Jacques Dupuis - No apaguéis el espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis

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No apaguéis el espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro-entrevista es el último testamento del P. Jacques Dupuis, el reconocido teólogo y pionero jesuita de origen belga que murió hace quince años en Roma. Según el vaticanista Gerard O'Connell, este trabajo podría reabrir o, al menos, contribuir significativamente a la reapertura del debate teológico sobre un tema de gran relevancia en el que todavía queda mucho por comprender: el diálogo interreligioso. Esta es una larga y sustanciosa conversación con el prestigioso jesuita cuya obra principal, 'Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso', suscitó un vivo debate que incluso le llevó a un «proceso» por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a cuya cabeza se encontraba entonces Joseph Ratzinger…

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Cuando volvió a abordar el tema al final de la discusión, el P. Amato se disculpó y dijo que personalmente no podía ir más allá de la valoración de las religiones que había expuesto en su charla. Por supuesto, uno tiene derecho a la propia opinión y el derecho a compartirla con otros; pero cierta tolerancia hacia otras opiniones también es necesaria. En cuanto a mí, creo que fui muy hábil ganándome un enemigo, como mostrarían los acontecimientos posteriores. Las actas de la reunión de Troina se han publicado en Maurizio Aliotta (ed.), Cristianesimo, religione, religioni: Unità e pluralismo dell’esperienza di Dio alle soglie del terzo millennio (Cinisello Balsamo, San Paolo, 1999). La conferencia del profesor Amato se encuentra en las pp. 145-172.

Por cierto, esta era ya la segunda vez que discrepaba públicamente del profesor Amato. En el Congreso Mariológico Internacional celebrado en Loreto, del 22 al 25 de marzo de 1995, al que asistí, el profesor Amato había pronunciado una conferencia titulada «La encarnación y la inculturación de la fe». Como me imaginaba, trató el tema de la inculturación muy brevemente, basándose en un enfoque puramente occidental. Decidí intervenir en la discusión posterior a la conferencia, abogando por una visión mucho más amplia del proceso de inculturación, para la que, con todo respeto, no se deben buscar modelos en Italia, sino en países del Tercer Mundo, Asia en particular. Mi intervención posterior en Troina solo confirmaría la diferencia entre mis puntos de vista y los del decano de la Facultad de Teología de la Universidad Salesiana.

Para ser justo con él, sin embargo, debo mencionar que, en un libro previamente editado por él, Trinità in contesto (Roma, LAS, 1993), dedicado a una reconsideración del misterio trinitario en diferentes contextos, culturales y religiosos, el profesor Amato incluyó mi contribución: «La teologia nel contesto del pluralismo religioso. Metodo, problemi e prospettive»; un contexto que, sin embargo, consideró en su presentación del libro como «radicalmente provocativo».

–Era usted muy conocido por sus buenas relaciones con los estudiantes de la Gregoriana y resulta bien a las claras que disfrutó enseñándoles. ¿Qué fue lo que vio en ellos que le inspiró? ¿Qué le dieron a usted y qué piensa que es lo principal que les dio a ellos? ¿Cuáles son sus principales recuerdos de esos años de docencia en Roma?

–Ya he respondido en parte a esta pregunta. He comparado mis años de docencia en Delhi con los que pasé enseñando en la Gregoriana, y he señalado lo que disfruté y lo que eché de menos en ambos lados. Es cierto que durante esos años tuve muy buenas relaciones con los estudiantes. También es cierto, sin embargo, que la profesión docente era muy absorbente y exigente. A medida que mi reputación crecía como profesor, el trabajo se hacía cada vez más pesado. Me encontré totalmente dedicado cada semana, y durante todo el fin de semana, a leer, corregir y comentar los trabajos escritos de los estudiantes, ya sea para sus tesinas de licenciatura o, lo que es más importante, para sus tesis de doctorado en teología. Las comparaciones son odiosas, pero a veces tuve la impresión de que algunos profesores me enviaban estudiantes de quienes esperaban un rendimiento menor. Sin embargo, sería muy injusto establecer escalas de valor y mérito entre los estudiantes de diferentes continentes o de diferentes países o incluso regiones. Estábamos allí para todos aquellos que nos habían enviado sus superiores, ya fueran diocesanos o religiosos, para obtener una licenciatura o un doctorado en teología, y no nos tocaba a nosotros, sino a las autoridades académicas, aceptarlos o no como estudiantes de la Universidad Gregoriana. Quise siempre estar a disposición de todos, especialmente de aquellos provenientes del Tercer Mundo. Era esta una forma de seguir identificándome con la India, a la que todavía sentía que pertenecía. Debo decir, además, que había una enorme cantidad de buena voluntad y de talento intelectual que nos llegaba de los países del Tercer Mundo, y de la India en particular.

