Bernardo (Bef) Fernández - Esta bestia que habitamos

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La líder del cártel de Constanza, Lizzy Zubiaga:
tras las rejas.Su némesis, la detective Andrea Mijangos:
desaparecida.Pero en la metrópoli, el crimen no para.
Un publicista muerto en circunstancias sospechosas es un caso aislado.Pero
dos publicistas muertos, dueños de la agencia de moda, con un tercer socio fugitivo, que estuvieron involucrados en uno de los casos de corrupción más notorios del sexenio anterior…La Fiscalía no cree en
casualidades. Éste es un caso para el
Járcor.En este spinoff de la serie Alacranes, Bef demuestra una vez más que es uno de los narradores más sólidos del género policiaco en nuestro país.

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Ésta es para El Diablo por supuesto Je voudrais pas crever Avant davoir - фото 1 Ésta es para El Diablo por supuesto Je voudrais pas crever Avant davoir - фото 2

Ésta es para El Diablo, por supuesto

Je voudrais pas crever Avant d’avoir goûté La saveur de la mort…

No quisiera petatearme

antes de haber probado

el sabor de la muerte…

Boris Vian, “Je voudrais pas crever”

To tame this hairy old beast we live on is the doom of Euler. I look for a happier doom.

Domar a esta antigua bestia velluda que habitamos es la sentencia de Euler. Yo busco una condenación más alegre.

R.A. Lafferty, “Through Other Eyes”

La noche para él

ya no tendrá final.

Mecano, “Mosquito”

Hardcoreadj. (anglicismo): 1. Referido a la forma de realizar una actividad ruda, brusca, violenta. 2. Que no se ajusta a las reglas. 3. Referido a un subgénero musical, que deriva del punk rock. 4. Referido a una persona, que es ruda, violenta o burda. 5. Referido a una obra de arte, de difícil asimilación por su violencia, obscenidad o vocación transgresora. etimol. En inglés hard significa “duro” y core , “núcleo” o “centro” de un objeto.

La hora de los locos

Noviembre de 2019

La noche saludó al Ruso Gavlik con un beso helado en las mejillas. El viento se coló por la ventanilla del bmw para lamer su rostro. Era la hora de los locos, cuando la madrugada avanza hacia el amanecer pero aún se sabe poderosa; el manto de las sombras tendido sobre la ciudad. La hora en que niños y piadosos duermen, cuando los vampiros se adueñan de las calles insomnes.

El auto lo manejaba el Güero Ramírez, escolta chofer que el difunto Matías Eduardo, presidente de la agencia, le había puesto a su socio Gavlik desde un intento de secuestro un par de años atrás.

En el asiento trasero el Ruso, quien se enorgullecía de jamás haber aprendido a manejar, apretaba los muslos de Nancy, hundiendo los dedos sobre la superficie de nylon negro. Parecían de piedra: muchas horas de gimnasio al día.

La ejecutiva, gerente de mercadotecnia de una marca de electrodomésticos, bebía a bocajarro de una botella de vodka Zyr que había sacado del bar. El Ruso intentaba aspirar un poco de coca mientras acariciaba las piernas de su clienta. Ante la dificultad de la doble operación, se concentró en la mujer.

—Estamos muy pedos, André —dijo ella entre carcajadas, como si vinieran solos.

—Chupamos vodka de a madre.

Ella paseó sus dedos manicurados por la cabellera castaña del publicista.

—Esto está mal, Rusito. Uno no debe acostarse con los proveedores.

—Pasan de las seis de la tarde, Nan —volteó a verla—. Nunca te había dicho así.

—Y a partir de las nueve de la mañana dejas de hacerlo, pendejo.

Rio como si hubiera dicho algo ingenioso. Al Ruso no le divirtió.

—Mañana es sábado, señora.

Ella remató de un sorbo los restos del vodka, bajó el vidrio del bmw y lanzó la botella, que reventó en el asfalto.

—¡Güevos, putos! —gritó a la calle.

Nancy Fuchs, la gélida ejecutiva, estaba transformada en otra persona. Ello excitó aún más a Gavlik.

—Sábado, sí. Y mi marido, en Miami.

—¿Qué hace allá?

—Se coge a su secretaria, Ruso, ¿qué va a hacer? Congreso médico, mis güevos.

—Te recuerdo que tú no tienes —ironizó Gavlik.

Ella llevó su mano al escroto de Gavlik y apretó.

