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El Purgatorio contiene alguno de los episodios más admirables y menos conocidos de la Divina comedia: el del bosque sagrado o el del barco de las ánimas y encuentros tan inolvidables como el de Bonconte, el de Arnaut Daniel y, por supuesto, el de Beatriz. Pero, por si esto fuera poco, es en el Purgatorio donde Dante se nos aparece como un maestro consumado, como ese gran poeta que sabe pulsar las cuerdas más variadas de la poesía. Todo lo domina. Desde lo grotesco hasta lo sublime, desde la precisión del detalle hasta el razonamiento más complicado.
En el Purgatorio empiezan las profundas disertaciones filosóficas —sobre el amor, sobre la naturaleza del alma, sobre nuestra condición temporal…— y todas esas sutilezas intelectuales que harán de la Divina comedia algo más que un catálogo de estupendas tremendas atrocidades o un magnífico relato de aventuras paranormales, el libro más grande, más asombrosamente vivo, que jamás se haya escrito.
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Por si todo esto fuera poco, la edición que aquí presentamos cuenta con unos comentarios excepcionales de uno de los divulgadores más fiables, vehementes e imaginativos de La Divina Comedia , Franco Nembrini. Él será nuestro Virgilio, y de su mano comenzaremos el ascenso, no sólo a una de las cumbres de la creación humana, sino a la cumbre inalcanzable de la misericordia divina.
Por debajo de estos comentarios del profesor italiano hay mucho conocimiento teológico, muchas lecturas y mucha información bien asimilada, pero lo que más sorprende en Nembrini es cómo consigue que toda esa carga erudita palpite, arda de tan llena de amor hacia los asuntos que trata; sea, en fin, más que unos comentarios al uso, vida, pura vida que nos interpela y nos alecciona.
¿Preguntas por qué hay que compadecerme? Es cierto. ¡No hay por qué compadecerme! Lo que hay que hacer es crucificarme, ¡clavarme en la cruz y no compadecerme! Pues, crucifícame, tú que eres el juez, crucifícame y compadéceme después de haberme crucificado. Y entonces yo mismo iré, iré por mi pie, a la crucifixión porque no es gozo lo que ansío, sino dolor y lágrimas… Dolor y lágrimas es lo que he hallado y saboreado. Quien nos compadecerá es el que a todos ha compadecido; el que a todos y a cada uno ha comprendido: Él es el único juez. Vendrá ese día […] Y dirá: «¡Ven a Mí! Ya te perdoné una vez… Te perdoné una vez… Y ahora se te perdonan tus muchos pecados porque has amado mucho...». […] Él juzgará y perdonará a todos, a los buenos y a los malos, a los sabios y a los humildes… Y cuando haya concluido con los demás, nos llamará también a nosotros: «¡Venid ahora vosotros! —dirá—. ¡Venid los borrachos, venid los débiles, venid los vergonzantes!». Y nosotros saldremos todos, sin sentir sonrojo, y compareceremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos! Sois imagen de la Bestia y lleváis su estigma. Pero venid también vosotros». Entonces dirán los sabios, entonces dirán los sensatos: «¡Señor! ¿Por qué acoges a estos?». Y Él dirá: «Los acojo, ¡oh, sabios!, los acojo, ¡oh, sensatos!, porque ninguno se ha considerado digno de ello». Nos abrirá sus brazos y nosotros nos hincaremos de rodillas ante Él… Y lloraremos… Y lo comprenderemos todo. ¡Entonces lo comprenderemos todo! Entonces lo comprenderemos todo y todos lo comprenderán… 1
1Fiódor Dostoievski, Crimen y castigo , Cátedra, Madrid 2003, pp. 90-91.
EL CÁNTICO DE LA MISERICORDIA
«Por donde salimos para ver de nuevo las estrellas». 1
Hemos acompañado a Dante y Virgilio en su viaje para sondear el abismo del mal, el propio y el del mundo, el mal que los hombres hacen cuando tergiversan el deseo que los constituye. Cuando, en vez de acoger la belleza del mundo como ocasión para levantar la mirada y dirigirla a su Hacedor, fijan la vista en un objeto deseado —el dinero, una mujer, el poder, la fama…— y acaban por clavarse ahí, reduciendo a un objeto limitado el alcance de su humanidad, que está hecha para el infinito; y con ello arruinando también lo que es bueno, cualquier relación y la posibilidad misma de comunicarse con otros.
