Tu benignidad no solo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición.
La «benignidad» —la misericordia, el perdón— «se anticipa»: va por delante, se da antes. Hay una palabra maravillosa que ha introducido en nuestro vocabulario el papa Francisco: el amor de Dios nos « primerea », 2su perdón nos primerea ; y esto sucede también en cualquier amor humano que sea reflejo del primero (estamos hechos a «imagen y semejanza suya»…).
La presencia de ejemplos de virtudes y pecados castigados y la conclusión con una bienaventuranza no son los únicos compases estructurales del Purgatorio , encontraremos otros a lo largo del camino. Aquí me limito a anticipar dos de ellos: una serie de repeticiones del número de versos en los distintos cantos y la presencia constante de oraciones procedentes de la liturgia. Las señalaremos cuando las vayamos encontrando.
En conjunto, creo que al terminar la lectura del Purgatorio nadie podrá evitar tener una impresión similar a la mía, que es la de haber recorrido una inmensa catedral. Una catedral de palabras en la que, al igual que en las de piedra, cada elemento tiene su papel, su función, cada uno se relaciona con los demás, remite a los que están a su alrededor, y el equilibrio de formas y referencias crea un espacio sagrado en el que se puede experimentar la presencia de Dios en la vida humana.
Para concluir estas notas sobre la naturaleza y la estructura del purgatorio, añado una última observación de método. Toda nuestra lectura de la Comedia se cimenta en la analogía entre la experiencia del más allá y la del más acá. Ahora bien, tengamos presente que entre estos dos planos hay una diferencia sustancial: en el caso de las almas de Dante, el partido está decidido; en nuestro caso no. Su libertad debe educarse, pero la elección decisiva ya se ha realizado; nosotros tenemos que hacerlo en cada momento. Como no vamos a estar repitiendo esto continuamente, cuando veamos similitudes entre su condición y la nuestra, dependerá de la memoria del lector conservar esta advertencia expresada de una vez por todas.
1Jacques Le Goff, El nacimiento del Purgatorio , Taurus, Madrid 1989.
2Véase, por ejemplo, «Nosotros, en español, tenemos una palabra que expresa bien esto: “El Señor siempre nos primerea ”», Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales, Plaza de San Pedro, 18 de mayo de 2013.
EL PURGATORIO EN CINCO PALABRAS
TIEMPO, PRESENTE, PACIENCIA, TRABAJO, LIBERTAD
Una vez aclarado todo esto, después de «misericordia» podemos considerar otras palabras que nos ayudan a entender mejor por qué el Purgatorio es el canto más parecido a nuestra experiencia terrenal, con el que podemos identificarnos más fácilmente.
Para empezar, el Purgatorio es el canto del TIEMPO. En el infierno no existe el tiempo. Todo está parado —hasta la terrible inmovilidad del Cocito—, nunca cambia nada, todo se repite eternamente. Y, de hecho, Dante no ofrece referencia cronológica alguna: todo es siempre igual de gris, no hay ningún movimiento natural que señale el transcurrir del tiempo. Volviendo al más acá, el infierno es la vida en la tierra cuando desaparece la esperanza, cuando nos convencemos de que «nada va a cambiar», de que «soy así» y no hay nada que hacer (o tú eres así, o los seres humanos son así, es lo mismo).
Tampoco existe el tiempo en el paraíso, tampoco allí cambian las cosas. Pero sería erróneo decir que en el paraíso «todo está cumplido»; es más adecuado afirmar que todo se cumple continuamente. Porque si el Infierno es el canto de la eterna inmovilidad, el Paraíso es el del perpetuo movimiento, el de una satisfacción renovada continuamente, el de la experiencia de un bien «que, satisfaciendo del todo, despertaba nuevos deseos» ( Purgatorio XXXI v. 129). Es una forma extraordinaria de designar la experiencia de un deseo siempre satisfecho y siempre reavivado, de lo que sucede en todo amor verdadero que, mientras se satisface, a la vez se renueva.
