Demian Panello - Hipólito
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Montevideo se encuentra sitiada y pronto caerá en poder de los invasores amenazando la conquista de todo el virreinato.
Un inesperado encuentro y una misión alteran los planes del oficial de dragones Hipólito Mondine.
Océano por medio, en la agitada Francia imperial, otros sucesos lo arrastrarán hacia lo desconocido y aterrador de su propia historia.
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Dirigió entonces el catalejo hacia el islote y la imagen ampliada le devolvió la misma soledad que sus ojos desnudos habían percibido, cuando de pronto, un nuevo destello lo encandiló. Agudizó su vista potenciada por el aparato y entonces descubrió la boca de una cueva cerca de la cima del solitario promontorio de aquel islote. En ese instante el humo de otra explosión saliendo de esa misma gruta delató a su enemigo.
—¡En el Roca Diamante! – alcanzó a gritar sin impedir que el cañonazo diera de lleno en medio del velacho, quebrando el trinquete.
El palo quedó colgando de la arboladura arrastrando consigo las vergas y los juanetes de proa.
Los cañones del Mariana no tardaron en contestar fuego hacia el islote Roca Diamante, pero fue nulo el daño causado al empinado peñón de piedra.
Otro disparo desde la improvisada fortaleza marina alcanzó el bauprés llevándose con él los foques y la arboladura del trinquete que hizo caer sobre la cubierta la parte superior del palo con su verga y juanetes.
La fragata, con su trinquete fuera de servicio, había reducido su velocidad sin haber podido salir todavía del alcance del fuego enemigo. Entonces, el capitán ordenó largar rizos y añadir bonetas, lo que implicó arriesgadas maniobras de varios hombres manipulando paños y aparejos en altura sobre el palo mayor. Así el Mariana fue llevando curso hacia el este dejando a un lado, lentamente, el maligno islote.
Una vez fuera de peligro Casanova se puso a evaluar la necesidad de tocar puerto o tierra segura para reparar los daños. El puerto más cercano, St. Thomas frente a la Roca Diamante, quedaba descartado por razones obvias y la villa de Ste. Anne, en la península sur de la isla, estaba a tres leguas, una distancia algo lejana para la exigencia que estaba sufriendo el palo mayor.
Indicó entonces rumbo a los Tres Ríos, un pequeño delta pasando la Bahía de Serón a poco más de una legua. Llegaron a los arrecifes de corales que precedían a la playa, más desdibujada por los ríos que la aguaban, cayendo la tarde.
No desembarcaron hasta la mañana siguiente. Casanova envió varios botes para examinar las playas y comprobar si estaban habitadas; pero los hombres que fueron a reconocerlas no encontraron más que zarigüeyas, iguanas y un gran número de aves. La naturaleza algo pantanosa de la costa no era las más recomendable para el tránsito continuo de una tripulación reparando una nave, pero la escarpada ladera que enmarcaba hacia el oeste la bahía de Los Tres Ríos mantenía al Mariana fuera del alcance visual de la Roca Diamante. Y cuando los exploradores se adentraron al interior de la isla y encontraron una tupida selva compuesta de helechos y árboles de caoba, el capitán terminó por convencerse que ese era el lugar apropiado para reparar su nave.
Toda la tripulación puso manos a la obra de inmediato. Miguel dirigía a los hombres que facilitaban la madera proveniente de la selva próxima a la playa mientras que el carpintero de a bordo organizaba y supervisaba los trabajos de reparación. De esta forma durante tres días seguidos de labor intenso fueron reparando, con partes confeccionadas en la playa y trasladadas luego al barco, el palo trinquete con un nuevo velacho y nuevas vergas, un bauprés nuevo reforzado y el palo mesana restaurado también con sus vergas.
Con el Mariana ya listo, el capitán tenía pensado abandonar la bahía por la noche para no ser vistos desde el islote, pero esa misma tarde el vigía gritó:
—¡Vela a la vista!
Casanova salió de su camarote al instante. El contramaestre Jolimont, Miguel y otros hombres se acercaron también a la cubierta de estribor.
Frente a la bahía un imponente navío de línea inglés se desplazaba lento.
—Ya nos debe haber visto. – articuló entre dientes el capitán mientras que con el catalejo identificaba el pabellón del HMS Centaur.
En ese instante un cañonazo de salva como advertencia hizo eco en la espesura adyacente a la costa.
