EL ABAD: No hace falta hablar más de esas miserias, de esas locuras, mi querido niño grande, ¿comprendes? Son historias que hay que dejar a quienes el orgullo de sus pecados atormenta todavía. […] ¿No comprendes, hijo? Lo que ocurre es que piensas en esas cosas que ya no existen y que nunca han existido, hijo mío.
Es absolutamente extraordinario. El abad no hace la vista gorda ante el pasado de Miguel, no le dice: «No pasa nada, ha sido culpa de las malas compañías, de la sociedad…». No. El abad obliga a don Miguel a nombrar sus culpas una a una, según vimos ya en el primer canto del Infierno y volveremos a ver en repetidas ocasiones en el Purgatorio ; cada cual debe confesar su culpa, expresar a viva voz su pregunta, su propia fatiga, su error. Pero, después de confesar sus pecados, Miguel sigue atado a ellos, pensando en ellos, hablando de ellos, y el abad le corta en seco, cambia completamente de registro: «Lo que ocurre es que piensas en esas cosas que ya no existen y que nunca han existido, hijo mío».
En esto consiste la misericordia, en la experiencia del perdón que permite pasar página y volver a empezar de nuevo. Independientemente de lo que hayas hecho, cualquiera que sea tu error y tu culpa, la bajeza de la que hayas sido cómplice, puedes volver a empezar. Porque debajo de todo tu mal, de tus pecados y de tus errores sigue latiendo el corazón que Dios ha creado, y ese corazón conserva la impronta de Dios, que es el deseo de bien, de verdad y de belleza.
La tercera imagen pertenece a un poema de Pascoli, «Los dos huérfanos», que representa la opción contraria, la ausencia de alguien que nos perdone. 11Se trata de un diálogo entre dos hermanos que han perdido a su madre. Es un texto muy duro porque refleja cómo es la vida cuando falta la posibilidad de perdonar.
«Hermano, ¿te aburro ahora, si te hablo?».
«Habla: no puedo dormir». «Escucho
como un roer…». «Quizá sea una termita…».
«Hermano, ¿has oído ahora un lamento
largo en la oscuridad?». «Quizá sea un perro…».
«Hay gente en la puerta…». «Quizá sea el viento…».
«Escucho dos voces suaves, suaves, suaves…».
«Quizá sea la lluvia que cae bellamente».
«¿Escuchas esos toques?». «Son las campanas».
«¿Tocan a muerto? ¿Dan las horas?».
«Quizá…». «Tengo miedo…». «También yo». «Creo que truena:
¿qué haremos?». «No lo sé, hermano:
estate cerca, estemos en paz: seamos buenos».
«Sigo hablando, si te gusta.
¿Recuerdas, cuando por la cerradura
entraba la luz?»…
El diálogo es muy tierno: el hermano menor tiene miedo de todo y el mayor intenta darle respuestas alentadoras, razones para no temer, pero no sirve de nada, y al final no tiene más remedio que admitir que él también tiene miedo.
Este miedo de los hermanos, que es también nuestro, nace de la oscuridad; en la «selva oscura» todo asusta porque todo resulta una amenaza desconocida. Todo es desconocido porque falta un significado que ilumine el valor de las cosas. «¿Recuerdas, cuando por la cerradura entraba la luz?». Es una imagen estupenda: antes también dormíamos con el cuarto a oscuras, la situación era la misma; sin embargo, por la rendija de la cerradura entraba una luz, pequeñísima pero real, que testimoniaba que al otro lado de la puerta estaba mamá. No la podíamos ver, pero indudablemente estaba presente.
[…] «Y ahora la luz está apagada».
«Incluso en aquellos tiempos teníamos miedo:
sí, pero no tanto». «Ahora nada nos conforta,
y estamos solos en la noche oscura».
«Ella estaba allí, detrás de esta puerta,
y se escuchaba un murmullo fugaz,
de cuando en cuando». «Y ahora madre está muerta».
«¿Recuerdas?». «Entonces no estábamos tan en paz
entre nosotros…». «Nosotros somos ahora más buenos»,
«ahora que ya no hay nadie que se complazca
con nosotros…», «que ya no hay nadie que nos perdone».