A su vez, el Purgatorio es el canto del cambio. Se empieza de una forma y se termina de otra. Como en la vida de cada día. No es casualidad que, desde el inicio del recorrido de Dante, todo esté jalonado de anotaciones astronómicas que indican el transcurrir de las horas del día y de la noche. Al lector impaciente le pueden parecer pesadas las largas perífrasis que Dante emplea para indicar la posición de los astros; si quiere, puede saltárselas, pero debe saber que para el poeta tienen un valor esencial, ya que indican que estamos en camino, que las cosas cambian, que avanzamos hacia la felicidad. De igual modo tienen un profundo valor las referencias litúrgicas: el tiempo del Purgatorio , como el de la vida terrenal, es a la vez natural y sagrado, participa del ritmo de la creación, inscrito en los ciclos de la naturaleza, y del ritmo de la salvación, actualizado en los ciclos litúrgicos.
El Purgatorio enseña el valor del tiempo y, por eso mismo, afirma la importancia del PRESENTE. Ya lo comentamos al hablar del canto XX del Infierno , 1así que aquí me limito a retomarlo brevemente. Por paradójico que pueda parecer, todo el valor del tiempo se concentra en el presente. El pasado ya no existe y el futuro aún no existe; el único punto en el que podemos recuperar el significado del pasado y actuar para construir el futuro es el presente. Es aquí y ahora cuando el tiempo se vuelve real. Es en el presente donde se construye. Es también entonces cuando se entienden los frecuentes llamamientos que encontraremos a no perder el tiempo, a no entretenerse, a no distraerse.
Quiero subrayar además que en el ahora se juega por entero nuestra libertad, ya que toda nuestra vida, todas nuestras decisiones pasadas, se vuelven a poner en juego en el presente. En un gesto, en un momento de locura o de lucidez, todo lo que hemos sido hasta entonces puede ser rescatado o puede perderse. Por eso cada momento tiene un valor absoluto. Y por eso, como veremos en los casos de Manfredi o Bonconte, basta un instante de arrepentimiento sincero para salvarse, porque en ese momento, en el gesto de ese instante, se encierra todo el valor de la persona.
Huelga decir que vivir profundamente el valor del instante no es fácil. Lo fácil es distraerse, desviarse, olvidarse. Por eso es necesario no desanimarse, recomenzar, arrancar de nuevo una y otra vez. En este sentido, el Purgatorio es el canto de la PACIENCIA.
De hecho, el tiempo es el cauce de la paciencia de Dios: Él nos concede el tiempo para que podamos entender quiénes somos, es decir, qué desea en el fondo nuestro corazón, para qué estamos en el mundo y dónde reposa nuestra felicidad. En otras palabras: el tiempo es el espacio que Dios necesita para respetar nuestra libertad. Es como si estuviera fuera de la puerta, esperando, pero sin poder echarla abajo. Espera a que se abra una rendija y entonces entra, pero necesita que la rendija la abramos nosotros.
El tiempo es también el lugar de nuestra paciencia porque aprendemos a no dejarnos abatir por los errores, los fallos y las continuas recaídas. Porque aprendemos que el problema no es caer, sino levantarse aferrándonos a la mano que se nos ofrece una y otra vez.
Todo esto supone un TRABAJO, requiere un esfuerzo, una dedicación, una constancia. Si, por una parte, la salvación es un acto totalmente gratuito, un don —la presencia de Virgilio en la «selva oscura» es una sorpresa, un regalo inmerecido—, por otra, es también una tarea. «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti», escribe san Agustín. 2Por tanto, el purgatorio es el tiempo del trabajo y el sacrificio necesarios para forjar una nueva personalidad; día tras día, poco a poco, cayendo y levantándose de nuevo, retomando el camino una y otra vez, contando con el tiempo y la paciencia, surge esa personalidad nueva. No porque la meta sea cierta el camino resulta menos fatigoso y dramático.
Читать дальше