1 ...7 8 9 11 12 13 ...26 Muchos Samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los Samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”» Jn 4,5-42
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« Jesús fatigado del viaje, se sentó sobre el brocal del pozo. Era como la hora de sexta ( Jn 4,5. 6). Ya dan comienzo los misterios. No se fatiga sin razón Jesús, no se cansa sin motivo la fortaleza de Dios; no se fatiga sin causa el que rehace las fuerzas de los fatigados; no se cansa sin razón Aquel cuyo abandono nos cansa y cuya presencia nos reconforta. Y, sin embargo, se cansa, y se cansa del viaje, y se sienta, y junto al pozo se sienta, y es la hora sexta cuando se sienta. Algo insinúan estas cosas, algo quieren decir. Nos hacen estar atentos, nos están exhortando a que llamemos. Que nos abra, pues, a mí y a ustedes Él mismo que ha tenido la dignación de exhortarnos diciendo: Llamen y se les abrirá ( Mt 7,7).
Jesús se cansa del viaje por ti. Vemos en Jesús la fortaleza y vemos en Jesús la debilidad; vemos que Jesús es fuerte y al mismo tiempo débil. Es fuerte, porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios; al principio estaba con Dios ( Jn 1,1-2). ¿Quieres ver qué fuerte es este Hijo de Dios? Todo se hizo por Él, y sin Él nada se hizo ( Jn 1,3), y sin cansancio alguno lo hizo todo. ¿Qué fortaleza, por tanto, mayor que la de Aquel que lo hizo todo sin sombra de fatiga? ¿Quieres ahora conocer su debilidad? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros ( Jn 1,14). La fortaleza de Cristo te creó y la debilidad de Cristo te recreó. La fortaleza de Cristo hizo que lo que no existía existiese, y la debilidad de Cristo hizo que lo que existía no pereciese; su fortaleza nos creó y su debilidad nos buscó»13.
UN DIÁLOGO EN ESPÍRITU Y EN VERDAD
Cada persona y cada grupo humano desarrolla su identidad en el encuentro con el otro. Esta comunicación es necesaria para llegar no solo a una comunicación, sino a un paso más pleno: el de la comunión.
Junto al pozo de Jacob se encuentran Jesús y la Samaritana. El tema del agua, símbolo del Espíritu, lo impregna todo en este largo diálogo. Ambos están sedientos. Jesús sediento de dar la vida; la Samaritana, sedienta del agua viva. “ Sacarán con alegría aguas de las fuentes de la salvación ” ( Is 12,3).
Todo diálogo y toda catequesis cristiana, tendrá que ajustarse a las “reglas del juego”, que magistralmente nos propone el evangelio de Juan.
El respeto con que Jesús trata a la mujer como sujeto. No se deja condicionar por prejuicios morales y religiosos; ni por los comentarios de los discípulos, asombrados de verlo conversar con una mujer.
Una sinceridad que a veces duele. El Señor no ignora la ambigua situación matrimonial de la Samaritana. Le dice la verdad, sin humillarla y con sentido del humor.
Un intercambio mutuo de frases densas y llenas de sentido; compartidas en una conversación que es la negación del monólogo autosuficiente.
Gracias a la receptividad de la mujer: Jesús se le manifiesta; y van surgiendo en luminoso consenso, los títulos de: “Profeta”, “Mesías”, y “Cristo”.
Jesucristo es el pedagogo y el catequista por excelencia. La Samaritana, como María Magdalena, se ha “diplomado” igualmente en catequesis. A través de su testimonio, los samaritanos podrán afirmar que Cristo es: “verdaderamente el Salvador del mundo” .
Otro tanto tendría que ocurrir con nosotros en este tiempo de Cuaresma. A partir de un diálogo orante con Jesús, lograr también ser misioneros entre los hombres de un mensaje de salvación.
13. San Agustín de Hipona, Tratados sobre el Evangelio de san Juan , 15,6 (trad. en: Obras de san Agustín , Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955, t. XIII, p. 411 [BAC 139]).
«Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa “Enviado”.
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?”.
Unos opinaban: “Es el mismo”. “No, respondían otros, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy realmente yo”.
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.
Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”.
Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?” El hombre respondió: “Es un profeta”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?” Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del Hombre?” Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando” Entonces él exclamó: “Creo Señor”, y se postró ante Él» Jn 9,1-41
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«Al ciego de nacimiento el Señor le devolvió la vista no por medio de su palabra, sino por una acción. No lo hizo en vano ni al acaso, sino para mostrar la mano de Dios, la misma que al principio creó al hombre. Por eso, cuando los discípulos le preguntaron por qué motivo el hombre había nacido ciego, si por culpa suya o de sus padres, respondió: “Este no pecó, ni sus padres; sino para que se manifieste en él la acción de Dios” ( Jn 9,3). (...)
Porque el Verbo de Dios nos plasma en el vientre, dice Jeremías: Antes de que te plasmara en el seno te conocí, y antes de que salieras del útero te santifiqué, a fin de ponerte como profeta para las naciones ( Jr 1,5). Y Pablo escribe algo semejante: Cuando le plugo a aquel que me separó desde el seno de mi madre para que llevara su evangelio a las naciones ( Ga 1,15-16). Por tanto, como el Verbo nos plasma en el vientre, el mismo Verbo remodeló los ojos del ciego de nacimiento. Así mostró que, siendo nuestro Plasmador en lo escondido, se manifestaba visiblemente a los seres humanos, a fin de enseñarles cómo antiguamente habían sido modelados en Adán, cómo éste había sido hecho, y qué mano lo había creado, mostrando el todo por la parte: porque el Señor que había formado la vista, es el mismo que plasmó todo el hombre, obedeciendo a la voluntad del Padre.
Y porque el hombre necesitaba el lavado de regeneración en la misma carne plasmada en Adán, después de que el Señor ungió sus ojos con el lodo, le dijo: “Ve a lavarte en Siloé” ( Jn 9,7). De este modo le devolvió, al mismo tiempo, lo que le correspondía a la creación y al lavado de la regeneración. Por eso, una vez que se hubo lavado, volvió a ver ( Jn 9,7), a fin de que al mismo tiempo conociera a su Creador, y reconociera al Señor que le dio la vida»14.
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