Panello, Demian
Hipólito Nueva Arcadia / Demian Panello. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
280 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-87-0241-4
1. Novelas Históricas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
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Mail: info@autoresdeargentina.com
Para mamá.
Agradecimientos:
A Maite y a Romina por las correcciones.
A Federico G. Bordese por toda la información brindada del marqués de Sobre Monte y la ciudad de Córdoba.
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Toulouse, 1762
Aquella mañana de marzo en la Place des Capucins, el suave recorte de los rayos del sol sobre el cenador del pequeño jardín apenas alcanzaba a decorar un trémulo avance de primavera. En el rudo canto de sus pilares, los todavía desnudos tallos de la enredadera parecían querer huir por sobre la cubierta del pabellón.
Sobre la explanada ya se amuchaban algunos transeúntes entre los puestos de vendedores y un creciente bullicio iba conquistando los dominios más externos de la plaza, fundiéndose con el pesado e incesante trajín de la calle.
En la ochava del Colegio Real, justo en frente del extremo sur de la plaza, un grupo numeroso de solemnes estudiantes ataviados con casaca, chupa y calzón apuraban el paso por la Rue des Peirotieres subiendo hacia la Plaza Real.
A lo largo de la calle desde el convento de los Benedictinos hasta el Colegio Santa Catarina frente al parlamento, las edificaciones, la mayoría de dos plantas, le daban a la ciudad ese tono rosa propio de las construcciones con ladrillo caravista.
El corazón de la ciudad era un nudo de callejuelas sinuosas y edificios, en su mayoría, religiosos.
El río Garona dividía la ciudad en dos, el centro y el barrio más popular de Saint Cyprien que se conectaban por un único puente, el Pont Neuf. Poco tiempo atrás existían dos puentes más, el cubierto de la Daurade y el Pont Clary, de madera, que solía conectar la isla de Tounis con el barrio de Saint Cyprien.
Varias ferias y mercadillos daban una intensa vida a la ciudad. En la Plaza Real frente al ayuntamiento se formaba el más importante, con decenas de puestos ofreciendo artículos producidos en la propia comarca y géneros de otras provincias e incluso del extranjero.
Sin embargo, algunas mercancías se ofrecían en ámbitos superiores, en comercios que también se distribuían en toda la urbe.
A mediados del siglo XVIII la ciudad se estaba reformando, por entonces el embellecimiento de esta debía significar menos estética en las nuevas construcciones y más desarrollo en estructuras confortables.
Toulouse, contenida dentro de muros, se dividía entre ese incipiente progreso y su todavía muy reciente pasado medieval. Fuera de ese perímetro se extendía una campiña minada de molinos con ruedas que, desde diversos canales y arroyos, todos afluentes del Garona, regaban los sembradíos.
Un aguador con un pequeño carro de madera de dos ruedas detenido en el cruce de la Rue des Polinaires saciaba la sed de dos jóvenes. Como profilaxis, por cada vaso que servía, luego de cargarlos desde el cántaro, frotaba los bordes con una rodaja de limón.
Toulouse era una ciudad limpia en comparación con otras ciudades de Francia. Ese hedor nauseabundo propio de los grandes centros citadinos europeos, donde las calles apestaban a estiércol, los patios interiores a orina, los huecos de las escaleras a madera podrida y excrementos de rata y las cocinas a col podrida y grasa de carnero, no era propio de la capital del Languedoc o por lo menos no tanto.
En aquellos años Toulouse sólo apestaba a fanatismo y superstición.
Otro pequeño grupo de estudiantes se sumó al primero justo al pie del parlamento.
El Capitolio era un edificio nuevo, moderno, de tres plantas con dos extensas alas, sede del gobierno municipal y tribunales de la ciudad. Ocho columnas de mármol adornaban la fachada simbolizando los ocho primeros cónsules, o capitouls , encargados de dirigir cada uno de los ocho distritos en que se dividía la ciudad.
El grupo dejó atrás las columnas que enmarcaban la entrada del parlamento y se adentraron en el vestíbulo central desde donde se podían alcanzar las diferentes Chambres donde solía haber audiencias y desarrollarse procesos. Empujaron una de las puertas y entraron a una sala.
Trece magistrados enfrentaban un recinto repleto, incluso en los altos de este había gente encaramada hasta en los bordes de los balcones.
En las primeras filas, custodiados a cada uno de los lados por encargados de la fuerza pública, se encontraban tres hombres y dos mujeres, cabizbajos y abatidos.
Los estudiantes se dividieron en dos filas y fueron ocupando el, ya ocupado, espacio detrás de la última fila de asientos, cada uno tratando de hacerse lugar entre los espectadores para poder quedar de frente al estrado.
La exaltación general del público llegó de repente a su fin cuando uno de los magistrados, enjaezado con una fina toga, se puso de pie anunciando que pasaría a leerse la sentencia.
En el noveno día del mes marzo de mil setecientos sesenta y dos, en la Chambre de la Tournelle.
Presente, los Sres. Du Puget de Senaux, presidente y magistrados Bojat, Cassand, Darbon, Cambon y Gaurant.
El fiscal general del rey demandante y representante del mismo, el tribunal interlocutor que dictó sentencia el pasado cinco de diciembre de 1761 y por lado, Jean Calas, Anne Rose Cabibel, su esposa, el hijo Jean Pierre Calas, François Alexandre Gaubert Lavaisse y Jeanne Viguière, criada de la familia Calas acusados del delito de homicidio cometido en la persona de Marc Antoine Calas hijo mayor del acusado.
Vista la sentencia del 5 de diciembre pasado, el procedimiento de los magistrados sobre la misma se hizo junto con la continuación de la investigación hecha por la autoridad de la corte en consecuencia de dicha sentencia en contra de los acusados antes mencionados y de las declaraciones y conclusiones de dicho Procurador General del Rey y el mencionado Calas padre e hijo, Anne Rose Cabibel esposa de Calas padre y los llamados Lavaisse y Viguiere, en la silla de los acusados. El tribunal considera, en virtud de lo que el interlocutor de su sentencia anterior del cinco de diciembre pasado declarara, que el mencionado Jean Calas ha sido encontrado culpable de homicidio por el crimen cometido en la persona de Marc Antoine Calas, su hijo mayor, por lo que, en compensación, se lo condena a ser entregado en manos de un ejecutor de la alta justicia, quien lo dirigirá, descalzo, en camisa y encadenado del cuello montado en un carro hacia su destino frente a la puerta principal de la Catedral de Toulouse.
A estar de rodillas sosteniendo en sus manos una antorcha de cera amarilla encendida del peso de dos libras y que erguido de forma honorable, pida perdón a Dios, al rey y a la justicia de sus crímenes y faltas.
Se lo montará nuevamente al citado carro y se lo llevará a la plaza San Jorge en esta ciudad, al andamio emplazado allí para la ocasión.
Estando de pie se le romperán brazos, piernas, muslos y lomos, luego se lo expondrá en una rueda que se erigirá cerca de dicho andamio, de cara dirigida al cielo para vivir con dolor y arrepentimiento todos los delitos mencionados y servir como ejemplo y dar terror a los malvados, tanto como para complacer a Dios por darle vida a su cuerpo como para extraer de él la confesión de su crimen, cómplices y circunstancias.
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