CAPÍTULO 2
RAHAB
Introducción
La gracia y la fidelidad de Dios se manifiestan admirablemente en relación con su pueblo. Los había liberado de la esclavitud en Egipto, los condujo a lo largo de los cuarenta años en el desierto y los situó en los límites de la frontera con Canaán para darles la heredad que había prometido para ellos. En todo ello, junto con la gracia, se aprecia la fidelidad de Dios cumpliendo lo prometido a los padres de la nación. Sin embargo, el relato queda aparentemente cortado para incorporar la historia de Rahab, la mujer cananea, ciudadana de Jericó, la primera ciudad que fue conquistada por Israel en la ocupación de la tierra. Dios había provisto bendiciones para Su pueblo, no obstante, también alcanza con ellas a quienes no formaban parte de la nación escogida e incluso a quienes no tenían otra esperanza que la propia de sus conciudadanos: ser destruidos totalmente por pertenecer a pueblos para los que Dios había destinado ese juicio a causa de su pecado. Entre los salvos por gracia está el personaje central del capítulo, una mujer gentil llamada Rahab, que alcanza la salvación gratuitamente junto con su familia directa y que vino a incorporarse a las bendiciones que Dios había determinado para Su pueblo Israel. El relato se establece detallando el envío por Josué de un pequeño grupo de exploradores que inspeccionarían la ciudad de Jericó y su entorno (v. 1). Su misión les llevó a la casa de Rahab, en donde procuraban ocultarse de los ciudadanos de Jericó, quienes, de algún modo, sabían el propósito de Israel y tenían noticias de la destrucción de ciudades importantes al otro lado del Jordán, cuyos territorios habían sido ocupados por los hebreos. Aquella mujer trató de forma muy especial a los espías enviados por Josué, ocultándolos cuidadosamente en el terrado de su casa y proveyendo para ellos lo necesario (vv. 2-7). En el diálogo con ellos se descubre la fe de aquella mujer en el Dios de Israel, el único Dios verdadero. Palabras concretas expresaban el convencimiento íntimo de aquella fe, aceptando y afirmando que el Señor tenía la tierra y aquella ciudad para entregarlas en manos de Israel. Rahab testificó de cómo Dios había comenzado a debilitar la parte íntima de los habitantes de Jericó, describiendo su estado de ánimo ante la presencia de los hebreos al otro lado del río. Dios estaba actuando, no en el exterior de los enemigos de Israel, sino en el interior de ellos amedrentándolos, preparando todo para la primera victoria en la tierra de Canaán (vv. 8-11). La petición de Rahab para que su vida y la de los suyos fuese respetada y perdonada, evidencia su fe sólida en Dios; no dudaba de su misericordia (vv. 12-16). Junto con la promesa de vida, los espías establecieron las condiciones para que la petición de Rahab se cumpliera. Ella había de mantener atado en la ventana de su casa un hilo escarlata, que sería señal al ejército de Israel en el momento de la conquista de la ciudad, y que preservaría la vida de cuantos estuvieran en la casa (vv. 17-21). Finalmente, el informe de los espías cierra el paréntesis dentro del relato de los preparativos anteriores al inicio de la conquista. El relato bíblico une la historia segura de los acontecimientos ocurridos a la teología, mostrando un extraordinario cuadro de providencia divina en favor de los suyos. El pasaje ofrece cuatro cuadros excelentemente enlazados —como corresponde a un relato inspirado— en el que destaca sobre todo la presencia de Dios orientando todo para la realización de Sus propósitos soberanos, conforme a Sus designios.
El comentario del pasaje se hará siguiendo el Bosquejo que se dio en la introducción, como sigue:
3. El reconocimiento de Jericó: Rahab y los espías (2:1-24).
3.1. Los espías enviados (2:1).
3.2. El cuidado de Rahab (2:2-7).
3.3. La fe de Rahab (2:8-11).
3.4. La petición de Rahab (2:12-16).
3.5. La condición para Rahab (2:17-21).
3.6. El informe de los espías (2:22-24).
El reconocimiento de Jericó: Rahab y los espías (2:1-24)
Los espías enviados (2:1)
1. Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron allí.
