Los historiadores tendrán dificultades para explicar lo que sucedió en el verano de 2019, cuando una serie de golpes de escena dieron completamente la vuelta a esta historia de un modo sorprendente. Todavía a principios de agosto, una mujer alemana de 30 años con rastas, arrestada por haber forzado con el barco de una ONG el bloqueo italiano para poner 42 migrantes a salvo, fue calificada por la derecha y parte de la izquierda como un símbolo de todo lo que el país tenía que destruir: narcisismo patológico, porosidad de las fronteras, obligaciones externas, sustitución étnica. Unas semanas más tarde las prioridades de los comentaristas eran completamente diferentes: Salvini, en un exceso de seguridad en sí mismo debido a las encuestas favorables, deja caer al gobierno creyendo que podía volver a las urnas como dominador indiscutible de la centro-derecha, conquistar una mayoría absoluta y hacer que los italianos le concedan «plenos poderes». Sin embargo, para sorpresa de todos, el M5S realiza una serie de movimientos que le llevarán de vuelta al cauce de los partidos moderados, lejos del aliado de la Lega: primero apoya el nombramiento de la conservadora Ursula Von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea, y luego, cuando el gobierno ya está en crisis, después de unos días de negociaciones, teje un gobierno alternativo con el PD, el enemigo más odiado.
La figura más sorprendente de la operación es el primer ministro Giuseppe Conte. Este jurista, poco conocido, de Volturara Appula (una pequeña ciudad en la provincia de Apulia), del que hasta ahora se había burlado la prensa, calificándole de «donnadie», y los liberales europeos, tildándole de «títere de Salvini y Di Maio»[4], pasa como por arte de magia de ser el «abogado de los italianos» en una coalición beligerante con el poder establecido a perfecto técnico liberal-democrático en una coalición moderada y proeuropea. La proverbial imprevisibilidad de la política italiana ha alcanzado nuevas cotas.
Aunque el nuevo gobierno dice que está listo para seguir una política fiscal más expansiva que la del anterior, contando con el hecho de que las restricciones de Bruselas puedan aflojarse con un referente menos hostil, este poner patas arriba la trama es un motivo más de condena para los segmentos electorales que habían creído en la «diversidad» del primer experimento nacionalpopulista: tanto para los conservadores, que se encontraron nuevamente en la oposición después de haber rozado la omnipotencia, como aquellos de tendencia socialista que esperaban haber podido su plataforma populista para poner en marcha, si no el verdadero sueño de la democracia directa, por lo menos el desguace de las viejas prácticas transformistas. Los millones de personas que votaron al M5S, en concreto, fueron testigos de una capitulación casi completa de este partido ante las izquierdas moderadas que había prometido combatir. Es difícil sostener que quien se echó a la calle con Grillo gritando «¡que os jodan!» al viejo sistema, confiando en la revuelta populista, pueda ver este movimiento como algo más que una renuncia.
En suma: las alarmas sobre la variación de los apoyos en direcciones demasiado iliberales no tuvieron en cuenta la realidad de un primer gobierno antiestablishment que terminó muchas veces contradiciéndose y discutiendo, que abrazó intereses muy diversos y quedó reducido a una jaula de complicaciones, como por ejemplo cuando se sometió a la vigorosa disciplina de la Comisión Europea sobre el presupuesto, a pesar de las proclamas de guerra. A pesar de la propaganda diaria antieuropea de muchos representantes del gobierno, algunos ministros se comportaron como verdaderos moderados. En política exterior, el M5S y la Lega han alternado esporádicas veleidades de rebelión contra alianzas tradicionales con un continuismo sustancial.
La sospecha, basada en las muchas marchas atrás de los nacionalpopulistas en el gobierno en lugar de en revelaciones reales, es que las elites han encontrado el antídoto contra la enfermedad italiana precisamente en los síntomas de esa enfermedad, y que el nacionalpopulismo ha decidido gestionar el declive italiano de las formas menos dolorosas posibles, con numerosos disfraces retóricos, ocultando sus propias limitaciones e impotencia con máscaras cada vez más engañosas.
