Juan Manuel Martínez Plaza - La Pasión de los Olvidados:

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Una vieja vagabunda y aparentemente medio chiflada deambula sin rumbo de un lugar a otro. Ignorada y despreciada allá donde va todo parece indicar que se encuentra al final de su vida, a buen seguro gris, triste e insignificante. Pero la anciana esconde un asombroso secreto que nadie conoce, un secreto que un niño, tan corriente como cualquiera de nosotros a esa edad, está a punto de descubrir. La indigente es acogida por sus padres, personas piadosas y caritativas siempre dispuestas a ayudar a cualquier necesitado. Es entonces cuando una relación muy especial surgirá entre la misteriosa vagabunda y el menor de los hijos de esta familia.
La Peregrina, como así la llamarán a partir de entonces, se dispone a desvelar ante su nuevo y jovencísimo amigo la más fascinante de cuantas aventuras se hayan podido contar. La epopeya del Corazón Indomable, un periplo legendario del que ella formó parte mucho tiempo atrás y que la llevó a viajar hasta el mítico Planeta de los Dioses.
Este es el punto de partida de «La pasión de los olvidados», primera entrega de la saga del Corazón Indomable, una aventura épica futurista a caballo entre dos mundos muy distantes entre sí, pero unidos bajo el signo de una misma amenaza. Y lo único que se interpone entre ellos y su fatal destino es una leyenda, un leve destello de esperanza en el que ya casi nadie cree. Dicho destello terminará tomando forma de la mano de una insospechada heroína llamada Evgine, a la que conoceremos dando sus primeros pasos a través de una Europa desolada por la interminable guerra que enfrenta a la humanidad contra los implacables y todopoderosos guiberiones.

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- ¡Puto bastardo mentiroso, quiero mi parte de lo del reloj! - exigía uno -.

- ¡Lo único que te voy a dar es un puñetazo en tu asquerosa boca de chupa pollas! - respondía el otro -.

Finalmente Rod, que iba detrás junto a ellos, se hartó del barullo y, haciendo valer una fuerza física muy superior, separó a ambos sin miramientos mientras amenazaba:

- ¡Basta ya retrasados de mierda! Como sigáis con esto yo mismo os tiraré de la cargo en marcha. No pienso arriesgar lo de esta noche por culpa de dos descerebrados que no saben cuál es su sitio, ¿ha quedado claro o tengo que moleros a palos para que lo entendáis?

Fue en ese momento cuando, indignada por el hecho de que nadie comprendiera exactamente la situación, Donna terminó explotando:

- ¡Maldita sea Louis, te advertí que no podríamos confiar en una basura como ellos, no digas que no había avisado de lo que sucedería! ¿Es que no lo ves? Ésta es precisamente la clase de mierda que puede terminar jodiéndolo todo ¿A qué santo se les ocurrió a estos dos putos yonquis anormales robar nada en casa de los viejos? Cuando se enteren de lo del reloj nos denunciarán y nos convertiremos en sospechosos en una ciudad militarizada ¡Eso es lo primero que debíamos haber evitado, dentro de poco tendrán nuestras descripciones y puede que nos estén buscando! ¿Cómo vamos a hacer el trabajo en esas condiciones? ¡A lo mejor esta noche no podemos ni entrar en el complejo de los almacenes!

- ¡Para que te enteres zorra de mierda, yo sé lo que hago y ando con pies de plomo! - contraatacó furioso Fergie - ¡Por el amor de Dios, pero si esos viejos no sabrán ya ni dónde tienen el ojo del culo! Fue un golpe seguro y dudo que puedan dar una descripción fiable de nosotros cuando hay miles de brigadistas trabajando en el frente. Te vas a arrepentir de lo que has dicho so guarra, yo te enseñaré a…

- ¡Un malnacido como tú no puede enseñarme nada!, ¿me oyes? - cortó ella, que no se amilanaba -. Y no puede porque no eres más que un yonqui descerebrado y apestoso que no tiene donde caerse muerto, deberías estar besando el suelo que pisamos por haber permitido que vinieras con nosotros ¡Sí, los dos deberíais besarlo, tú y ese otro chapero idiota que está a tu lado!

Ethan y Fergie hicieron el ademán de replicar, incluso dio la impresión de que éste último quiso incorporarse como para retorcer el pescuezo de Donna. Pero Rod intervino y los puso a los dos en su sitio.

- Una gilipollez más y os garantizo que no llegáis vivos a esta noche - volvió a amenazar agarrándolos con firmeza -. Ya ni tan siquiera me importa que no seamos suficientes en el equipo.

Donna y Louis no paraban de intercambiar miradas, la preocupación de ella era más que evidente. Él la tenía en alta estima, puede que por su aspecto no pareciera gran cosa, pero sin duda la consideraba una especie de genio de la informática. Aquella chica era un miembro imprescindible del equipo, sin sus conocimientos no podrían descifrar los códigos que daban acceso a la cámara donde los militares guardaban los preciados cerebros electrónicos y mucho menos podrían manipularlos para dejarlos en condiciones de ser vendidos en el mercado negro. Louis la necesitaba más que a nadie para aquel trabajo y no podía tenerla en su contra.

