Demian Panello - Hipólito

Здесь есть возможность читать онлайн «Demian Panello - Hipólito» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Hipólito: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Hipólito»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Enero de 1807, los ingleses todavía merodean en el estuario del Río de la Plata.
Montevideo se encuentra sitiada y pronto caerá en poder de los invasores amenazando la conquista de todo el virreinato.
Un inesperado encuentro y una misión alteran los planes del oficial de dragones Hipólito Mondine.
Océano por medio, en la agitada Francia imperial, otros sucesos lo arrastrarán hacia lo desconocido y aterrador de su propia historia.

Hipólito — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Hipólito», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—En cuanto le den de alta lo llevaré junto con sus compañeros al calabozo del fuerte. – replicó el oficial de dragones. – Son contrabandistas…—agregó titubeante. —Esperábamos una patrulla inglesa o quizás a los nuestros en retirada, pero dimos con estos tres hombres que andaban solos.

—¡Si al menos me hubiese herido un inglés! – exclamó de súbito Pimentel mirando al prisionero fracturado. —¡Pero resultaron ser unos ladronzuelos mugrientos! – agregó de inmediato alzando la voz.

—Me temo que ya tendrás oportunidad de enfrentar a los ingleses. – lo consoló Isidro.

—Eso espero. No quiero que crean que me faltan ganas, que tengo miedo. – aseguró serio el joven.

O’ Gorman, de pie entre la cama y la ventana, parecía engalanado por el resplandor que entraba del exterior.

—Escúcheme Pimentel… ¿Es usted efectivo del regimiento de dragones no es así? – preguntó entonces el doctor. Francisco asintió severo alzando sus hombros.

—Bien, óigame. El hecho de que usted se encuentre aquí herido por un arma blanca en una redada o en una misión, lo que haya sido, demuestra a las claras su arrojo, su coraje. – Miguel O’ Gorman hizo, entonces, una breve pausa que le permitió refrendar la aprobación del cadete.

—Ese coraje suyo – continuó O’ Gorman señalándolo con el dedo índice de la mano derecha. —que, repito: lo mandó al hospital, no crea que es resultado de la ausencia de miedo, no, en lo absoluto – reafirmó ya observando a todos – Es, en todo caso, el triunfo sobre él. – concluyó categórico como solía rubricar el doctor cada exposición.

Luego del hospital, Hipólito se dirigió a la oficina del coronel de su regimiento. Cuando llegó, encontró a José de la Quintana mirando por la ventana hacia el patio interior. No había otro movimiento más que el de unos esclavos trabajando la tierra de unos pequeños canteros debajo del frente sur del Palacio de los Virreyes.

Hipólito carraspeó para declarar su presencia ya en el interior de la oficina.

—¡Oficial Mondine! – exclamó el coronel retornando de sus cavilaciones. – Venga, tome asiento por favor.

Hipólito saludó solemne y se sentó frente al escritorio apoyando el sombrero sobre su falda.

—Bueno, permítame primero felicitarlo por el resultado de las acciones en Las Conchas y hágale llegar mis más caros respetos a sus hombres, en especial al cadete … ¿cuál era su nombre? – dijo un tanto abochornado por no recordarlo.

—El cadete Francisco Pimentel. Se encuentra convaleciente pero fuera de peligro. —replicó Hipólito.

—Aja, Francisco Pimentel. – repitió fuerte y claro el coronel mientras anotaba su nombre en una hoja. – Bien, transmítale mis felicitaciones entonces al cadete Francisco Pimentel. – reiteró pasando ahora sus dedos por el papel. —Dígame, usted que lo conoce mejor, ¿no cree que ya es hora de hacerlo efectivo en el regimiento? – preguntó echándose sobre el respaldo de la silla.

—Por supuesto. – dijo de inmediato Hipólito. – El cadete Pimentel en el transcurso de dos años asistiéndome ha demostrado un valor destacado, de plena disponibilidad y utilidad en la obtención de información. Para su corta edad conoce muy bien la ciudad y a todos los vecinos. – expuso el oficial. —Pero, además, demuestra una preocupación continua por los asuntos militares del virreinato. Creo que sí, ya es hora de, si me permite la insolencia, no solo efectivizarlo sino premiarlo.

—Ya veo. – replicó de la Quintana retornando su vista al nombre que acababa de escribir. – Lo ascenderemos entonces a cabo, ¿le parece? – dijo sonriendo el coronel.

