Sebastiano Mauri - Disfruta del problema

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Disfruta del problema es un feliz, desesperado y incontenible himno a la libertad de gozar de la vida a pesar de todo, sin dudas y antes que sea demasiado tarde. Una aventura cosmopolita de sexo y sentimiento, de caídas prevenibles en la búsqueda de un tragicómico descubrimiento de sí mismo.
Martino Sepe pasa su niñez en una gran casa en las afueras de Milán que la excéntrica familia Sepe comparte con un número variable de huéspedes de lo más inusuales. Una casa donde, por ejemplo, se come con un mono indonesio que te roba el pollo del plato para frotárselo encima. A los veinte, opta por la huída y se muda a New York con la esperanza de tener éxito en el mundo del cine. Fantásticamente solo, Martino descubre día a día el gusto de la normalidad de sentirse distinto a todo.
Una mañana, despertándose en una cama entre un hombre y una mujer desconocidos, se pregunta sobre sus clamorosos naufragios sentimentales. Los efectos colaterales de las primeras, torpes, noches de amor; la crónica de un fracaso anunciado con la top model más deseada al mundo; la turbulenta relación con el actor Alejo, que lo llevará desde el paraíso directamente al infierno. Como el film que Martino habría querido dirigir, la novela de su vida, cáustica e irreverente, implacable pero comiquísima, es un vórtice en el cual todo derrumba y vuelve a la superficie, aventuras y contradicciones, afectos y impudencias.

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Me dirijo hacia su escritorio. Liz no me sigue y siento que la puerta se cierra a mis espaldas.

“Haré todo lo que pueda para que eso no ocurra, señor.”

“Ah, pero tú puedes llamarme Lance.” Sigue hojeando Variety.

“Gracias.”

Estoy por sentarme en una de las sillas que están frente a su escritorio.

“No te sientes.”

“Por supuesto, señor Lance, disculpe.”

“El tiempo promedio de permanencia de mis asistentes es de cinco semanas, ¿sabes por qué?”

“No sabría decirle.”

“Piensa. En tu opinión, ¿por qué duran tan poco? Haz un intento.”

“¿Lo decepcionan?”

“Eso es verdad, pero ¿por qué me decepcionan? Sigue.”

“¿No están a la altura de las tareas que se les asignan?”

“Te estás yendo por las ramas, es simple, vamos, que ya llegas.”

“¿No soportan el ritmo de trabajo?”

“No, pero ya estás cerca.”

“¿Se equivocan con los nombres?”

“No.”

“¿Se olvidan de las cosas?”

“No.”

“¿Se toman demasiado tiempo para almorzar?”

“¿Quién te dijo que ustedes pueden tomarse tiempo para almorzar?”

“No es necesario, en absoluto.”

Sus ojos siguen fijos en la revista, no se dignó dirigirme ni siquiera una mirada.

“Repito la pregunta: ¿sabes por qué mis asistentes duran tan poco?”

“Creo que no, no sé la respuesta.”

“Las llegadas tarde. Despido automático. Sólo que tú todavía no alardeaste con tus amigos de que trabajas conmigo, así que no produce ningún placer echarte hoy. ¿No te parece?”

“Sí.”

“No me respondas, no quiero volver a oír tu voz. Tampoco quiero verte, voy a hacer como si no te hubiera conocido. Desde mañana, ven a la oficina media hora antes que los demás. Ahora ve a tu casa sin pronunciar siquiera una sílaba antes que cambie de idea y te eche de aquí a las patadas en el útero.”

Me alejo caminando hacia atrás, como tengo entendido que se hace en presencia de una reina.

Lo único que logro pensar: ¿patadas en el útero?

“Me llamo T.T. Johnson y seré el superior directo de ustedes mientras dure la filmación de la película. Escuchen con mucha atención y tatúense en la piel lo que voy a decir, porque nunca repito nada. Todo lo que yo digo, ustedes lo tienen que memorizar, ¿de acuerdo?”

Asentimos con la cabeza sin emitir sonido. Es la primera vez que estamos reunidos todos juntos. Esperaba haber dejado atrás la vida del set, al menos por un tiempo, pero en cambio fui arrojado por Lance a esta producción únicamente porque le debía un favor a alguien, y yo pasé por casualidad delante de él cuando me dirigía a la máquina de café. Un café expreso que me costó dos meses fuera del estudio.

Sólo uno de los doce asistentes de producción ya trabajó antes en el set de una de estas infames Union Shoot, una película controlada por los sindicatos, y él es el único que responde “SÍ, TODO CLARO” con un tono exageradamente alto, como un soldado.

Una Union Shoot te prepara para las pruebas más duras que la vida te pueda ofrecer, como ir a la guerra o a la Isla de los Famosos.

En las películas controladas por los sindicatos la regla más importante es que en ningún caso, por ninguna circunstancia, se puede infringir ninguna regla. Por ejemplo, si un cigarrillo de utilería cae sobre un tul, y está a punto de incendiarse el estudio entero, sólo un miembro del equipo de escenografía puede salvar a todos del desastre inminente porque absolutamente nadie más tiene permiso para tocar los elementos de utilería como el tul o el propio cigarrillo.