Josué había iniciado los preparativos necesarios para ejecutar la voluntad de Dios en relación con la posesión y reparto de la tierra prometida (1:4, 6). Primeramente, ordenó que el pueblo hiciera los acopios de comida pertinentes para que cada familia tuviera lo necesario a la hora de cruzar el Jordán e introducirse en Canaán (1:11). Josué siguió tomando decisiones en relación con la conquista en sí del territorio del que había de posesionarse Israel. Lo hacía desde el lugar en donde estaba acampado el pueblo, llamado aquí Sitim, en la forma abreviada del nombre “Abel-sitim” (Nm. 33:49). Sitim significa acacias, por lo que “Abel-sitim” probablemente equivale a prado de las acacias o, para otros, arroyo de las acacias. Este lugar, situado en Transjordania, se identificó primeramente con la actual Tell el-kefrein, situada a menos de dos kilómetros al norte de Kefrein, la Abila romana citada por el historiador Flavio Josefo (Antigüedades 5:4). Sin embargo, más recientemente, se la identifica con la actual Tell-el-hamman, situada a unos dos kilómetros al sudeste de Tell-el- Kefrein1. Fue en aquel lugar donde años antes el pueblo de Israel, inducido por las mujeres de Moab, había cometido el pecado de adorar a los dioses moabitas, trayendo la ira de Dios sobre ellos (Nm. 25:1-4). Desde este mismo sitio, un pueblo nuevo estaba dispuesto para subir a la tierra prometida, y el conductor del pueblo tomaba las disposiciones necesarias para hacerlo conforme a la voluntad de Dios.
Josué envió a dos exploradores —más bien espías (meraggelim)2— para reconocer un punto concreto: Jericó. Probablemente lo hizo el mismo día que envió a sus oficiales para ordenar el acopio de comida entre el pueblo. Ninguna semejanza puede establecerse con la acción de Moisés cuando envió a doce espías para reconocer la tierra de Canaán desde el desierto de Parán (Nm. 13:1-20). Aquella había sido una decisión del pueblo que Dios consintió. El texto bíblico es muy preciso: “Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán” (Nm. 13:2), en el hebreo se lee literalmente “envíate”, la decisión era del hombre y Dios consentía en ello; no era, por lo tanto, instrucción divina, sino decisión humana. Moisés recordaba el acontecimiento y hacía énfasis en la razón del mismo: “Y vinisteis a mí todos vosotros, y dijisteis: Enviemos varones delante de nosotros que nos reconozcan la tierra, y a su regreso nos traigan razón del camino por donde hemos de subir, y de las ciudades a donde hemos de llegar” (Dt. 1:22). La razón de aquella propuesta había sido la desconfianza. El pueblo de Dios dudaba de la posibilidad real de tomar posesión de la tierra. Aún más, tenía desconfianza de la bondad de ella. Los espías fueron enviados para reconocer si la tierra era buena o mala (Nm. 13:19a). Todo lo que ellos debían comprobar ya había sido anunciado por Dios, por tanto, fue un error grave enviar espías para investigar si era cierto lo que Dios ya les había dicho antes. Josué nunca dudó de las promesas de Dios, ni antes ni mucho menos en aquellos momentos. Entonces, junto con Caleb, presentó un panorama positivo del resultado de la inspección de Canaán (Nm. 14:7), pronunciando una solemne advertencia que declaraba su confianza en el poder de Dios, que estaba con ellos, y se oponía a la decisión del pueblo de regresar a Egipto, considerándola como un acto de rebeldía contra Dios (Nm. 14:9). La certeza que Josué tuvo en aquella ocasión del poder de Dios (Nm. 14:8), no disminuía cuando, por segunda vez, se presenta la posibilidad de entrar al disfrute de lo que Él había prometido a Abraham (Gn. 15:18.21). Los espías son enviados con un propósito concreto: “reconoced la tierra y a Jericó”.
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