Genealogía de David y Salomón según Mateo
con las cuatro mujeres.
Es cierto que a Betsabé no se la justifica en la literatura rabínica el pecado cometido con David, pero en alguna medida se la destaca como la madre de Salomón, con lo que su adulterio queda minimizado por la grandeza de su descendiente. Una segunda posición, tiene una notable fuerza y, con muchas probabilidades, podría ser la razón de la inclusión de las cuatro en la genealogía de David. Todas ellas eran extranjeras. No hay una evidencia inequívoca en relación con Tamar, pero es claro que fue tomada por Judá para su hijo primogénito Er del mismo lugar a donde él había ido cuando se separó de sus hermanos (Gn. 38:1), siendo adulamita su propia esposa Hira. Adulam era una ciudad cananea (Jos. 12:15) de la región de la Sefela, en el camino entre Hebrón y Gaza. En cuanto a Rahab, no hay duda alguna que era una mujer cananea. Rut, tampoco era hebrea, sino moabita. A Betsabé no se la vincula con un pueblo determinado, pero su esposo Urías era heteo, a quien Mateo llama “el hitita”, siendo natural que ella fuera de la misma procedencia. Esto vincularía a las cuatro mujeres, no tanto por su pecado, sino por su condición de extranjeras. Lo que la Biblia está enseñando es que, el Mesías, que todos consideraban como judío, estaba emparentado también con los gentiles. El judaísmo había de dar a estas cuatro mujeres la condición de judías considerándolas para ello como prosélitas que se incorporaron al pueblo de Israel por fe en el Dios de Abraham y aceptación de su ley. Sin embargo, debe apreciarse que todas ellas eran extranjeras.
Según la genealogía de Mateo, Rahab habría sido la tatarabuela de David (Mt. 1:5-6), cosa improbable en razón de los datos cronológicos que la misma historia bíblica proporciona. La lista de Mateo ha sido elaborada por el evangelista con el propósito de manifestar la vinculación de Jesús con David de forma que, como descendiente directo, permitía que se le llamara “Hijo de David”.
Así escribe William Hendriksen:
“Esto significa que no se puede usar la lista con el propósito de sacar conclusiones cronológicas, por ejemplo, para calcular el tiempo transcurrido entre Rahab y David. Si se usa, sin embargo, el v. 5 para este fin, suponiendo que no se ha omitido ningún eslabón mesiánico, resultaría que Rahab, que vivió en el tiempo de la entrada de Israel en Canaán (Jos. 2 y 6), fuera tatarabuela de David; porque la secuencia presentada aquí es Rahab (esposa de Salmón), Booz, Obed, Isaí, David. Este resultado es muy difícil de armonizar con 1.Re.6:1, donde, aun cuando se hagan las sustracciones necesarias, se implica un período considerablemente más largo para el lapso de Rahab hasta David. Evidentemente, Mateo no consideró necesario mencionar un representante de cada generación. Tampoco lo hicieron los otros escritores bíblicos (cf. Esd. 7:3 con 1Cr. 6:7-9). Esto es claro en Mateo en el estudio del segundo (vv. 6b-11) y el tercer (vv. 12-16) grupo de catorces como se indicará. El evangelista está interesado en la cristología, no en la cronología. Se conforma con mostrar que los tres catálogos de antecedentes mesiánicos, arreglados lógicamente según los grandes puntos decisivos en la dinastía davídica, alcanzan su cumplimiento en Cristo. Con el fin de alcanzar su meta ni él ni el escritor inspirado del libro de Rut consideraron necesario mencionar cada eslabón de la cadena genealógica”5.
