Mario Diego Peralta - Latinoaméroca en gotas

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Latinoamérica en gotas, está indicado para una cura viajera. En la dosis adecuada presenta relatos y cuentos de viajes por Uruguay, Chile, Paraguay, Perú, Colombia, Brasil, Ecuador, México y Cuba.
Advertencia: A todas las particularidades del narrador viajero que moldean su subjetividad, el autor le sumó la pretensión de utilizar ficción como recurso literario, respetando siempre las locaciones. «Mi lealtad al viaje no se negocia y está en los lugares. Yo siempre estuve ahí. Toda mención de lugar será real; algunos personajes y situaciones podrían serlo, o no».

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Atlántida era la ciudad para la noche. Ir al casino era toda una señal de adultez. Mis 18 años cumplidos unos meses antes me permitían la entrada, pero ir al casino, era salir en banda, perderse del montón para ir a comer unos chivitos y hacerse unos mimos, ir al casino era ser adulto. La ciudad estaba repleta de turistas, en general familias que llenaban los pocos restaurantes y los parques infantiles con esas minivueltitas al mundo con ruidos raros, ruido a falta de mantenimiento, pero se subía igual al Zamba y desaparecía la inseguridad tras sonrisas que ocultaban golpes inesperados. De este tipo de adultez de 18 años estoy hablando.

Para la vuelta caminando a Las Toscas se sumaban palos y piedras en las manos de esos chicos. Por donde fueres, haz lo que vieres, pues ahí todos hacían eso, yo también. Las calles eran de tierra y arena, y se escuchaban ladridos de perros cercanos y lejanos que intimidaban. No eran mucho más que 20 cuadras, se llegaba rápido hasta la calle B, ahí se doblaba, pasando por alguno de los pocos comercios que tenía el centro de Las Toscas, que se iniciaba una cuadra antes y se estiraba durante apenas dos o tres cuadras más. O tenías ahí lo que necesitabas, o no lo necesitabas realmente para ese momento, debías esperar para ir al supermercado. ¿Qué otra cosa se necesita en un balneario uruguayo que pizza con queso (redundancia desde nuestra vista argenta, pero ellos manejaban la pizza por metro con base en pizza sin nada, como la de cancha y sobre esa le agregaban queso como adicional)? Poco inmigrante italiano tuvo Uruguay en proporción a la gran cantidad de españoles. Doblando en la B, dos cuadras y a la derecha. Calle B, ponerle nombre de letras es como con falta de cariño o de próceres, pero superpráctico. Primero pasabas delante de la casa de Zitarrosa, a donde los milicos uruguayos lo habían ido a buscar más de una vez para chuparlo y él se había podido escapar, y en la vereda de enfrente un poco más adelante, saltando el murito, entrabas al chalé. Y ahí estaba la familia, recibiendo los padres a sus amigos médicos colegas o a familiares que venían a pasar las fiestas. Y en el bullicio general yo me escapaba por el fondo con mi novia a la hamaca en la galería de adelante, a charlar, a darnos unos besos, a pasar un rato juntos porque pronto tendría que irme.

Creo importante mencionar que esto ocurría durante la primera presidencia de Alfonsín. Se cayó la dictadura, los militares al mando no pudieron evitar el clamor popular de llamar a elecciones, dictaron una ley de autoamnistía y entregaron el poder a un radical, Raúl Alfonsín. Los militares en el poder habían organizado el terrorismo de Estado, habían hecho desaparecer a más de 30.000 argentinos en una supuesta guerra contra la subversión. Al asumir el presidente democrático desconoció la ley de autoamnistía e instruyó al poder judicial para que luego de una investigación en la que participaron muchos intelectuales, periodistas, abogados, etc., gente respetada en ese momento; se pudiera realizar el Juicio a las Juntas. Toda la información se recopiló en un libro, el Nunca más.

La justicia condenó a muchos militares a cadena perpetua. El juicio se transmitió por televisión en directo. Las exposiciones de las víctimas que sobrevivieron daban escalofríos, eran terribles. Mencionaban violaciones, robos de sus casas, torturas, asesinatos de compañeros, cadáveres tirados al río desde los aviones, tráfico de niños nacidos en cautiverio. El veredicto lo escuchó el país entero, hubo emoción en las calles, felicidad luego de tanta tragedia, fue justicia luego de tanto tiempo sin ella. ¿Por qué cuento esto acá? Porque era a ese mundo a donde mi cabeza de adolescente se dirigía con la colimba. Cuando me tocaba hacerla, todo eso ya se conocía. Se suponía presos a muchos de ellos, pero andaban exigiendo otros por una ley de obediencia debida. Que era algo así como “asesiné, violé, robé, pero porque ‘él’ me lo dijo, cumplía órdenes”. Tenían menos dignidad que un sicario. Los oficiales y suboficiales con los que empezaría a convivir habían impartido y recibido órdenes en la Mansión Seré, un centro clandestino de detención.

