Nuevamente se juntaron nuestros labios, pero la estridencia de los alborotadores nos separó otra vez. Los manifestadores reunidos en la plaza habían aumentado en número y un dirigente se subía a una banca dirigiéndose a la muchedumbre reunida.
—COMPATRIOTAS… No negociaremos con fascistas ni con nazistas. —El orador hace una pausa y un gesto y se acercan tres partidarios disparando una seguidilla de tiros al aire—. ¡A LAS ARMAS! Sin asco repeleremos a los invasores —y un grito eufórico salió de sus entrañas—: ¡A LAS ARMAASS!
Yo me quedé atónito contemplando la escena y en ese momento Elizabeth se despidió:
—Anda a tu casa pensando en mí, mañana nos volveremos a ver en este mismo lugar y haremos planes para nuestro futuro —dijo marchándose.
—Espera, ¡te acompaño a tu casa!
—No, ve a tu casa ahora —dijo y rápido se marchó.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no se presagiaba nada bueno.
Quedaron en mí el sabor de sus labios y la calidez de su cuerpo, me sentía muy feliz y a la vez un poco triste, el bienestar que me había producido la proximidad de su cuerpo iba desapareciendo y aumentando la preocupación.
La tarde empezaba a enfriarse, ¿entraremos en guerra? ¡Oh, no! No nos separaremos, siento que me perteneces, mil pensamientos perturbadores pasaban por mi mente.
De pronto me detuve contemplando la catedral y ya imaginando a ella vestida de blanco y al sacerdote preguntándome «¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa?». Y yo respondiendo mil veces que sí, después de todo ella al despedirse dijo que mañana haríamos planes, ¿qué otros planes podían ser?
Me marché a mi casa rezando y pidiendo en silencio que pronto la volviera a ver, no quería que ese sentimiento que había brotado en mi se desvaneciera, quería que creciera día a día y durase hasta la eternidad.
Cuando llegué a casa, mis padres estaban muy atentos escuchando las noticias de la guerra en la radio.
¿Por qué Inglaterra y Francia luchaban contra Alemania? No lo entendía, solo sabía que Alemania había atacado a Rusia porque quería recuperar territorios que le pertenecieron en un lejano pasado y ahora Rusia lo estaba pasando muy mal. Alemania era muy poderosa y avanzaba dominando y conquistando territorios. ¿Pero por qué las manifestaciones de hoy en Yugoslavia? No me interesaba, solo me interesaba Elizabeth.
Dos días después se habían roto los acuerdos diplomáticos, Alemania había solicitado libre tránsito por fronteras de Yugoslavia y no se había respetado el primer tratado por parte de Yugoslavia. Alemania invadía Yugoslavia. Ese fue el comienzo del cambio de curso de Croacia. La guerra pronto comenzaría, y sería como dijo Elizabeth: Croacia se uniría a Alemania.
Capítulo 3 Tiempos de guerra
Una mañana, muy temprano, fui despertado por mi padre. Entró a mi pieza antes de ir a trabajar, nunca lo había hecho y me preocupé.
Muy serio me dijo:
—Antun, sé que estás saliendo con la joven Elizabeth, por eso estás llegando casi todos los días tarde a casa. Quiero que hoy llegues temprano, nos reuniremos familiares y amigos, tenemos un tema muy importante que hablar, así que espero que seas puntual en tu llegada, muy puntual, el asunto a tratar es serio, muy serio.
—Pero papá, dime de qué se trata, ¿acaso mamá está enferma o tú te vas a morir?
—El asunto es de vida o muerte y de la decisión que tomemos dependerá nuestro futuro —respondió.
Me quedé pensando. ¡Qué podría ser tan importante! Yo estaba viviendo en un mundo de magia con Elizabeth y era todo éxtasis, en encuentros desenfrenados de fuego y pasión, era la locura misma y no me interesaba nada más, solo disfrutar los momentos con ella. Estaba desconectado de toda la realidad que vivía Europa en ese momento.