Pero Dante y Virgilio salen del infierno «para ver de nuevo las estrellas», y nosotros vamos con ellos. El último canto del Infierno ya nos dejó a los pies de la montaña del purgatorio, sin que el camino de los dos protagonistas hubiera cambiado de dirección: lo que parecía un descenso se reveló como el inicio de una subida. Es como si Dante nos dijera que el solo hecho de mirar a la cara el mal y de llamarlo por su nombre puede constituir ya el comienzo de un cambio, el alborear de la salvación. Pero con la condición de realizar una inversión: tanto Dante como Virgilio, al llegar a la cadera de Lucifer, volvieron su cabeza hacia donde antes estaban sus pies y viceversa. 2Se convirtieron, cambiaron de posición y recobraron su postura original, la que el hombre tenía en el paraíso terrenal. Y así, de esta manera pudieron comenzar su ascensión hacia el paraíso.
Antes de seguirlos en su recorrido por el purgatorio, quiero señalar algunas observaciones introductorias para que también nuestro camino existencial con ellos pueda resultar interesante y que la lectura de la Comedia sea una ocasión para comprender el carácter dramático de nuestra vida y nos ayude a entender mejor para qué estamos en el mundo.
Para empezar, de los tres cánticos el Purgatorio es el que más fácilmente podemos sentir como nuestro. Porque es nuestra y cotidiana la pregunta dramática que impulsa todo el recorrido: ¿se puede volver a empezar? El mal existe, eso es indudable, y a veces parece invencible; por más que nos esforcemos recaemos siempre en él, pero ¿es esta la última palabra? ¿No se puede volver a empezar? En la respuesta a esta pregunta estriba la diferencia entre Judas y Pedro que vimos al comentar el último canto del Infierno : el primero, clavado para siempre en su traición; y el segundo, arrepentido, salvado y rescatado. 3
Se trata del problema que se formula en el célebre pasaje evangélico de Nicodemo, que de noche va a ver a Jesús y, en un momento determinado, le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?» ( Jn 3,4). 4¿Se puede nacer de nuevo? ¿Cómo se puede empezar de nuevo sin sucumbir al peso del pasado? ¿Cómo podemos levantarnos cada mañana sin vernos aplastados por el mal que hemos cometido y sufrido?
La respuesta de Jesús a Nicodemo es lapidaria: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» ( Jn 3,5). Es decir: solos no podemos, hace falta alguien que nos vuelva a levantar. Hace falta un gesto de misericordia. Hace falta alguien que mire el deseo bueno que Dios ha puesto en nuestro corazón y se dirija a él, en vez de fijarse en el mal que aparece en primer plano, como hacemos muchas veces entre nosotros, con nuestros hijos, con el marido o la mujer: «Siempre estás igual, haces siempre lo mismo, nunca haces esto o aquello…».
La primera palabra que hay que tener presente, el pilar que sostiene la arquitectura de todo el Purgatorio , es la «misericordia». O el «perdón», que remite a lo mismo. Pero prefiero hablar de misericordia porque se hace eco del grito: « Miserere » («Ten piedad») del primer canto del Infierno y del terceto final del Himno a la Virgen en el último canto del Paraíso ( Paraíso XXXIII vv. 19-21):
En ti la misericordia, la piedad, la magnificencia, se reúnen con toda bondad que se pueda encontrar en la criatura.
La misericordia es la clave del Purgatorio porque es la experiencia que vive Dante en la relación con Beatriz, mucho antes de pensar en la Comedia . De hecho, en la Vida Nueva escribió: «Digo que cuando ella aparecía dondequiera que fuese, ante la esperanza del admirable saludo, no me quedaba ya enemigo alguno; antes bien, nacíame una llama de caridad que me hacía perdonar a quien me hubiese ofendido; y si alguien entonces me hubiera preguntado cosa alguna, mi respuesta habría sido solamente: “Amor”, con el rostro lleno de humildad». 5
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