Franco Nembrini - Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri: краткое содержание, описание и аннотация

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Probablemente no exista ningún otro clásico que se haya admirado más y leído menos que la Divina Comedia. Su importancia ha permanecido indiscutida a lo largo de los siglos y aun en nuestros días, tan proclives a la alergia religiosa, no creo que haya nadie capaz de pensar que un mundo sin la Divina comedia no sería mundo más incompleto, más feo e insustancial, y en el que con toda seguridad mucha de la mejor poesía europea que vino después no hubiese sido posible.

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No olvidemos que el viaje de Dante comenzó la noche entre el jueves y el viernes santo, y ahora nos hallamos en la mañana del día de Pascua: «La vida ha vencido a la muerte / lavando en amor el pecado», como reza un himno de la Liturgia de las horas. 1Con la resurrección de Jesucristo, comienza un mundo nuevo donde reina la misericordia.

Y con la vida resurgen la poesía, la palabra, la comunicación. En los últimos cantos del Infierno , Dante ha mostrado lo que sucede en el abismo de la desesperación: incluso la palabra pierde su capacidad de comunicar; cada uno se vuelve prisionero de sí mismo y ya no nos entendemos entre nosotros. ¿Cuántas personas conocemos que no hacen más que rumiar las típicas quejas de siempre, incapaces de entablar un diálogo real? Sin embargo, cuando tienes un encuentro bonito que te abre de nuevo a la vida, te entran ganas de contárselo a todos, te levantas cantando por la mañana. Pues bien, este es el principio del Purgatorio : un hombre que desesperaba de «obtener su perdón», que creía estar clavado a su error y en cambio es perdonado. Y se levanta por la mañana rebosante de deseo de emprender nuevamente el camino, de vivir y de contarle a todo el mundo lo que le ha pasado.

Esto no es solo literatura, es la vida. Lo testimonia estupendamente la carta que me escribe un preso:

«Purificado y dispuesto a subir a las estrellas» ( Purgatorio XXXIII v. 145). Este fue mi primer pensamiento el día que salí de permiso, mi primer día de permiso tras más de diez años de cárcel… Un día soleado, con mucho espacio y tiempo para mí, aunque con un poco de agorafobia… Un día dedicado a recuperar mis cinco sentidos.

Enseguida pensé que el purgatorio, mi purgatorio, estaba a punto de terminar, y ahora, con la conciencia de hoy, volvía a observar la realidad, la sentía dentro de mí, en el corazón palpitante y en las venas, como si fuese nueva, algo que se me regalaba de nuevo… ¡Qué gusto tan distinto, qué colores y perfumes, qué atractivo, qué belleza! […]

Sí, la vida es justamente así, hay momentos que […] sirven para hacerte reconocer que todo es un don, que en nuestras manos está la intención, pero no el resultado.

Ahora lo estoy viviendo todo intensamente, cada día como si fuese el primero, acompañado por la memoria de los tercetos de Dante que, a través de mis amigos, me han llegado al alma con una contemporaneidad que me desarma.

¿No es como si Dante hubiese escrito para mí la Divina comedia ? En un momento, quedan anulados el tiempo y el espacio gracias al encuentro y al testimonio.

Es cierto que después queda el trabajo de la vida, queda «la fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, del mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano; este es el vivir que corta las piernas», 2como escribe Pavese 3. Es cierto que seguimos siendo «bestiales como siempre, carnales, egoístas y cegatos como siempre», 4por usar las palabras de Eliot 5. La vida se desarrolla en este dinamismo —lo decimos aquí de una vez por todas— entre el «ya» y el «todavía no». La salvación, la vida nueva ya ha empezado, aunque aún no se haya cumplido; para ello hace falta la existencia entera. Sin embargo, en el abrazo de la misericordia ya no están en primer plano el límite, la fatiga y el mal, sino la novedad que Cristo ha introducido, el encuentro que nos ha cambiado la vida. Y todo adquiere una luz distinta.

De hecho, esto es lo que sucede (vv. 13-21):

Un suave color de zafiro oriental que se difundía por el sereno aspecto del aire puro hasta el primer cielo, devolvió el placer a mis ojos en cuanto salí de la atmósfera muerta, que me había entristecido los ojos y el corazón. El bello planeta que convida al amor hacía sonreír a todo el Oriente, echando un velo sobre la constelación de Piscis, que iba en su escolta.