Esa tarde, en casa de Elizabeth me dedicaba a cumplir sus órdenes:
—Te quedas en la sala de estar atento a mi llamada y con dos copitas llenas en la mano, la puerta del dormitorio estará entreabierta, así que sentirás mi llamada —me dijo con tono suave y coqueto.
Al rato llegó el momento. Ahí, en ropa interior roja, se encontraba mi reina sentada sobre los cojines y almohadas apilados junto al respaldo de la cama. Sus piernas dobladas con las rodillas hacia el pecho, los hombros hacia atrás y el generoso busto hacia adelante, las manos apoyándose en el colchón, y la cabeza levemente inclinada hacia atrás, con esa blanca sonrisa enmarcada en el brillo labial. Estaba posando para la cámara imaginaria y haciéndose desear por mí. No podía creer tanta belleza y solo para mí.
—¿Qué pasa, mi amor? No te quedes ahí parado, ¿o acaso no te gusto, o hay algo de mí que no te gusta? No seas tímido, no me decepciones, ¡ven ya!
De un solo sorbo vacié mi copa de licor y también la de ella:
—Eso no se hace —me dijo—, ahora desnúdate rápidamente, pues tienes que reparar el error.
Cumplí su orden al instante y cuando me acerqué a besarla, me apartó con sus dos manos.
—¡No! —me dijo—. Anda a llenar mi copa y también la tuya y vuelve pronto a mí.
El deseo de tenerla ya no lo podía controlar, ella sabía muy bien hacerse desear. Cuando llegué con las copas le entregué la de ella y me quedé con la mía.
—¡No! —me dijo—, las dos son mías —y las bebió hasta la última gota—. ¡Ahora, mi amor, estamos en igualdad de condición, ven! —Y me pasó una botellita con perfume de aceite de almendras—: Quiero que me hagas un masaje y no dejes ninguna parte de mi cuerpo sin recorrer.
Luego se dio vuelta quedando recostada boca abajo. Mis manos untadas en aceite comenzaron a recorrer su cuerpo de porcelana desde el cuello hasta el último dedo de sus manos y sus pies, luego se dio vuelta y quedando recostada de espaldas me miraba mostrándome su rostro con la boca entreabierta y clara excitación. Me dijo con voz jadeante:
—¿Todavía tienes mucho que hacer?, sigue con el masaje, lo haces muy bien, sigue por favor, lo haces muy bien, quiero sentir tus manos deslizándose sobre mí y no dejes nada de mi cuerpo sin recorrer.
El deseo de poseerla ya no lo podía aguantar. Por fin se juntaron nuestros labios en un apasionado y largo beso hasta consumar el acto de amor. Y luego de un descanso se fijaron en mí sus hermosos ojos, que robaron mi corazón invitándome otra vez a disfrutar de su amor. Y se desató una vez más nuestra pasión. Agotados y sudorosos quedamos abrazados y tendidos en la cama en un largo silencio, que al rato fue interrumpido por mis palabras. Había pasado el tiempo y yo hacía rato que debía estar en casa.
—Mi amor, debo irme más temprano hoy, mi padre me lo pidió, es que hay un asunto muy importante de familia que debemos tratar.
—¿Tan importante es, que me dejaras aquí solita con las ganas de seguir amándote?
—No quisiera, pero debo irme, me esperan en casa y ya estoy atrasado —le dije entrando a la ducha, tenemos toda una vida para compartir gratos momentos.
Cuando me marchaba ella me detuvo:
—Espera un momento, ¿seguro que vas a tu casa? —preguntó mirándome fijamente. Luego agregó, con firmeza en su voz—: ¡Sácate la camisa y toda la ropa! Solo nos llevará unos minutos.
Y luego comenzó a pintarse los labios una y otra vez besando todo mi cuerpo y dejando la huella estampada de sus labios en mí, y por último roció parte de su perfume en mi cuerpo.
—Ahora puedes marcharte y espero que mañana tu cuerpo permanezca como lo dejé, tú eres solo mío, solo mío y nunca te compartiré, yo seré de ti por siempre.
No podía creer que una mujer que no tiene nada que envidiarle a otra pueda ser celosa, pero me gustó su actuar, ella no quería perderme. Aunque creo que hizo eso para agradarme más aún.
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