Fernando Cordero Morales - El corazón de la pastoral

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Este libro es la plasmación del pulso tomado a la realidad. Las reflexiones que se recogen en estas páginas nacen de la vida vivida, lo que el autor ha tenido oportunidad de ver, leer, escuchar, anécdotas, historias…, y son –o deberían ser– ese corazón de la pastoral, el órgano que impulsa las acciones pastorales y riega todo el cuerpo. Los textos que componen esta obra fueron publicados en Vida Nueva como Pliegos, y en todos ellos hay un hilo conductor: la preocupación por encontrar a Dios en lo cotidiano y cómo las pequeñas cosas del día a día nos ponen directamente en contacto con él. «Gracias, Fernando –escribe en el prólogo Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona– , por indicarnos con este libro que anunciar a Jesucristo no es solo hablar de él, enseñar o aprender conocimientos sobre él. Vivir en cristiano no es solo un estilo de vida, practicar un escala de valores, o intentar vivir una moral con una cierta perfección… Vivir la vida cristiana es descubrir a Jesucristo como alguien que me ama y a quien puedo amar aquí y ahora, en la concreción de mi vida cotidiana».

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– Palabras al difunto: «Descanse en paz». Es el deseo de la Iglesia en oración que ese hermano o hermana que nos ha dejado esté gozando de la paz de Dios. Es entrar en el corazón de Dios, que es un corazón traspasado, del que brotan la sangre y el agua, los sacramentos de la Iglesia, que son fuente de vida. Es un corazón que nos atrae, hace que carguemos con la cruz y aprendamos de su pedagogía cordial. Es un corazón que no se deja vencer por la carga ni por la muerte. Frente al desánimo, el dolor, el sinsentido, el desgarro de tantos que sufren, las palabras de Cristo son aliento y descanso. Van dirigidas también a los moribundos: «Venid a mí» (cf. Mt 11,25-30). En él aprenderemos a descansar y a morir en paz con el alivio de su compañía. El corazón de Cristo mira por sus hijos, las necesidades de estos son sus necesidades, especialmente las de los más pobres y arrinconados por la injusticia del mal, las estructuras de insolidaridad y el egoísmo. Y por aquellos que surcan el tránsito hacia una nueva vida.

Los cristianos hemos de hablar con más naturalidad de la «hermana muerte», que diría san Francisco de Asís. Y hacerlo con la esperanza que nos brinda la fe en aquel que por nosotros murió y resucitó. Jesús venció a la muerte, y este enemigo último de la humanidad ya no es un aguijón que nos aniquila, sino puerta que nos abre al corazón del Padre. Esto ha de vehicular sosiego y tranquilidad. Y, si aún estamos intranquilos, recordemos al gran Vicente de Paúl: «Nadie que ha amado a los pobres puede temer a la muerte». Una vida entregada a los más sufrientes y necesitados, la vida de tantas madres que se han desgastado por sus hijos, de tanta gente pequeña que saca adelante a tantos es la mejor manera de adelantar el cielo aquí en esta tierra. Es traer la paz. Y retengamos en este posible miedo a la muerte lo que experimentaba san Óscar Romero: «Duermo tranquilo, porque sé que no hago mal a nadie. Solamente digo lo que Cristo me dicta y me dejo guiar por la palabra de Dios». Utiliza esta comparación: «Se quema una bujía y se quema un foco, ¿y qué? ¿Acaso el río no sigue su curso y sus aguas empujando las turbinas que originan la electricidad?».

Alguien que consiguió la paz fue Teresa de Jesús. Ella confesaba que antes había sentido mucho miedo a la muerte, pero desde su conversión entendió que «la vida es vivir de manera que no se tema a la muerte» (Fundaciones 27, 12).

Hagamos memoria de aquellos que fueron importantes en nuestras vidas y ya duermen el sueño de la paz, también de tantas personas anónimas que no tienen quien rece por ellas.

– Palabras a Dios: «Concédele, Señor, el descanso eterno». Concédele, Señor, tu abrazo, como al hijo pródigo de la parábola, al que llenaste de besos y de tu amor de Padre. Recuerdo muy bien cómo en sus últimos días, en el tramo final de su enfermedad, sedaron a Sor Laura, una Hija de la Caridad próxima a los ochenta años que había dedicado, como tantas hermanas, su amor y dedicación a los más pobres. Sabía que era la hora de la despedida, de ir durmiendo en el Señor, en su descanso, en su regazo. Hacía muy poco tiempo que habían concedido a las Hijas de la Caridad el Premio Príncipe de Asturias. En su discurso en Oviedo, la entonces superiora general de la Compañía, Sor Evelyne Franc, citaba las palabras del Salmo 84: «El amor y la fidelidad se encuentran. La justicia y la paz se besan». En la homilía cité estas palabras del salmista y continué así: «Sor Laura ya se ha encontrado con el Amor. Su fidelidad a lo largo de los años se ve ahora recogida en el abrazo amoroso de Dios Padre. Para ella, este Adviento era especial. Este tiempo se ha convertido en un camino de preparación para el encuentro definitivo con el Amor. De ahí que hayamos querido que las lecturas de la Palabra de Dios de esta celebración sean las propias del día en el que nos encontramos. El Esposo del Cantar de los Cantares habla a Sor Laura y le dice: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí!” (Cant 2,8-14)».