—¿Y éstos? ¡Ja, ja, ja!

Gavlik sabía que estaba jugando con fuego. Si los jefes de Nancy se enteraban de que había abandonado la fiesta de lanzamiento de campaña con su clienta, perdía la cuenta al instante. Ya ésta pendía de un hilo desde él que había sido señalado por varias mujeres en el #MeTooPublicistas de las redes sociales.

Pero, carajo, la pinche Nancy estaba muy buena, se traían ganas desde hacía varios meses y durante la fiesta en el Handshake Speakeasy las insinuaciones subieron de tono a medida que ambos ingerían cocteles de autor .

Cuando se dieron cuenta ya habían pedido una botella de vodka a la que siguió otra igual.

—Este lugar ya se choteó, ¿nos vamos? —susurró él al oído de la mujer, intentando que lo escuchara por encima de la música.

—Chingue su madre — respondió ella.

Afuera los esperaba el chofer del creativo estrella de la agencia Bungalow 77. Ella había llegado en Uber Black, aunque vivía a seis cuadras: detestaba manejar. Salieron sin destino definido.

Nancy acariciaba los güevos del Ruso.

—¿Todo esto es mío?

Él, dos divorcios, una hija, asiduo a las escorts caras, sólo alcanzó a susurrar un tímido “sí”.

—Llévame a un hotel, Rusito.

—¿Al Saint Regis?

—¡No seas pendejo! Ahí nos podemos encontrar a alguien. No, güey… —se quedó pensativa unos instantes—. Llévame a un hotel de Tlalpan.

—¡Estás loca! —Gavlik elevó la voz como jamás se habría atrevido a hacerlo en una de las juntas corporativas.

—¿Qué? Tengo ganas de conocer uno.

—¿Y a poco el Güero va a esperar afuera?

—Es su trabajo —dijo ella como si el chofer fuera un robot—. Eso y no decir nada.

—Nunca lo hace.

—¿Cómo que nunca ? ¿Qué, te la vives de cabrón?

La miró, sonriente.

—Leve.

Ramírez sonrió.

—Estoy muy pedo. No vayamos tan lejos.

Ella lo pensó unos segundos.

—Vamos a mi casa, Rusito.

—¡Estás loca!

—¿Sabes dónde está mi marido en este momento?

—Pero… pero… tus vecinos…

—¿Te doy miedo, André Gavlik?

Se sostuvieron la mirada un segundo. El publicista dijo en un susurro:

—Dile al Güero cómo llegar.

Ella le indicó tomar Reforma de nuevo hasta el Ángel y dar vuelta en Tíber hasta el puente.

—Te voy a poner un cogidón, ¡perra!

Ella lo asió por las mejillas, jaló su rostro al suyo y le dio un beso largo y húmedo.

—Háblame sucio, me excita.

En pocos minutos circulaban por Presidente Masaryk. Pasaron de nuevo frente al Handshake Speakeasy.

—¡Agáchate, Ruso! ¡Ahí está mi jefe!

—¡Agáchate tú, pendeja, yo qué!

Ella recostó su cabeza en las piernas del publicista.

El bmw se deslizó discretamente frente al bar. En la banqueta, el gerente regional de la Corporación fumaba. Ni siquiera reparó en el auto de Gavlik.

—Listo, ya no hay moros en la costa —dijo él—. Ya que andas por allá abajo, ¿no se te ofrece nada?

—Quisieras, güey.

Llegaron al edificio de Nancy. El Güero se detuvo frente a la entrada sin decir nada ni apagar el motor.

—Esto… no es muy profesional —empezó a decir Gavlik.

—Ay, ya bájale, Ruso — dijo, apeándose.

André se quedó viéndola, sin saber muy bien qué hacer. Finalmente dijo:

—Pues aquí me quedo, Güero. Vete a tu casa, me regreso en Uber.

—Tengo la orden de no separarme de usted, señor —contestó el exsicario.

—Ramírez, no te pongas pendejo.

El hombretón suspiró; ningún músculo facial se movió debajo de los lentes oscuros que jamás se quitaba.

—Sí, señor, lo que usted indique. Le abro la puerta.

Bajó del auto y caminó hasta la portezuela trasera, renqueando un poco. Desenfundó la Heckler and Koch y cruzó los brazos sobre el pecho con el arma a la vista, para inhibir a cualquier asaltante que pasara por ahí a esa hora.

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