¿Qué es lo primero que ve Dante al salir del infierno? La luz, el cielo. Volver a ver el cielo quiere decir levantar la cabeza, alzar la mirada y darse cuenta del ser, de la bondad de lo que existe, de la belleza que nos rodea. Lo primero que Dante ve no es su propia suciedad, el hollín que le mancha; eso lo verá enseguida y dirá que necesita lavarse y purificarse…, ¡pero después! Dante emplea todo su genio poético para comunicar esta claridad, este preludio de alba transparente y purísimo, como el cielo límpido de algunas mañanas de primavera. Una mirada que se estrena contemplando una nueva realidad, un mundo que se contempla como si fuera la primera vez: «Mira, hago nuevas todas las cosas» ( Ap 21,5).

Y en este cielo purísimo, ¿qué es lo primero que se impone a la mirada? El amor. «El bello planeta que convida al amor» es Venus, la estrella de la mañana, el planeta dedicado a la diosa del amor. Es un anuncio de lo que nos espera, pues el amor es el tema del Purgatorio .

Inmediatamente después, Dante divisa «cuatro estrellas nunca vistas desde los primeros humanos» (vv. 23-24). Nos hallamos en el hemisferio austral, por lo que estas estrellas solo las vieron Adán y Eva cuando estaban en el paraíso terrenal. Los críticos se preguntan si Dante se refiere a la Cruz del Sur, la constelación que domina el cielo meridional y que figura también en algunos mapas medievales, o si lo que presenta es una imagen genérica. Pero esto es secundario. Lo principal es su valor simbólico: las cuatro estrellas representan las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) que, según la teología cristiana, Dios infundió en Adán y Eva. El hecho de que resulten visibles ahora indica que Dante ha recuperado la posición adecuada para afrontar el camino que le espera.

Luego, Dante baja la mirada y se encuentra ante sí una figura humana: es Catón, el que custodia el acceso al purgatorio.

Salta enseguida a la vista el paralelismo con Caronte, el guardián del infierno. Este, «un viejo de barba y cabellos blancos» ( Infierno III v. 83); «larga y blanqueada por las canas era su barba» (v. 34) dice refiriéndose a Catón. Pero esta similitud no hace sino evidenciar el contraste. El primero era brutal y desprendía una luz infernal —«Caronte, demonio con ojos en brasa» ( Infier no III v. 109); «que en torno a los ojos tenía un círculo en llamas» ( Infierno III v. 99)— mientras que el segundo brilla como si tuviera delante el sol (vv. 37-39):

Los rayos de las cuatro luces santas cubrían de tal modo su rostro de resplandores, que lo veía como si tuviese el sol delante.

Es preciso detenerse en la figura de Catón. ¿Quién es Catón? Es uno de los protagonistas de la historia de la antigua Roma. Gran defensor de la república, cuando ve que César vence y que se avecina una dictadura que él no puede tolerar, se quita la vida. Él, que dedicó su vida a afirmar las libertades republicanas, renuncia a la vida para defender el valor supremo de la libertad.

En la época de Dante, Catón era una figura controvertida. Siendo un pagano, y además culpable de uno de los pecados más graves, el suicidio, tendría que haber ido directamente al infierno; sin embargo, había una corriente de la cultura cristiana que consideraba su gesto como prefiguración del sacrificio de Cristo. Dante se decanta por esta visión y sitúa a Catón en el purgatorio. Y no lo hace en un lugar cualquiera, sino justo en la entrada, como el primero de los salvados. ¿Por qué? Porque quiere subrayar dos conceptos que le importan especialmente. El primero es que la salvación que trae Jesucristo abarca toda la historia. No voy a repetir la reflexión que hice al hablar del limbo a propósito de la salvación de los paganos. 6Al situar aquí a Catón, Dante corrobora que la salvación es posible, por vías misteriosas, incluso más allá de los límites del tiempo y del espacio visibles para los hombres. El segundo concepto es la trascendencia de la libertad. ¿Por qué se suicidó Catón? No lo hizo por desprecio de la vida, como los suicidas condenados en el infierno, sino por defender un valor más alto que la vida misma, un valor sin el cual la vida no es digna de ser vivida. En la salvación de Catón percibo el eco de la afirmación de Jesús: «Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?» ( Mc 8, 36). Hay algo que vale más que la vida: su valor, su significado. Y por este se puede morir. Como escribió recientemente Benedicto XVI: «Hay bienes que nunca están sujetos a concesiones. Hay valores que nunca deben ser abandonados en nombre de un valor mayor y que están incluso por encima de la preservación de la vida física. […] Dios es más incluso que la supervivencia física. Una vida comprada al precio de la negación de Dios, una vida que se base en una mentira última, no es vida». 7Naturalmente Ratzinger no se refiere al suicidio, sino al martirio; pero sus palabras me ayudan a entender las razones que impulsaron a Dante a situar a Catón entre los salvados, pues él también sacrificó su vida por afirmar el valor supremo de la libertad, sin el cual la vida «no es vida».

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