Antes también tenían miedo. Las circunstancias no eran distintas, pero la presencia de su madre daba sentido a todo. ¿Cuál es la raíz de la tristeza, del dolor y la soledad? Que «ya no hay nadie que nos perdone». No hay nada más importante en la vida que saber esto. Una vez un alumno me escribió: «Solo necesito un lugar que no tenga miedo de lo que soy, que no me desprecie». El mundo es un lugar bonito, podría ser un lugar bello. Pero ¿bello por qué? ¿Porque no hay que esforzarse? ¿Porque no hay que trabajar? No. Bello porque es un lugar donde hay Alguien que no tiene miedo de nuestros límites, de nuestros errores, que no desprecia la nada que somos, que nos mira con misericordia y nos perdona.
El Purgatorio es el viaje que hace Dante en busca de la experiencia del perdón. Pero no de un perdón genérico, sino del perdón de esa persona que sabe perdonarle. Dante va en busca de Beatriz.
1 Infierno XXXIV v. 139.
2Cf. Dante Alighieri, Infierno , Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2020, pp. 346-347.
3Ibídem.
4Las citas bíblicas están tomadas de la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, BAC, Madrid 2011.
5 Vida Nueva XI, Obras completas de Dante Alighieri , BAC, Madrid 2015, p. 542.
6Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés que dio vida al movimiento de Comunión y Liberación.
7Luigi Giussani, Stefano Alberto y Javier Prades, Crear huellas en la historia del mundo , Encuentro, Madrid 2019, pp. 188-189.
8 La misión , dirigida por Roland Joffé, Reino Unido, 1986.
9Oscar Milosz (1877-1939), escritor, lingüista y periodista franco-lituano.
10Oscar Milosz, Miguel Mañara , Encuentro, Madrid 2009, pp. 43-45.
11Giovanni Pascoli, I due orfani , in Primi poemetti , Utet, Turín 2008, pp. 317-319 (ed. or. Zanichelli, Bolonia 1907); cf. traducción española en Luigi Giussani, Mis lecturas , Encuentro 2020, pp. 44-45.
NATURALEZA Y ESTRUCTURA DEL PURGATORIO
Pero ¿cómo es eso? ¿Cómo puede ser que Dante busque a Beatriz en el purgatorio? ¿Y qué pasa con todo lo que tenemos en la cabeza acerca del purgatorio como lugar de penitencias y castigos…? Antes de continuar, quizá convenga precisar qué clase de lugar es este.
Las nociones de paraíso e infierno son claras e inmediatas —participación en la vida de Dios o exclusión de su presencia, plena felicidad o condena eterna—, pero la idea de purgatorio es más controvertida. Tanto es así que la Iglesia ortodoxa y las iglesias protestantes no lo reconocen; e incluso en el ámbito católico la concepción de purgatorio que nos es familiar —un lugar de purificación donde las almas pasan un tiempo a la espera de entrar en el paraíso— solo se afirma plenamente en los primeros siglos del segundo milenio, como observa Jacques Le Goff en su célebre libro El nacimiento del Purgatorio . 1Sin embargo, el purgatorio no «nace» en ese momento. Es cierto que solo entonces se hace precisa su imagen, la predicación empieza a detenerse en la estructura del mismo, las penitencias, la duración de la pena, la estancia de las almas en él; pero el núcleo central de la idea del purgatorio es mucho más antiguo y se remonta a los inicios del cristianismo.
Su origen se remonta a la oración por las almas de los difuntos, que es tan antigua como la Iglesia misma (más aún, ya aparece en el Antiguo Testamento). Para Dante es un tema crucial, y tendremos ocasión de volver a él más veces; aquí nos limitaremos a lo esencial: si en la hora de la muerte todas las almas llegaran inmediatamente al paraíso, ¿tendría sentido rezar por los difuntos? Evidentemente, no. Orar por los difuntos incluye forzosamente la idea de que la oración puede contribuir a la purificación que el alma necesita para acceder a la bienaventuranza eterna.
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