—Zarpemos sire y planteémosle batalla. – exclamó Miguel. – Por lo menos moriremos peleando. – agregó incólume y sentido sin dejar de observar el barco enemigo.
Casanova dio un largo suspiro mientras se balanceaba con sus manos enganchadas en el cinto del pantalón.
—Oficial, contramaestre… conmigo a la toldilla. – ordenó a continuación señalando a Miguel y a Jolimont.
Ingresaron los tres hombres al camarote del capitán. Casanova apoyó su cuerpo y manos, casi sentándose, en el escritorio y se dirigió a sus oficiales.
—Como ya usted mismo observó, atacar a un navío como ese y en particular en las condiciones cerradas en la que nos encontramos en esta bahía y el mar circundante tan próximo a la costa, sería un suicidio. Nos hundirían en pocos minutos sin que mucho daño pudiéramos causarle. – comenzó diciendo, señalando a Miguel. – Seguro estaremos soñando morir cubiertos de gloria y en nuestra propia materia haciendo del mismo Mariana la morada final en el lecho marino. Esto, sin pensar además que estaremos arrastrando, vaya a saber uno, a cuantos de los hombres. – continuó alternando su vista entre sus interlocutores.
—Luego de todo lo que hemos andado y nos falta andar, no creo que queramos ese destino fútil para nuestra amada nave, ¿no es así?... al menos yo no lo deseo. – interpeló sereno.
Miguel y Jolimont asintieron reflexivos al unísono.
—¿Qué hacemos entonces? – preguntó el contramaestre.
—Bien. – dijo el capitán satisfecho de haber persuadido a sus oficiales. – Entiendo que quienes nos atacaron desde el Roca Diamante, no son otros que los ingleses. Deben haber fortificado el islote emplazando cañones de veinticuatro en las cuevas y como cada embarcación, por lo general de bandera francesa, cuyo destino sea alguna de las dos bases navales de Guadalupe y Martinica necesariamente tienen que pasar cerca del Roca Diamante han hecho de éste un enclave ofensivo letal. Tal como nos pasó, todas las naves quedan expuestas a fuego abierto desde una posición casi inexpugnable. – expuso conciso.
—Pero ¿y este navío inglés? ¿cómo sobrevive en estas aguas rodeadas de bases francesas? – inquirió Miguel confundido.
—Creo que de casualidad encontramos a este barco en esta zona. Y quizás sea el mismo que fortificó Roca Diamante. Pronto abandonarán el islote dejando allí parte de su tripulación con la misión que ya conocemos. También creo ahora, que teniendo a su merced un barco mercante cargado de provisiones, armas y materiales, no tienen intenciones de hundirnos desperdiciando toda la carga. Quieren capturarnos y que el Mariana sea el mercado flotante de los defensores del Roca Diamante.
Miguel y Jolimont volvieron a asentir pareciéndole acertada la reflexión. Solo alguien como el capitán Baptiste Casanova era capaz de evaluar con tanta rapidez en condiciones tan adversas.
—Esto es lo que vamos a hacer. – dijo poniéndose ahora escritorio por medio donde, desde hacía unos días, se extendía un mapa de las islas circundantes.
—Nos rendiremos y los británicos creerán que seremos sus rehenes, pero en realidad haremos nosotros de ellos los rehenes. – declaró con los ojos chispeantes y una sonrisa. Los oficiales se miraron confundidos.
—Quiero que todos los hombres desembarquen y se unan a los que todavía están en la costa. – continuó diciendo. – Entonces yo mismo, solo en el Mariana, izaré la bandera blanca.
—Pero capitán… —dijo Jolimont desconcertado.
—Déjeme terminar. – interrumpió Casanova levantando la mano. El contramaestre inclinó su cabeza.
—Toda la tripulación se interna en la selva durante dos días. – agregó con los ojos bien abiertos, señalando el interior de la isla en el mapa. —Es fácil, sin tripulantes, el Mariana se queda donde está. Los ingleses estarán obligados a negociar alguna salida o bien tendrán que ir a buscar hombres que tripulen nuestra nave al Roca Diamante y a St. Thomas. Sospecho que de todo eso nos enteraremos pasados dos días. Si deciden ir a buscar tripulantes para el Mariana, entonces dejarán algunos hombres custodiando el barco. Si están atentos, yo les sabré indicar el momento de regresar para recuperar nuestra nave y largarnos de acá a toda vela.
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