La directora Manuela Guitran inspiró hondo e inhaló el aroma del café mientras escuchaba el entrechocar de tazas y platos del Café de Marco. Las suaves y elegantes molduras de la sólida barra se extendían con refinamiento hacia las diminutas y atestadas mesas, todas encendidas en intensas discusiones de tres, cuatro y hasta seis personas.
—Esto sí que no se encuentra en Córdoba. – dijo fascinada echándose sobre el respaldo mientras apoyaba el pocillo sobre la mesa.
Alicia sonrió y paseó también su vista alrededor del recinto.
La breve excursión de los ojos de la joven se detuvo sobre Hipólito sentado a su lado que, cabeza gacha, revolvía con inusual dedicación su café.
Alicia pasó su mano con ternura sobre los cabellos que cubrían la oreja del oficial llevándola más allá, restregando su nuca y cuello. Lentamente Hipólito fue saliendo del sopor de sus lucubraciones volteando sonriente.
—Oye, sé que no es fácil esto de abandonar el regimiento. – le susurró serena sin dejar de acariciarlo.
Hipólito dio un sorbo a su café mirándola de soslayo.
—Cayó Montevideo y los ingleses avanzarán seguramente sobre la ciudad. – replicó dirigiéndose también a la directora Guitran.
Los ojos de Hipólito balancearon, sin proponérselo, la fantasmal presencia de Colette entre sus dos acompañantes y los múltiples rostros reunidos esa tarde en el Café de Marco.
La figura adulta de su hermana se paseó flotando, deslizando sus pálidas manos entre sillas y mesas.
—¿Es solo eso lo que te preocupa? – inquirió Alicia acariciándolo.
Un soplo de aire proveniente del ingreso desvaneció, junto a la puerta, la silueta espectral de su hermana en el preciso momento que giraba hacia él.
—Sí. Los ingleses. – dijo retornando hacia Alicia.
—Ahora tendremos que volver a Córdoba justo cuando comenzaba a disfrutar la vida social de la ciudad. – exclamo jocosa Guitran sin ocultar tampoco una verdad. Durante toda la estadía las dos mujeres, a veces acompañada por Hipólito y gracias a la oportuna presentación del doctor Miguel O’ Gorman, habían concurrido a cada una de las tertulias que se desarrollaban en la ciudad. Manuela, gran ejecutora de la guitarra española, había incluso animado varias de ellas con sus exquisitas interpretaciones. Menos comunes y más restringidas al círculo social más alto y de prosapia, las tertulias de la ciudad de Córdoba estaban vedadas para los vecinos, aunque demostraran sobrada elegancia y distinción.
—Será lo más conveniente. – dijo Hipólito bosquejando una sonrisa. – Aunque no tiene que ser algo inmediato.
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