Hipólito asintió satisfecho.

—Hoy mismo redactaré el oficio de su incorporación y su nuevo grado. Si le parece, prefiero entonces acercarme en persona al hospital para transmitirle la buena nueva. – expuso haciendo a un lado la hoja al tiempo que estiraba sus manos a lo ancho del escritorio.

—Y hablando de buenas nuevas, que no son buenas precisamente. Han llegado noticias de la Banda Oriental. – agregó más reservado.

Hipólito ladeó un poco su cabeza como adivinando cuál era aquella novedad que seguro no haría más que postergar su decisión de abandonar el regimiento.

—Hace unos días cayó Montevideo. – dijo abatido de la Quintana. – Los británicos la capturaron sin que nuestras tropas, todavía varadas en Colonia, pudieran impedirlo.

El coronel se refería a los casi mil quinientos hombres al mando del Capitán General Santiago de Liniers y el comandante Cornelio Saavedra. Se habían trasladado a Colonia del Sacramento y desde allí esperaban coordinar con las tropas de Sobre Monte para entonces marchar hacia Montevideo sumando así más hombres a los del gobernador Huidobro que solos sostenían el baluarte.

—Las huestes de Sobre Monte nunca llegaron a unirse a los patricios y dragones. No sabemos qué pasó, nos enteraremos cuando regresen Liniers y Saavedra. Con la ciudad tomada ya sería imprudente avanzar. Además, sabemos que el número de los invasores sobrepasan largamente los cinco mil soldados. – expuso preocupado el coronel.

—Y no pasará mucho tiempo para que intenten invadir nuevamente Buenos Aires. – dijo Hipólito pasando su mano por la barbilla.

—Correcto. Primero seguro irán por Colonia. Sería también insensato pretender sostener esa plaza, abierta y poco fortificada, con nuestros hombres acorralados por el río. Así que abandonaremos Colonia en estos días. Tendremos que refugiarnos aquí a esperarlos. – dijo abriendo sus manos.

—Entonces el nuevo cabo Francisco Pimentel tendrá una oportunidad de mostrar su valor. – agregó sonriendo el coronel. – Será una batalla cruenta y espero triunfemos sobre los invasores. Aunque más de cinco mil hombres bien armados de la Royal Army, debo decir, preocupa. – agregó incorporándose de la silla.

De la Quintana se volvió a dirigir a la ventana. Los esclavos continuaban su labor sobre los canteros repasando la tierra con las azadillas.

—Oficial, quiero ser claro con algo. – expresó sin dejar de mirar al exterior. —Le reitero mis felicitaciones por la misión en Las Conchas. Valoro el arrojo de todos en la ejecución del deber, pero en virtud de las circunstancias necesito hacerle un pedido. – dijo volviéndose hacia el oficial de dragones.

—Por supuesto coronel. – replicó atento Hipólito.

—Dígame, ¿cuántos prisioneros tenemos en los calabozos del fuerte y en el Cabildo? – preguntó de la Quintana.

Hipólito reflexionó un instante bajando la vista.

—Aquí en el fuerte están dos de los tres hombres capturados en el río. El otro se encuentra herido en el hospital en la misma habitación donde reposa Pimentel. Y en el Cabildo creo que hay solo un jornalero conocido por armar peleas borracho en Retiro. – respondió el inspector.

—Bien. Necesito con urgencia todos los calabozos libres. En caso de que los ingleses invadan la ciudad, como consecuencia de la contienda van a resultar muchos prisioneros. —titubeó apretando sus labios – Prisioneros propios o ajenos. – agregó retornando su vista al oficial. —Rezaré porque sean ajenos, pero de todas formas las prisiones tienen que estar vacías para recibirlos.

Hipólito asintió con prudencia.

—El jornalero ya pasó dos noches guardado. Lo libero de inmediato. Pero ¿qué hago con los contrabandistas?

El coronel se acercó hasta ponerse frente al oficial y apoyó su mano izquierda en el escritorio. Hipólito lo miró interrogativo.

—Libérelos también. Aunque si realmente quiere conocer mi opinión le diría que los fusile. Al fin de cuentas si los libera seguro retornarán a la actividad. No vamos a terminar con el contrabando, pero ¡vamos!, es un incordio andar arriesgando hombres, ¡soldados! por estos trúhanes.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Hipólito»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Hipólito» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Hipólito»

Обсуждение, отзывы о книге «Hipólito» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x