Timothy Radcliffe evoca las palabras de su amigo Gilbert Markus en el funeral de su madre, donde describía el salto confiado de su hijo como una imagen de la fe: «Cuando Dominic tenía unos cuatro años, al llevarle al jardín de infancia se subía a lo alto de un muro que tenía como un pie de altura en uno de sus extremos y unos seis pies de alto en el otro. Tras subirse a él por el extremo más bajo corría a toda velocidad por la parte alta y lisa del muro hasta lanzarse al vacío por encima de mi cabeza, confiando en que yo lo atraparía. Le dije a mi madre que esta me parecía una buena forma de vivir y de morir: correr y correr, y luego saltar, confiando en que nos recogerán los brazos de un Padre».

No se me olvida nunca una entrañable pareja de abuelitos, Carlos y Amparo, que participaban asiduamente en la eucaristía de la parroquia de los Sagrados Corazones de Sevilla. Carlos, que había sido piloto militar de profesión, murió con 87 años. En los últimos días, sabedor de que partía para su último vuelo, comentaba, a modo de despedida, con humor y cariño, que seguro que Dios le abriría pronto las puertas del cielo, que si por él mismo no se merecía esta apertura, lo conseguiría por la bondad y el amor de su mujer. ¡Qué manera tan maravillosa de estar unidos en la vida y también en la confianza de la nueva vida junto a Dios!

Mar i cel (Mar y cielo)

En este proceso del vivir vamos ensayando con esperanza el porvenir, bellamente expresado por Gerardo Diego:

Buena muerte o mala muerte,

eso es todo, compañero.

Hay que ensayarla despacio,

día a día y tiento a tiento.

Tomás Moro lo explica con la imagen del salir de casa: «Si estuvieras saliendo de una casa, ¿estarías saliendo solamente cuando tu pie está en el mismo borde del umbral, con tu cuerpo ya medio fuera de la puerta, o más bien cuando das tu primer paso adelante para salir, sea cual sea el lugar de la casa en el que te encuentras cuando decides salir? Yo diría que estás saliendo de la casa desde el primer paso que das hacia adelante para marchar».

Es verdad que, al salir de casa, al viajar, día a día, vamos con más proximidad a nuestro «final terrenal», por así decir. Pero, en realidad, lo ideal sería que cielo y tierra estuvieran más unidos o, como titula su obra –Mar i cel– el genial dramaturgo Àngel Guimerà: lo del mar –lo cotidiano, nuestras luchas, preocupaciones, alegrías y sinsabores– está unido al cielo, que simboliza la unión con Dios y el deseo de su presencia, la fiesta, el banquete de bodas. Es decir, la línea del cielo y la del mar se unen en el horizonte. Y ya no sabemos bien qué es cielo y qué es mar. Porque ambas realidades han de confluir en una dirección que lleva del mar al cielo.

Mª Dolores López Guzmán es autora de un libro muy recomendable, Aquí en el cielo, que gira en torno a este asunto. Esta tierra nuestra ha de aproximarse más al cielo. Lo del cielo no es para después. Vivir las bienaventuranzas, acoger a los excluidos, promover la justicia, atacar la corrupción, que nos duelan nuestros hermanos, es algo para el ahora. De ahí que ella afirme que «una seña de identidad inequívoca de que las fronteras del paraíso se han agrandado en nuestro mundo sería la cercanía infinita entre unos y otros, que tiene en el abrazo una expresión visible y explícita». También Javier Garrido barrunta desde esta clave el primer momento de su cielo: «Conozco el abrazo de un padre y su hijo, o el abrazo de la pareja, o el abrazo de la amistad, y a veces, puntualmente y de paso, el abrazo de la comunión en la eucaristía, tan único e íntimo, incomparable».

La eucaristía, compendio celestial

El sacramento que liga perfectamente el cielo y la tierra, que se convierte en lugar privilegiado, antesala celestial: la eucaristía. «Un auténtico compendio de sensaciones –subraya Mª Dolores López Guzmán– para ser percibidas por los sentidos y adentrarnos en lo que nos aguarda. “Venid, reuníos para el gran banquete de Dios” (Ap 19,17)».

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