Mientras las reglas sean claras, siempre se sabe de quién es la responsabilidad de cada cosa que sucede: “Murieron todos por culpa del escenógrafo”.

El que nos instruye en todo esto es el segundo asistente de dirección, un treintañero bajo y corpulento, con cabello cortado a cepillo y el cuello más ancho que el cráneo, una remera blanca ajustada que pone en evidencia los músculos de quien practica pesas, y los pantalones verde militar con bolsillos lo suficientemente grandes como para toda una compra de Navidad.

“Si una película es una pirámide que hay que construir, ustedes son los que arrastran hacia arriba los bloques de piedra por las rampas. Sé que algunos de ustedes han estudiado cine.”

Estoy a punto de levantar la mano, con la esperanza de diferenciarme enseguida de mis compañeros menos preparados.

“Ya sé quiénes son, y los vigilo. Si se acercan al director de fotografía, quedan despedidos. Si les dirigen la palabra a los actores sin que se les haya pedido que lo hagan, quedan despedidos. Si tocan algo de la escenografía, quedan despedidos. ¿Entendido?”

Dos o tres se unen al buen soldado y gritan: “SÍ, TODO CLARO”. Los más tímidos asienten, sin poder tragar siquiera.

“Cigarros no es una peliculita para nenes de papá que juegan a hacerse los futuros Woody Allen. Hay reglas, y nadie tiene que infringirlas. Cualquier mínimo error puede costar centenares de miles de dólares a la producción en juicios, y no va a ser justamente por culpa de ustedes, sería culpa mía. Antes, los despido. Necesitamos solamente a ocho de ustedes, pero los hemos tomado a los doce porque ya durante la primera semana ruedan varias cabezas. Queda en ustedes decidir si será la propia o la de algún otro.”

Nos miramos con hostilidad, oficialmente somos enemigos.

“¿Queda claro?”

“SÍ, TODO CLARO”, esta vez somos sólo dos los que asentimos en silencio.

“Tú eres italiano, ¿verdad?”, dice señalándome.

“Sí.”

“Y tú, ¿mexicano?”, le pregunta al otro que hasta ahora no ha hablado.

“En realidad soy español.”

“Bueno, de esa zona. Es hora de que despierten, haber crecido en un país en vías de desarrollo no es excusa para ser siempre los últimos, ¿queda claro?”

“SÍ, TODO CLARO”, respondemos, avergonzados.

“Y lo mismo vale para las mujeres. ¿Quieren hacer los trabajos de los varones? ¿Quieren igualdad? El sueño de ustedes se hace realidad. No se aceptan frases como ‘Es demasiado pesado para mí’, ‘No puedo’, ‘Tengo miedo’. ¿Comprendido, señoritas?”

“SÍ, TODO CLARO”, gritamos las cuatro mujeres y yo. Creí que nos decía a todos señoritas para humillarnos, como en Nacido para matar. En ese punto, ya estaba completamente metido en mi papel.

“¿Te haces la graciosa, Cindy?”, ruge T.T. dirigiéndose hacia mí.

“No, absolutamente no”, murmuro aterrorizado.

“Esta es una película de autor, habrá varios artistas en el set. Mientras ustedes sólo trabajan, otros crean, a pocos pasos de distancia. Ustedes tendrán que ser transparentes, no existirán más que cuando yo les diga, ¿entendido?”

“SÍ, TODO CLARO.”

“Bienvenidos al mágico mundo del cine.”

El primer día de grabación T.T. nos convoca en una esquina perdida de Brooklyn a las cinco y media de la mañana.

Nos espera de pie, rígido como un poste, con las piernas abiertas, en pose. Parece que estuviera haciendo stretching, inmóvil. El último de nosotros llega tres minutos tarde.

Quedamos once, ya antes de empezar.

“Esto es para hacerles entender que no hay ningún margen de interpretación, nunca. Los actores llegan a las siete. Hoy están convocados Harvey Keitel, Harold Perrineau y William Hurt. Deberán decirles Mister Keitel y Mister Perrineau. William Hurt, en cambio, no cree en el star system, y por lo tanto todos los miembros de la troupe, sin excepción, tendrán que dirigirse a él llamándolo Bill. Además, Mister Hurt no firma autógrafos en ninguna circunstancia, porque firmar un autógrafo significaría creerse una estrella. A ustedes corresponde entonces la tarea de evitar que alguien se acerque a menos de cinco pasos de Mister Hurt, cosa que lo enfrentaría a la incómoda situación de tener que negar un autógrafo. Pero lo más importante es que tienen que hacerlo sin que Mister Hurt note que están alejando a la gente de él, porque esas son cosas de estrella. Si llego a ver siquiera la sombra de una persona no autorizada acercándose a él, haré que se arrepientan de haber nacido, ¿entendido?”

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