He mencionado la gran cantidad de estudiantes que asistieron a mis cursos y el carácter cosmopolita de la audiencia. Esto me animó siempre a compartir lo mejor con ellos. A la pregunta de qué recibí de los estudiantes quisiera enfatizar que el contacto personal con ellos fue una experiencia muy enriquecedora, a medida que ellos mismos compartían cuáles eran sus intereses especiales, sus preocupaciones y los problemas con los que se encontraban en sus propios países. Mis propios horizontes se fueron ensanchando enormemente gracias a tales experiencias. Me sentí muy edificado por el ardor y el entusiasmo con que los estudiantes se dedicaban a su trabajo y a sus estudios. Tratar permanentemente con gente joven, aunque, por supuesto, todos los estudiantes eran personas maduras, también me forzaba a permanecer joven y a adaptarme a las nuevas generaciones. Con los años empecé a notar diferencias de mentalidad entre los estudiantes, y casi podía sentir cómo entre las generaciones de estudiantes se iba desarrollando una sensibilidad distinta y reacciones diferentes ante problemas actuales, que se sucedían a un ritmo muy rápido. Todo esto fue muy enriquecedor y me hizo asombrarme ante el enorme potencial humano y cristiano que teníamos el privilegio de tratar.

En cuanto a lo que personalmente he podido dar a los estudiantes, no soy, por supuesto, buen juez en esta causa. Ellos podrían responder esa pregunta mejor que yo. Todo lo que puedo decir es que siempre he intentado compartir con ellos lo que personalmente vivía de la fe y, especialmente de la persona y el misterio de Jesucristo. A lo largo de mi carrera docente he impartido casi siempre el curso de cristología, que he considerado un gran privilegio. Puedo decir sinceramente que, durante mis cuarenta años de docencia, tratar de profundizar mi comprensión del misterio de Cristo ha sido una continua pasión. También me ha ayudado a enriquecer mi propia relación personal con el Señor. Si, como espero, he podido transmitir a los estudiantes mi pasión por Jesucristo y esto les ha ayudado a aumentar su propio amor por el Señor, me consideraría completamente recompensado por mi trabajo. El curso de teología de las religiones estaba, por supuesto, estrechamente relacionado con la cristología. Siempre he estado convencido de que el misterio de Jesucristo está en el centro de la teología cristiana de las religiones. He tratado de relacionar muy estrechamente los dos cursos, como mi producción literaria sobre cristología y sobre teología de las religiones muestra ampliamente. Con los años descubrí que, lejos de poner en peligro la fe en Jesucristo, un acercamiento positivo a las otras religiones ayuda a descubrir nuevas profundidades en el misterio. Esto también es algo que espero haber sido capaz de transmitir a mis alumnos. Puedo añadir que, a juzgar por las muchas muestras de aprecio que he recibido de antiguos alumnos a través de los años, parece que mi esfuerzo, en cierta medida, ha tenido éxito. En resumen, déjame decir que mi carrera docente siempre ha sido para mí una fuente de alegría y de inspiración; solo lamento que la edad, inexorablemente, ponga fin a eso.

–De 1985 a 2002 fue director de la prestigiosa revista Gregorianum, de la universidad. ¿Cómo fue su nombramiento? ¿Qué recuerdos particulares tiene de ese trabajo?

–Había sido profesor a tiempo completo en la Gregoriana solo por poco tiempo cuando el P. Urbano Navarrete, que era entonces rector de la universidad, me pidió que asumiera la dirección de la revista Gregorianum. Objeté que algunos miembros del claustro podrían considerar extraño que una responsabilidad tan importante se confiara a alguien nuevo en la universidad. El rector pensó que mi reciente llegada no planteaba ningún problema y que ni siquiera debería prestarle atención a ese punto. Insistió en que aceptara el trabajo, como hice. Tal vez me hizo esa propuesta porque, desde 1973, yo había sido editor asistente de nuestra revista teológica en Delhi, llamada Vidyajyoti: Journal of Theological Reflection, y redactor jefe de la misma desde 1977 hasta mi traslado a Roma en 1984. Entre el último número de la revista en Delhi bajo mi responsabilidad y el primer número de Gregorianum bajo mi dirección hubo un lapso de apenas seis meses. Seguí siendo director de Gregorianum hasta 2002. En total, entonces, he tenido la responsabilidad de ser editor de una revista teológica durante treinta años completos, lo cual, supongo, no es tan común.

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