Este libro no pretende romantizar o suavizar las tensiones que mueven a estos segmentos, pero se basa en la creencia de que con algunos de ellos sería útil poder entrar en conversación: de ello resultaría, creo, una comprensión mucho más rica y articulada de sus proyectos que el actual.
20, 30 y 40 años atrás
Analizando el «lado de la oferta» de los partidos nacionalpopulistas habremos abordado solo una parte de la cuestión de cómo fue posible, pero para comprender el significado de este terremoto debemos dar un paso atrás y observar las profundas tendencias a largo plazo que han remodelado la sociedad italiana en los últimos cuarenta años. La génesis del nacionalpopulismo se desarrolla a lo largo de tres vías, a veces superpuestas, que se desarrollarán en el capítulo II. Los primeros indicios de la primera vía se remontan a finales de los noventa y principios de la década de 2000, con la entrada de Italia en el euro, la decisión de la centro-izquierda de apoyar la intervención de la OTAN en la desaparecida Yugoslavia y el derrumbe de las Torres Gemelas. Esos acontecimientos coinciden con el comienzo de veinte años de laceraciones en casi todos los aspectos de la vida nacional, también por causas no vinculadas únicamente a esos eventos: desde las aspiraciones de estabilidad de la clase media hasta la ocupación general; desde los ideales del multiculturalismo hasta los de utopía proeuropea. Son veinte años que inspiran más directamente que otros las elecciones estratégicas y los lemas del nacionalpopulismo actual, y por la fuerza de las circunstancias significa que los jóvenes son decididamente seducidos por ellos. Pero, además de la destrucción de estos años, hay más cosas.
Para la segunda vía de la crisis italiana, la de la despolitización colectiva en relación con una serie de entidades fundamentales de la vida pública, podemos remontarnos a los años a caballo de la caída del Muro de Berlín, que arroja a los comunistas a un abismo existencial del cual no se han recuperado aún completamente, al comienzo casi contemporáneo del escándalo político más grave en la historia de Italia, con toda la clase política de sello centrista y socialista acusada de ser estructuralmente corrupta e inadecuada para dirigir el país. La condena, sin apelación posible, que vendrá después afectará también de modo determinante al «gran desmantelamiento» de las empresas públicas, que han estado en dificultades financieras durante algún tiempo y se liquidan con un proceso que seguirá vías poco transparentes, acelerado por la ansiedad de tranquilizar a los inversores y las instituciones europeas. Estos son también los años en los que, mientras en Francia estalla el nacionalpopulismo en la variante lepenista, en Italia se abre camino una combinación de movimientos regionalistas y xenófobos que responden al atávico atraso del sur de Italia y que se tomará el nombre de Lega Nord (Liga del Norte).
Profundizando aún más, el proceso de formación nacionalpopulista encuentra sus raíces incluso a finales de los años setenta, cuando quince años de profundos trastornos sociales y económicos, que involucran a la Iglesia y a los partidos políticos, terminan de manera catastrófica, dando paso a un declive de cuarenta años. El milagro económico y las esperanzas reformistas de centro-izquierda habían vuelto a fluir dolorosamente. Con la explosión del movimiento estudiantil y el «otoño caliente», los aparatos del Estado desviados reaccionan con los años sombríos de la «estrategia de tensión», mientras que los movimientos más radicales responden con una ofensiva terrorista sin parangón en Europa. Un armisticio estratégico histórico entre los dos gigantes políticos de la época, la Democrazia Cristiana (Democracia Cristiana [DC]) y el Partido Comunista, se verá condenado al fracaso, dando comienzo a un proceso de decadencia y degeneración de cuarenta años en las instituciones, la clase empresarial y la política. Hay un mundo entero en proceso de derrumbe y las partículas primitivas del populismo italiano se dispersan en las multiformes corrientes de la marginalidad o integrándose completamente en la sociedad. Pero será solo un retiro temporal, que en realidad acumula, entre frustración y desesperación, un resentimiento que más tarde estallará.
Así pues, la historia del populismo italiano no empezó el 4 de marzo de 2018, ni siquiera en el lustro anterior (cuando Lega y M5S adquieren las formas y las peculiarilades que todos conocemos hoy), sino que es el resultado de fracturas de décadas: algunas específicamente italianas, como la gran división entre el norte y el sur o el pesado legado del Partido Comunista más fuerte de Occidente, y otras compartidas con otras democracias en crisis en Europa y el Atlántico, como la volatilidad del electorado, la creciente desconfianza hacia los partidos políticos o la sensación de impotencia de la clase media. Incluso allí donde las diferencias parecen abismales, las reacciones explosivas del laboratorio italiano deberían servir de alarma para aquellos países que se consideran inmunes.
El análisis de Italia ofrece una ventaja significativa: al ser la primera zona de construcción del nacionalpopulismo «en el gobierno» de Europa occidental, puede convertirse en un objeto de estudio con el que realizar evaluaciones empíricas y cuentas precisas, y no solo conjeturas. El capítulo III del libro estará por ello dedicado a los movimientos y disimulaciones de los dos partidos nacionalpopulistas una vez llegados al poder.
Conquistado el Palacio Chigi[3], el M5S y la Lega comenzaron inmediatamente una llamativa tarea de erosión de las normas consolidadas, poniéndose en un rumbo de colisión con la Unión Europea (UE) para abandonar la trayectoria de reducción del déficit que los gobiernos italianos anteriores habían aceptado seguir. Aún más importante fue la imposición de Salvini, como ministro del Interior y vice primer ministro, como la cara más influyente de la alianza y casi el primer ministro de facto, centrando casi toda su acción en la lucha contra la inmigración (clandestina y no clandestina). Mientras tanto, numerosos intelectuales, jóvenes o de trayectoria consolidada, pasaron del centro liberal que antes había sido berlusconiano a este «gobierno de cambio», con una especial predilección por la dureza de Salvini, quien, en el ínterin, se había convertido en uno de los políticos más queridos. Al mismo tiempo, el PD y FI caían a sus mínimos históricos en las encuestas, y a lo más lejos posible de cualquier estrategia de recuperación. Se podía juzgar de muchas maneras, pero el nuevo orden «amarillo-verde» se había convertido en una fuerza que debía tomarse en serio.
A pesar del escepticismo de muchos observadores, que habían previsto una fuga desde los populistas en cuanto apareciesen las primeras dificultades, más de uno de cada dos italianos transcurrido más de un año de las elecciones generales apoyaba todavía la actuación del gobierno. Sin embargo, pronto se habían vuelto del revés las relaciones en la alianza: la Lega, insistiendo en el tema de la inmigración y la seguridad y mostrándose como el lado pragmático de la pareja, duplicó su aprobación, mientras que el M5S, centrado en la lucha contra la pobreza y en los costes de la política, cayó al tercer lugar entre los partidos más votados en los últimos comicios europeos, por detrás de la Lega y el PD.
El modelo de partido-cruzada, contenedor vacío de las instancias más diversas, que fue durante mucho tiempo el punto fuerte del M5S y le había otorgado un voto de cada tres en 2018, parecía en ese momento todo menos estelar, encerrado en un abrazo pasivo con su aliado, un partido con una fuerte identidad y un orden del día casi monotemático. Con la oposición aún viva pero desarmada, el gobierno estaba siendo arrastrado ahora por una Lega sin frenos, preparada para noquear ya al aliado.
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