¿Por qué hablo de «deriva»?
Si el nacionalpopulismo es un síntoma y no una enfermedad; si muchas de las preguntas a las que abre espacio son legítimas; si sus raíces son profundas; si, más que cualquier otra valoración, su revuelta está domesticada en parte por lazos con el mundo exterior con los que quería luchar, ¿por qué es el tono prevaleciente de este libro de angustia prudente por el futuro de Italia?
Me parece innegable, ateniéndonos incluso únicamente a las pruebas empíricas, que con lanzar gritos de rabia contra el «peligro fascista» a la primera de cambio solo se corre el riesgo de devaluar ese concepto. Igual que tampoco es útil ampliar ad infinitum, como suele hacer la izquierda radical, la categoría de lo que debe llamarse «racista», incluyendo también los centristas que buscan un enfoque realista de la inmigración o los laicos que hacen preguntas sobre la verdadera integración de algunas comunidades en Italia. Salvini estuvo muy bien a la hora de llenar un vacío de poder en el seno de la centro-derecha, en adoptar un mensaje fuerte en un tiempo de declive infinito y en sacar el máximo partido de sus tonos resueltos, divisivos y violentos. Sin embargo, me parece que están sucediendo cosas concretas y preocupantes en el marco político de este país que no pueden aceptarse tan solo como fruto natural de los pecados de la clase política precedente.
En el transcurso de pocos años la Lega ha visto multiplicarse su apoyo casi por diez, pasando del 4 por 100 al casi 40 por 100, ofreciendo al país mensajes y consignas que llevan referencias continuas a la violencia –no solo verbal–. Es cierto que no hay patrullas armadas en todas partes, pero en Verona y en algunos otros centros menores los neonazis se han «fundido» realmente con la Lega y se han convertido en un poder establecido. Es un mensaje intolerable tomar la foto de un sospechosos de homicidio con los ojos vendados –no se sabe cómo– por la policía, tal como hizo Salvini, diseñando sobre ella un gráfico ad hoc, con una leyenda que reivindica plenamente este gesto ilegal. También lo es poner el foco sobre unas menores de edad que, aunque críticas ya que muestran su disconformidad son pacíficas, son expuestas al escarnio público.
Aunque muchos observadores siguen centrándose demasiado en lo que los nacionalpopulistas dicen que quieren hacer en lugar de en lo que realmente han hecho, no hay absolutamente ninguna duda de que algunos líderes políticos están involucrados en una estrategia de envenenamiento de pozos que no debe tomarse a la ligera. Después de un escándalo relacionado con algunos trabajadores sociales que habían sustraído fraudulentamente a varios niños de sus familias en un pequeño pueblo en la provincia de Reggio Emilia[5], gobernada por la centro-izquierda, el entonces ministro de Trabajo del M5S, Luigi Di Maio, había definido al PD (el mismo partido con el que se iba a aliar unas semanas más tarde) como «el partido de Bibbiano» que «saca a los niños de las familias con una descarga eléctrica» con el fin de «venderlos»[6]. Varios miembros de la Lega se jactan abiertamente de su nativismo, como el presidente de la región de Lombardía (la más rica de Italia), Attilio Fontana: «No podemos aceptar a todos los inmigrantes que llegan: tenemos que decidir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe seguir existiendo o ser anulada»[7]. Otros miembros del M5S son conocidos por haber dado crédito a teorías cuando menos extrañas: Carlo Sibilia, que iba a convertirse en subsecretario del Interior, consideró plausible la existencia de los reptilianos y cree que nunca hemos estado en la Luna[8]; el senador Elio Lannutti publicó en Twitter teorías sobre los «Sabios de Sión»[9]. La lista podría seguir y no acabar nunca.
Читать дальше