Yo, el presidente del centro de estudiantes en mi escuela secundaria, el que peleaba por los derechos estudiantiles en la nueva democracia, tenía que ir a la boca del lobo. Mi novia me acompañó con sus padres a la Plaza Cagancha, en el centro de Montevideo, para que desde ahí me tomara el micro de regreso a Buenos Aires. Con apenas una semana en Uruguay volví con el “bo” y “salado” pegados en el habla, que tardarían unos días en irse, aunque yo no quisiera perderlos, porque se iban mis vacaciones y mi libertad con ellos.

Ella se quedó allá. Hubo mucha tristeza en esa despedida. Yo me traje la mía a Buenos Aires y el 5 de enero me presenté con la carta de citación en la mano en el Distrito Militar San Martín, en Ramos Mejía, en el cercano oeste del Gran Buenos Aires.

Día de perros

Primer acto

La escena transcurre en una calle desolada que bordea el arroyo de Parque del Plata. El sol está lo más arriba posible, aun así, no calienta lo suficiente, es invierno y hace frío. Dos chicos de veintipocos años, muy abrigados, caminan por el medio de la calle paseando una beba en su cochecito paragüitas. A su derecha, el agua; a la izquierda, las casas vacías.

Ella: Qué linda está la casa, ¿no?

Él: La verdad que sí, tiene… ¿Cómo le dicen al quincho? Parrillero (sonríe), a dos cuadras del arroyo, sobre la entrada asfaltada. Copada. (Él hace un ademán para sacar un cigarrillo del bolsillo de su campera).

Ella: ¡Otra vez vas a fumar! ¿Cuándo vas a dejar?

Él: ¿Pero si estamos al aire libre? ¿Qué te molesta?

Ella: Está la nena. (Haciendo una burla cariñosa). “¡Cuando nazca dejo de fumar, cuando nazca dejo de fumar!”.

Él desiste. Refunfuña, pero sabe que está en falta. Cambia de tema rápidamente mirando hacia el puente que tienen por delante sobre el arroyo.

Él: ¡Enorme ese puente! ¿Cómo se llama el balneario que está del otro lado?

Ella: ¿Acá pegado? Las Vegas. La Floresta es un poco más adelante. (Ella adopta el rol de guía local, es la que conoce el lugar). No bien pasás el puente, está la entrada a la derecha. Es muy lindo. Mirá cómo llega al mar, con esos médanos. (Se frena y con el dedo señala hacia la orilla de enfrente, siguiendo el cauce del arroyo hasta la desembocadura y un poco antes se ven grandes médanos sin ni una persona).

Él: ¿Y en verano a dónde van a la playa, acá o del otro lado? Para allá es lejos, hay que ir con el auto. Y la playa acá… no está muy buena. (Retoman el andar empujando el carrito acercándose al cordón, pasando la vista sobre la pequeña playa que bordea el arroyo).

Ella: Sí, no está buena, pero debe ser por el invierno. Por allá (se da vuelta hacia atrás y señala para una especie de terreno baldío), en esa plaza, en verano ponen una feria artesanal.

Él: (A él lo aburren las ferias artesanales, cree que no hay nada artesanal, que todo sale de un mayorista del Once e intenta molestar). ¿En dónde? ¿Qué plaza? ¡Eso es un baldío! ¡Qué pena que no estén hoy! (Ambos se ríen mientras de fondo se escucha el llanto de un bebé).

Frenan el carrito, él se adelanta, se agacha y le pone el chupete. La beba deja de llorar. Levanta la vista y sin moverse acercando la nariz a la zona del pañal le pregunta:

Él: ¿A qué hora le toca la teta?, ¿se habrá cagado?

Ella: (Conocedora de sus tetas más que del horario exacto en que debe alimentarla). Hambre, no creo. Qué sé yo, olela. Abrigada, está bien abrigada. Se despertó nomás, ya se duerme otra vez. (Con apenas 4 meses de antigüedad en el puesto ya estaba al tanto de todas las tranquilidades que imparten las madres, para sus hijos y para su esposo también).

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