El silencio se hizo en la casa, y la espera ya empezaba a desesperar, pero tenían que esperar que llegara la hora de entrada al colegio, porque ya lo habían buscado por todo el pueblo y nadie lo había visto, y fuera del pueblo era raro que se marchara solo.
—Madre, yo no puedo estar aquí quieto esperando. Mientras llega la hora, voy a darme una vuelta por el río, por los alrededores del pueblo, a ver si por casualidad lo ha visto alguien. Mis hermanos que se acerquen al colegio.
A Manuel no le dio tiempo ni de coger la chaqueta. En ese mismo instante se abrió la puerta y entró Juanito.
—¡Juanito, qué susto nos ha hecho pasar! ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde te has metido?
Juanito no contestó a aquel bombardeo de preguntas; de hecho, lo único que salió de su boca fueron las siguientes palabras:
—Por favor, pase usted, señor Inocencio.
Todos se quedaron helados. ¿Qué hacía allí aquel hombre? ¿Qué le habría pasado? Los chicos lo conocían de vista, de verlo alguna que otra vez por el pueblo, pero a su madre si le dio alegría verlo. Esa alegría fue mutua, se conocían de niños y aunque hacía mucho tiempo que no se veían, no hizo falta ninguna presentación. Estaban más mayores, aunque las caras no habían cambiado mucho.
Inocencio se emocionó un poco al verla. Empezaba a entender a Juanito, pero necesitaba algo más.
—¿Cuánto tiempo sin verte? ¿Cómo te encuentras, María? No sabía que estuvieras enferma…
—He estado mejor, pero no me puedo quejar. Tengo unos hijos maravillosos, que me quieren y yo los quiero con locura. ¿Qué más se puede pedir en esta vida? Pero ¿qué ha pasado?
—Lo que ha pasado os lo va a contar él mismo y espero que sea verdad, porque si no, vamos a tener que hacer algo con este granujilla.
Nadie entendía nada. Aquel señor había llegado a la casa. Su madre lo conocía, pero ellos no. Le pedían a Juanito unas explicaciones de algo que, al parecer, había ocurrido. Todo era bastante desconcertante.
—Juanito, ¿qué ha pasado? Cuéntanos lo que dice Inocencio que tienes que contarnos. Venga, guapo. Sea lo que sea seguro que tiene explicación y buscaremos la solución más adecuada.
—Bueno, os digo lo mismo que le he dicho al señor Inocencio. Todo lo que he hecho ha sido para ayudar, y nada más. Espero que me entendáis.
Como aquellas palabras salían entrecortadas por el miedo, Manuel decidió cogerlo en brazos. Luego le dio un fuerte abrazo y le dijo:
—Juanito, lo que ha dicho madre. Da igual lo que haya pasado. Seguro que le encontramos solución, pero venga, cuenta, que nos tienes a todos en vilo.
Manuel le guiñó un ojo y le mostró una sonrisa. Después lo soltó en el suelo y se volvió a sentar.
—Bueno, antes de empezar voy a coger una cosa de mi habitación.
Todos estaban expectantes por lo que podía traer, pero cuando apareció con la caja de zapatos, ya sí que no entendieron nada. Estaban sentados alrededor de la mesa, menos Juanito, que estaba de pie. Inocencio se sentó al lado de María por petición de ella, mientras que Manuel se sentó cerca de Juanito. Creía que podía necesitar de su apoyo.