Además, en lo del reloj tenía toda la razón. En aquellos tiempos sustraer bienes ajenos era una práctica tan habitual, tan extendida, que la mayoría de la gente, lejos de considerarlo reprobable, lo tomaba por algo natural. Casi era de tontos desaprovechar la oportunidad de hacerlo, más si había un objeto de valor por medio, pues todo el mundo lo hacía. En la práctica cotidiana robar ya no se consideraba delito, por mucho que en teoría siguiera siéndolo, más bien era una forma más de sobrevivir. Precisamente por eso Louis no había concedido demasiada importancia al principio al incidente del reloj, cosas así se veían todos los días, no obstante ahora Donna le había abierto los ojos haciéndole ver el terrible riesgo que corrían.

- Escuchadme los dos - se giró muy serio hacia Ethan y Fergie -. Si estuviéramos en Londres incluso habría aplaudido que me hubierais traído esa cosa, si resulta ser tan valiosa como decís bien merece la pena robarla. Pero como ya hemos repetido mil veces nos encontramos fuera de casa y en un terreno que no conocemos. Si los viejos echan en falta su baratija nos habréis metido en un buen lío o, mejor dicho, en el peor de todos los líos. Tened por seguro que si esto se jode por vuestra culpa vais a tener que pagarlo.

- Yo personalmente me encargaré de cortaros en pedazos - añadió Rod más amenazante si cabe -. Y tened por seguro que no será una muerte rápida ¿Queda claro?

Ambos asintieron en silencio, no eran tan estúpidos como para no entender lo que significaban aquellas palabras. Bien sabían que Rod no tenía escrúpulos a la hora de ser el brazo ejecutor de Louis o cualquier otro para quien trabajara. Su cabeza rasurada al estilo de los matones de la zona sur, esa mirada fría pero al mismo tiempo fiera y su sólida figura atestiguaban que ya se había deshecho de otros en más de una ocasión.

- Bueno, creo que así está mejor - se dio por satisfecho Louis. Volvió a mostrar su habitual sonrisa socarrona, pues amenazar y andar cabreado no formaban parte de su temperamento, si bien en ocasiones como aquella se veía obligado -. Ahora que todos sabemos lo que se debe y no debe hacer este asunto irá sobre ruedas.

- Puede que sí o puede que no - concluyó Donna -. Sé que ahora ya es demasiado tarde porque estamos a las puertas de Edimburgo, pero no deberías haberlos traído.

Mientras tanto la cargo siguió avanzando por una descuidada carretera llena de baches y apenas distinguible, en pos de su destino. Sobre ella una negra cúpula de ciega oscuridad que convertía el día en noche. Ya estaban muy cerca, tal vez demasiado cerca.

3

Al igual que Londres Edimburgo ya no se podía considerar una ciudad, por mucho que la gente siguiera pensando en ella como tal. Más bien era algo así como el puesto más avanzado del reino, la última porción de lo que pomposamente se denominaba la Gran Bretaña Libre, rodeada casi por completo por Tierra de Nadie. Más al norte de ésta última lo desconocido, la Escocia ocupada por el Enemigo desde hacía más de un siglo. Eso era lo que decían, si bien nadie quedaba para recodar en qué fecha exactamente se perdió esa porción del territorio patrio. La Guerra lo devoraba todo, incluso también la memoria histórica de los pueblos.

Nada quedaba de lo que una vez fue la capital escocesa, sólo campos de ruinas calcinadas. Sobre ellas crecían ahora las instalaciones y fortines de las fuerzas destacadas en el frente, construcciones prefabricadas y terriblemente antiestéticas que se disponían sin orden ni concierto aparente. A decir verdad parecían poca cosa, si bien constituían la parte visible de un entramado subterráneo mucho más vasto, aquel que se conectaba con las posiciones de retaguardia mediante líneas férreas enterradas a más de medio centenar de metros de profundidad. En realidad Edimburgo era un puesto ocupado por hombres-hormiga, allí no era raro hacer la vida bajo tierra porque se consideraba más seguro y por eso ahora a la antigua ciudad muchos la llamaban coloquialmente el Hormiguero. Hasta ciertos términos guardaban relación con dicha denominación. Los militares empleaban la palabra “hormiguita” para referirse de manera despectiva a cualquier brigadista, algo que sea hacía extensivo al resto de civiles reclutados para hacer trabajos de todo tipo en esa parte del frente. Para los civiles por su parte los soldados eran los “cabezas cuadradas”, otro nombre despectivo que no era exclusivo de aquel lugar, ya que se empleaba en toda la isla y quién sabe si más allá.

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