y de lo superficial.
Entonces, ¿cómo estar prevenidos para discernir ese sacramento de salvación que es la celebración de la Navidad?, en medio del estrépito de una sociedad capitalista que propone al hombre antivalores que lo deshumanizan?
Estar preparados, no significa andar en permanente búsqueda de señales o acontecimientos extraordinarios, como algunos lo suponen. Significa estar despiertos y lúcidos para poder interpretar los signos de los tiempos que se suceden en el gran teatro del mundo; sin dejarnos seducir por el torbellino de las emociones que pretenden apropiarse de nuestros corazones.
Podríamos resumir el mensaje del Adviento diciendo: “¡Dime a quién esperas, y te diré quién eres!”.
Tenemos que preguntarnos si todavía esperamos a Alguien que pueda cambiar nuestra vida, como cambia la vida de una familia, al nacer un niño.
Este Niño Dios podrá también cambiar la nuestra, siempre que estemos dispuestos a dejárnosla cambiar.
1. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos , 147,1 (trad. en: Obras de San Agustín , Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, t. XXII, pp. 828-829 [BAC 264]).
«En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: ‘Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos’.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos Fariseos y Saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: ‘Tenemos por padre a Abraham’. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible”» Mt 3,1-12
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«Juan es la voz, Cristo es la Palabra. Cristo existió antes que Juan, pero junto a Dios, y después de él, pero entre nosotros. ¡Gran misterio, hermanos! Estén atentos, perciban la grandeza del asunto una y otra vez. (...) Juan representaba el papel de la voz en este misterio; pero no sólo él era voz. Todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra. Lo que es el sonido de nuestra boca respecto a la palabra que llevamos en nuestro interior, eso mismo es toda alma piadosa que la anuncia respecto a aquella Palabra de la que se ha dicho: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio junto a Dios ( Jn 1,1-2). ¡Cuántas palabras, mejor, cuántas voces no origina la palabra concebida en el corazón! ¡Cuántos predicadores no ha hecho la Palabra que permanece en el Padre! Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces, y, después de haber enviado por delante muchas voces, vino la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo. Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y resúmelas en la persona de Juan. Él personificaba el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto, se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces»2.
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