—Os preguntaréis qué es esto. Pues cuando termine de contaros lo que os tengo que contar lo entenderéis. Hace unos cuantos meses os escuché hablar por la noche. Muchas veces, cuando me voy a la cama, me quedo en silencio en las escaleras y si me interesa de lo que estáis hablando, me quedo un rato; si no, me marcho. Pues esa noche sí que me interesaba lo que hablabais. —Manuel ya se estaba imaginando lo que podía haber escuchado—. Habías preguntado por el tratamiento de mamá y estabais haciendo números, Manuel decía que no podíamos pagar el tratamiento, porque era muy caro y nos costaba mucho llegar a fin de mes; que no sabíais cómo conseguir tanto dinero. Madre os dijo que no os preocuparais, que ella parecía que se encontraba mejor. Todos sabíais que era mentira, porque yo también lo sé y soy el más pequeño. Manuel sabe que le he pedido dejar el colegio y ponerme a trabajar, pero siempre me dice lo mismo, que el deseo de papa era que estudiáramos, pero como todos no podíamos en ese momento, yo si tenía que estudiar. Así que decidí hacer dos cosas para poder ayudar. La primera, le conté a mi amigo Diego, el hijo del panadero, lo que le pasaba a mamá. Este se lo contó a su padre y este, a su vez, me llamó para hablar conmigo. Me ofreció trabajo para los fines de semana, por eso me voy todos los fines de semana, y no es a la casa de Diego, sino a la panadería, pero con la condición de que no podía dejar los estudios. Me pagaría un sueldo y también tendría el pan gratis todos los días. —Juanito sacó dos bolsas de la caja de zapatos y un cartón donde tenía anotadas sus cuentas—. Esta bolsa es el sueldo que he ganado y esta otra es el dinero que Manuel me da todos los días para el pan. Como me lo dan gratis, aquí lo tengo guardado. —Manuel no podía contener las lágrimas, pero cuando miró a su alrededor, vio que todos estaban llorando igual que él, incluido Inocencio—. La segunda no sé si ha sido una opción muy acertada, pero no es lo que parece. Como no conocía a los ganaderos, y quería hacer lo mismo, hice un par de intentos de hablar con alguno de ellos, pero ninguno podía darme trabajo. Como le compraba la leche todos los días al mismo decidí empezar a comprársela un día a uno y otro día a otro, a ver si alguno me la ponía más barata o me daba trabajo, pero tampoco pude sacar nada de dinero. Entonces fue cuando pensé que si le cogía la leche cada día a un animal y una explotación distinta, ningún ganadero se percataría de que le faltaba leche.
—Pero, Juanito, ¿por qué has hecho eso? —preguntó María
—Por favor, espera, mamá.
—Eso, espera María, a ver si nos convence su historia, porque esta segunda parte no la veo muy clara —comentó Inocencio.
—Entiendo que, dicho así, lo más fácil es pensar que lo que he hecho ha sido robar la leche, pero no es así. —Juanito sacó de la caja otra bolsa con dinero, la abrió y cogió un papel de dentro que tenía muchas anotaciones—. Aquí tenéis todo el dinero que no he gastado pagando la leche, y aquí las anotaciones diarias de donde he cogido la leche. Estas eran para pagar a cada uno de los ganaderos en el momento que yo empezará a trabajar. Puede que no sea lo más correcto, pero era la única salida que encontré para ayudar.
Inocencio cogió el papel y, con lágrimas en la cara, no pudo articular palabra. Luego se levantó, cogió en brazos a Juanito y le dijo:
—Serás un gran hombre y una excelente persona, como lo fue tu padre. —Esas palabras hicieron que Juanito se echara a llorar.
Después de las explicaciones y de la emoción vivida por el intento de ayudar de Juanito, tenían que devolver el dinero a los ganaderos y pedirles disculpas por ello. Justo cuando estaban decidiendo quién lo haría Inocencio quiso decirles algo antes de marcharse.
—Juanito, entiendo que solo vistes ese camino. No es el más adecuado, pero sabiendo que ibas a devolverlo todo, no creo que ninguno de mis compañeros tome represalias contra ti; de eso me encargo yo, así que dos cosas: el dinero se lo devolveré yo a todos. Les explicaré la situación y te aseguro que todos la entenderán, no habrá ningún problema. Y la segunda es que a partir de hoy mismo, si tu madre lo permite, quiero que vengas todas las tardes después de terminar el colegio y los deberes a mi casa a ayudarme con el ganado. Por las mañanas, como veo que no te cuesta madrugar, también me ayudarás con el ordeño, que se te da muy bien.
En ese momento todos empezaron a reírse, incluido Juanito.
—Por mi parte no hay ningún problema Inocencio —dijo María.
Manuel asintió con la cabeza, también daba el visto bueno. Y la cara de Juanito lo decía todo. Era muy feliz, por fin podía ayudar a su familia y cumplir con el deseo de su padre.
Читать дальше