Una sencilla aplicación puede extraerse del texto, tomada de la actuación de Josué para cumplir el mandato de Dios. El creyente que confía plenamente en el Señor y en los recursos de su gracia, no deja a la improvisación el trabajo que le ha sido encomendado, sino que se prepara para llevar a cabo con éxito lo que le ha sido encomendado. El planificar la actuación y tomar las precauciones necesarias para llevarla a cabo, no significa, en modo alguno, una falta de fe y confianza en el poder, conducción y provisión divinas. Un creyente no es más espiritual por dejar a un lado la planificación y previsiones en la obra de Dios, sino todo lo contrario. El mismo Señor es ejemplo de ello, cuando con motivo del acoso por parte de los dirigentes de la nación, se retiró con los suyos a un lugar que no comportaba las dificultades y problemas que pudiera haber en Jerusalén (Jn. 10:39-40). Pablo es otro ejemplo de prudencia en el modo de actuar. Después del alboroto en Tesalónica, sale de noche hasta Berea, evitando los peligros de un camino a pleno día (Hch. 17:10). Igual comportamiento se da cuando surgieron los problemas con los judíos en Berea (Hch. 17:15). Aun cuando tenía la promesa del Señor de que ningún mal podría ocurrirle hasta estar en Roma, tomó las precauciones necesarias para evitar el complot de los judíos contra su vida en el camino a Cesarea (Hch. 23:12ss). Asumir riesgos innecesarios en la obra de Dios no es evidencia de espiritualidad y confianza, sino que muchas veces manifiesta un desafío arrogante propio de la carne. Josué tomó las precauciones necesarias enviando a los dos espías para reconocer Jericó, no por desconfianza en el poder de Dios, sino por el deseo de evitar los riesgos que pudieran ocurrir en un territorio desconocido para ellos.
El cuidado de Rahab (2:2-7)
2. Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo: He aquí que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche para espiar a tierra.
La presencia de los enviados por Josué no pasó desapercibida a pesar del cuidado que habían puesto en ello. Tal vez se desearía que el relato bíblico explicase cómo la presencia de los dos espías llegó al conocimiento de los que avisaron al rey de Jericó. Es notable el conocimiento tan preciso que tenían en relación con los espías. Sabían de donde procedían y que eran “hombres de los hijos de Israel”; sabían que habían llegado a Jericó “esta noche”; sabían que la razón de su presencia en Jericó era “para espiar la tierra”. Cómo llegaron a este conocimiento es algo que la Palabra no revela. Los planes de Dios para su pueblo no pasaban desapercibidos para aquel que es su enemigo. En la ocupación de la tierra prometida estaba implícita la bendición a todas las gentes, que había sido dada a Abraham (Gn. 22:18). También estaba involucrado el cumplimiento de un nuevo orden de naciones y reinos (Gn. 17:16). Este propósito divino afectaba directamente al de Satanás, de mantener un mundo de reinos en sujeción a sí mismo que en la caída del hombre “le habían sido entregados” (Lc. 4:6). El reino de Satanás es un reino al margen de Dios y bajo su control directo, donde ejerce su depravada autoridad. Por tanto, no puede extrañar que los movimientos del pueblo de Dios estuviesen bajo su atención. La guerra de la ocupación de Canaán traería como resultado la instauración de una parcela en la tierra en donde el reino de Dios se manifestaría como testimonio a las naciones, prólogo al establecimiento del reino eterno. Por tanto, la derrota de los pueblos que ocupaban la tierra entonces era la derrota de Satanás y evidencia del aspecto limitado de su reino de tinieblas. Era, en definitiva, la derrota del propósito esclavizador del tentador en su deseo de impedir que el pueblo de Dios alcanzase las promesas. El hecho de que Dios manifestara en Egipto la victoria sobre Satanás al liberar a los suyos de la esclavitud, no impide que el propósito diabólico de oposición continua a los planes del Eterno siga adelante en su actuación ciega y pecaminosa.
En el presente la iglesia es otro pueblo, pero es también el pueblo de Dios. Es otra esfera en la que las bendiciones se alcanzan. Es otro el programa del reino para esta dispensación. Pero no es menos cierta la lucha espiritual y continua que cada creyente individualmente —y la iglesia como colectividad— está librando contra las huestes de maldad de las regiones celestes (Ef. 6:12). Los demonios están atentos a la actuación de cada creyente. Pedro enseña que Satanás está alrededor de cada cristiano procurando que no alcance las promesas de victoria en Cristo Jesús (1Pe. 5:8). Sorprende a veces cómo los planes de la iglesia son descubiertos y cómo lo que pareciera ser algo sencillo se convierte en dificultades y confrontaciones. Sin embargo, es lo más lógico si se tiene en cuenta el alto número de las “huestes de maldad”. El dragón arrastró consigo en su caída a la tercera parte de las estrellas del cielo (Ap. 12:4). Estos son sus oídos, sus ojos y sus mensajeros desplegados por toda la tierra. Las conversaciones más íntimas son escuchadas por ellos muchas veces. No debe, pues, sorprender su conocimiento sobre los planes que el creyente pueda tener o lo que la iglesia se proponga realizar.
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